Diego el Cigala: “El flamenco siempre está en peligro”
El cantaor ha publicado “Obras maestras”, un disco de bolero flamenco antes de embarcarse en su regreso al cante ortodoxo
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Nacido en El Rastro de Madrid, crecido en los tablaos, licenciado junto al piano de Bebo Valdés y enamorado de América Latina, Diego el Cigala continúa su periplo por las extremidades del flamenco y del mundo. El cantaor, “un peligro para lo flamencólogos”, como se autodefine, se entrega a los boleros (como ya hicera con los tangos o el mariachi) con su nuevo disco, “Obras maestras”, en el que canta diez composiciones inmortales con poderes mágicos.
¿Por qué ahora el bolero?
Porque son temas que he escuchado desde niño cantadas por Machín o Manzanero... temas que te hacen volver al pasado. Yo buscaba un disco sólido, que la gente se pare.
Su padre los escuchaba.
Y a Lucho Gatica, José Feliciano... era un gitano que tenía gusto. Sabía de lo bueno. Es que hablamos de colosos, que están en cualquier casa de cualquier español.
Es un disco para ponerse tierno. Con potencial afrodisíaco.
(Risas) Creo que sí. Que si quieres enamorar a una chica con un buen ambiente... la cosa se allana con este disco.
Hay que ser muy torpe para no conseguir algo...
(Risas) Buenísimo. Para mí lo que más vale es que la gente sienta algo. Que se ponga amorosa o que se le caiga una lágrima. Y si te pilla a las tres de la mañana, a lo mejor es una puñalada en el costado que te deja seco.
En todos los boleros se ama muy fuerte. ¿Cómo ama El Cigala?
Cuando me enamoro, es de verdad. Cuando se quiere a la persona, te da igual todo. Yo he pasado pruebas de amor muy duras. Hoy en día, el amor no es como antes. A la primera, ¡divorcio! Pero hay que agradecer todos los días lo que tienes y cuidar a tu mujer, a tu pareja. Porque Dios nos la puso para hacernos felices unos a otros.
¿Qué dice el bolero?
Yo reivindico la música. Sea flamenco o jazz. Es una música con profundidad, que te deja una huella cuando la escuchas. Para mí, después de “Lágrimas Negras”, es mi mejor disco.
¿Cómo se logra que suene fusión flamenca pero de la buena?
Tienes que tener un sentido latino dentro. Hay que conocer lo que fusionas. Llevo 20 años yendo al Caribe. Cuba, Puerto Rico, Panamá, Colombia, Dominicana, y he vivido con ellos, con la gente, con el pueblo. Y vas tomando un poquito de cada lado. Los latinos y los gitanos se parecen, van tirando con nada y con poco montan una fiesta. Chavela Vargas me dijo que conocía bien a los gitanos y que yo no era uno normal, sino que llevaba mucho tiempo viajando y escuchando. Pocos flamencos han escuchado el “Stabat Mater” de Prgolesi o un “Réquiem” o “Tosca”. Yo sí. He convivido 7 años con Omara Portuondo, con Bebo, que cada cosa que me contaba yo iba a escucharlo. Él me hablaba de Chano Pozo, Peruchín o de Mongo Santamaría. Él me dio ese conocimiento. Thelonious Monk, Ernesto Lecuona, Rolando Laserie, Benny Moré... y lo escuchaba todo. Siempre estaba en esa lucha. Y para meterte en eso es necesario.
¿Volverá al flamenco ortodoxo clásico?
-Por supuesto. De hecho, ya estoy. Son siete años sin hacerlo y ya no puedo, lo echo de menos. Luchar por esto, porque corre peligro. Hay que hacer un "discazo" y ya estoy con los temas. El flamenco lo dejaron los grandes, pero hay que hacerlo.
¿Corre peligro el flamenco?
Sí. No es solo cantar por bulerías, que ojo, perdona por la osadía, que es el palo más difícil. Pero yo quiero ver a cantaores dos horas haciendo flamenco, que se hace muy poco. Se busca mucho el efectismo, la producción moderna. Y yo no le hago una crítica a nadie. Es una necesidad que tengo, que no veo ese flamenco que he escuchado. Eso de donde yo vengo, la última etapa de genialidades. Eso no lo hay. Y en guitarra sí que lo hay. Hay bestias. Cantar es otra cosa. Aunque el flamenco siempre corre peligro. Yo quiero llegar a Nueva York o Canadá y quiero sentarme con una mesa. Y quiero unos nudillos y unas palmas. El flamenco ya no es para cuarto de cabales, es universal.
¿Y eso es bueno o es malo como dicen algunos?
Yo para los flamencólogos soy un peligro número uno. Porque lo desvirtúo, hago boleros... Eso no me ha quitado el sueño. El que decide es la público, que paga. Pero es que yo soy flamenco desde por la mañana. Habrá quien lo le guste mi música, pero bueno, yo no me he apartado jamás del flamenco.
Vive en República Dominicana... ¿Qué recuerda de Madrid?
Yo me acuerdo de mi corrala, de mi Ribera de Curtidores, de El Rastro. Esa cuesta con la bici sin frenos... madre... ese barrio, esa infancia que fue maravillosa, siempre embarrado, con el balón y la bici y llegaba a medianoche y mi madre me daba unas curras... ¿pero qué hago contigo? Y sacaba una palangana para fregarme... (risas). El Rastro, Lavapiés... ha cambiado todo, pero está para siempre.