Crítica

Ciclo Ibermúsica: Dos grandes inacabadas a la italiana

El gran director de orquesta Antonio Pappano, equiparable a los antiguos Molinari o Santi, volvió al ciclo de Ibermúsica tras una larga ausencia, concretamente desde 2010

La violinista Lisa Batiashvili y Antonio Pappano, en el Auditorio Nacional
La violinista Lisa Batiashvili y Antonio Pappano, en el Auditorio NacionalIbermúsicaIbermúsica

Antonio Pappano volvió al ciclo de Ibermúsica tras una larga ausencia, concretamente desde 2010. Lo hizo junto a la agrupación más famosa de Italia, la Orquesta de la Academia Nacional de Santa Cecilia de Roma, que nunca había actuado para este ciclo y que supera con creces a la Sinfónica de Milán que nos acaba de visitar. Cuerda bien empastada y cálida, maderas impecables y metales nada estridentes. Pappano es un gran director de ópera, un maestro equiparable a los antiguos Molinari, De Fabritiis o Santi, que ha ido haciendo carrera poco a poco con un gran paso en el Covent Garden, donde fue titular desde 2002, tras serlo de la Monnaie entre 1992 y 2002. Junto un año antes de Londres pudo serlo del Teatro Real. Así lo propuse a su patronato tras el fallecimiento de Luis Antonio García Navarro, pero mi opción fue rechazada por considerarlo un «ilustre desconocido». Cosas de la vida. Pappano estará, a partir de 2024, en el mando de la Sinfónica de Londres.

En su segundo concierto destacó el virtuosismo de Lisa Batiashvili con su Guarneri «del Gesu» de 1739 en una lectura relamida, tendente al preciosismo en la que abundaron los pianos casi milagrosos, que contrastaron con los excesos de las trompetas. Sin embargo, algunos preferimos que los solistas logren que parezca fácil su trabajo, aunque no lo sea en absoluto y Batiashvili exhibió demasiado su competición con el instrumento. Una gran violinista en cualquier caso. Completó la cita una versión viva y alegre de tempos de la segunda sinfonía de Schumann, la menos agradecida de su catálogo. Su primer concierto incluyó quizá las dos más importantes sinfonías inacabadas, las de Schubert y Bruckner. Comenzó con una bien hilvanada «Incompleta» en un pianisimo casi inaudible de la cuerda y no tanto de las maderas. A los directores habría que advertirles de subirse al anfiteatro mientras la orquesta suena para comprobar los balances sonoros, que la sala premia a los instrumentos traseros. De ahí que el viento metal adquiriese demasiada relevancia en el primer tiempo. Precioso y muy latino el segundo por su claridad y legato. Dirigió sin batuta y optando por la formación «cuarteto». Tomó luego la batuta para construir una «Novena» vibrante, también algo pasada por el Mediterráneo, lo que funcionó especialmente bien en el adagio conclusivo y permitió otorgar una ligereza a la música de Bruckner que muchos directores no logran. ¡Qué maravillosos finales nos ha regalado Ibermúsica: el «Libera me» del «Requiem» verdiano, el «Agnus Dei» de la «Misa en si menor» bachiana y los últimos movimientos de las Novenas de Mahler y Bruckner! Músicas para una despedida, a las que yo uniría otra de menor categoría, pero profundamente hermosa, como es el intermedio del tercer acto de «Manon Lescaut» que, por algo, eligió para morir Thomas Schippers y así se lo pidió a Menotti. Gracias, Ibermúsica.