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Crítica de clásica

Crítica de "The Fairy Queen", de Henry Purcell: La magia coral de Purcell

The Fairy Queen de Henry Purcell (versión semiescenificada). Simon Robson, actor. Vox Luminis, coro y orquesta. Concepto, escenografía y sombras: Emilie Lauwers. Dirección musical: Lionel Meunier. 15 de noviembre

El conjunto Vox Luminis
El conjunto Vox LuminisTeatro Real

Subir a un escenario The Fairy Queen de Henry Purcell es poco más que una utopía. Si se respetan los usos interpretativos de la época, falta mucha palabra y sobra solemnidad interpretativa, porque hablamos de una obra que no es una ópera y donde la música de Purcell tenía una presencia mucho menos mitificada que la que se le da hoy día. Y si se representa solo lo estrictamente musical, la ausencia de tejido dramático es difícilmente asumible. Esta disyuntiva forma parte de la gran dificultad que a día de hoy mantiene el mundo lírico purcellinao: enfrentarse a un genio con una única ópera conservada —ni completa ni manuscrita— y cuatro semi-óperas que han de reelaborarse radicalmente para subir a las tablas, como ya pasó hace una década con The Indian Queen de Purcell/Currentzis/Sellars.

Así que la propuesta de Vox Luminis viene de nuevo a intentar encontrar un hueco practicable con poso de elegancia que permita representar una música genial pero caída en un lugar complicado a cuenta de la desaparición del modelo que la vio nacer. Emilie Lauwers propuso para ese tránsito una escenografía sencilla, con una pantalla de dimensiones modestas sobre el escenario donde se emulaban juegos de sombras a través de siluetas de animales, bosques, flores... de la naturaleza al completo. Se complementaba la sucesión de imágenes simbólicas con una iluminación cuidada y la linterna mágica en primer término desde la que el actor Simon Robson recitaba textos. Se podría presuponer que la inclusión de la palabra completaría el vacío de trama, pero en realidad fue redoblar la apuesta: los textos abrían aún más la interpretación simbólica original y se sumergían en el espíritu evocador. Más allá de estos elementos, y como suele ocurrir con Vox Luminis, trasiego de protagonistas en el centro y los laterales del escenario, con buenas intenciones y entrando de lleno en la poco transitada categoría de las feel good operas.

A nivel coral, la rutina de lujo de la agrupación, un coro hecho de solistas sin serlo y solistas que cantan en un coro sin parecerlo. Varios miembros de Vox Luminis se encargaron de las intervenciones a solo, en dúo o trío con una visión de conjunto siempre encomiable, sin egolatría en las intervenciones ni excesos de brillantez. Como era de esperar, el aria de pseudo-Dido “O let me weep” fue la intervención solista más celebrada. La orquesta resolvió sin dificultades el territorio intermedio de la música de Purcell de la época, tan afrancesada como presa de los usos instrumentales ingleses. Aunque, claro, lo mejor de la obra y de la velada fueron los esperados coros, en esa escritura magnífica de elegancia contrapuntística sin límites y empuje popular. La mezcla entre proyecciones, coros pastoriles, movimiento de cantantes y pulso musical completaron un concierto que se fue a las tres horas y que, más allá de la notable interpretación, habría sido agotadora si no fuera por la variedad, color y genialidad del “orfeo inglés”.