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Tras las huellas de Bob Dylan

Del folk al punk-rock, la singularidad artística del músico de Minnesota no solo viene de su talento innato, sino de la asimilación de múltiples influencias y su enciclopédico conocimiento
Bob Dylan
Bob DylanCordon Press
La Razón
  • Alberto Bravo

    Alberto Bravo

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Alguien escribió una vez en un papel viejo que el valor de un artista viene dado por la suma de sus influencias junto a su genio innato. En el caso de Bob Dylan, su talento genuino es innegable, pero lo que más sorprende es conocer cuáles han sido sus influencias a lo largo de seis décadas de carrera, algunas de ellas realmente sorprendentes para quienes no hayan seguido su obra muy de cerca. Porque, se crea o no, siempre fue tan inquieto como ecléctico a la hora de buscar referentes que actuaran como impulso de su propia obra.
«Dylan no es muy fan de sí mismo, pero sí es una persona muy inquieta. Existen muchas influencias que nunca ha ocultado y todo acaba reflejándose en sus canciones», explica Julián Hernández, autor del reciente libro «Otras voces» (Milenio), donde repasa todas las influencias del Nobel a través de todas las versiones que ha grabado en sus discos, que son unas cuantas. Un excelente complemento al reciente «Filosofía de la canción moderna» (Anagrama), donde el propio Dylan repasaba alguna de sus canciones favoritas. Y cómo olvidar su memorable programa «Theme Time Radio»…
Aunque muchas veces se le tenga como un artista «retro», y en muchas cosas lo es, Dylan nunca ha dejado de estar conectado a cada corriente que le fue interesando durante cada etapa de su carrera. Y no solo fue el folk o el rock and roll, sino también el jazz, la nueva ola o hasta el punk-rock. «A lo largo de su vida, siempre ha seguido su instinto y ha dejado descolocados a todos. Le gusta hacer versiones y claramente le gusta mucho la música. Demuestra una enorme pasión», destaca Julián Hernández.
Bob Dylan fue uno de aquellos millones de jóvenes que se sintió fascinado ante la explosión del primer Elvis. Siempre quiso ser un rocker. Adoraba a Fats Domino, Gene Vincent o Buddy Holly, otras de sus primeras influencias.
Algo hizo clic en su mente cuando empezó a deleitarse con las viejas baladas de los Apalaches y el folk que venía de las islas. Y en cuanto escuchó las canciones de Woody Guthrie decidió marcharse a Nueva York. No solo para conocer a su nuevo ídolo, ya moribundo, sino para meterse de lleno en la nueva corriente folk que estaba surgiendo en el Village. Su conocimiento de la tradición es enciclopédico y ha hecho cientos de versiones de folk. «Tiene una memoria muy especial para las canciones y una increíble capacidad para retener las melodías y los textos», destaca Julián Hernández.
Otra de sus primeras influencias fue Robert Johnson. Y la parte del blues que más le interesó fue la más oscura: Charly Patton, Leadbelly, Howlin’ Wolf, Odetta o Elmore James, por ejemplo. Y lo toca mucho mejor de lo que la gente cree. Baste escuchar las sesiones de grabación de «Time out of mind». Y otro apunte: no solo le interesó el blues añejo, sino que celebró la renovación del género realizada desde Inglaterra a mediados de los 60 con iluminados como The Animals, Peter Green, Eric Clapton o los primeros Rolling Stones. Y también lo que vino después, con la reinvención del género a cargo de Jimi Hendrix o el desarrollo jam-band de la Allman Brothers Band.
Primero fue Elvis y luego fueron los Beatles. Dylan también se quedó impresionado cuando vio al cuarteto tocar en el programa de televisión de Ed Sullivan. Ellos fueron uno de los grandes impulsos para abandonar el folk y pasarse definitivamente al rock. Y también bendijo a The Byrds, quienes llevaron muchas de sus canciones folk al terreno del pop y el folk-rock. Lejos de ofenderse, lo reivindicó. «¡Hasta se puede bailar!», dijo de «Mr. Tambourine Man».
A Dylan siempre le encantó el country & western. Primero con Hank Williams, otra de sus influencias primerizas más fuertes, y después con clásicos como Merle Haggard o Johnny Cash. De este último aprendió a estar atento a cualquier influencia nueva y una de ellas –tan denostada por los puristas– fue el country-rock de la costa oeste de finales de los 60. Primero con Rick Nelson, luego con Gram Parsons y Emmylou Harris, después con el «American Beauty» de Grateful Dead y finalmente con The Eagles, por quienes siente una devoción que todavía extraña a muchos de sus propios seguidores.
La industria del disco siempre buscó «nuevos Dylan» y así se alimentó una corriente de cantautores a quienes el de Minnesota nunca vio como competencia, sino gente de quien aprender. Estaban contemporáneos como Eric Andersen o Gordon Lightfoot, pero una nueva generación también le llamó poderosamente la atención, como fue principalmente el movimiento surgido en Laurel Canyon. En algún momento de su carrera ha hecho versiones de artistas como Joni Mitchell, Neil Young, Warren Zevon, Don Henley y muchos otros de aquella escena. Por otra parte, y viajando a la otra costa de Estados Unidos, también reivindicó la figura de Bruce Springsteen, a quien considera como «el último producto realmente original del rock americano», y a mediados de los 80 unió su carrera a la de Tom Petty, con quien giró y escribió canciones.
Se crea o no, Dylan disfrutó de una extraña satisfacción por el sonido generado a finales de los 70 en las islas británicas. Quizá fue también por todo lo que le gustaba a su hijo Jakob. Por ejemplo, con la nueva ola de Elvis Costello, Nick Lowe o Squeeze. Pero también con el punk-rock de The Clash, otro grupo al que veneraba. De hecho, durante varios conciertos en Londres en 2005 cantó una estrofa del incandescente «London Calling». También se ha deshecho en elogios hacia el genio indómito de Shane MacGowan, el inclasificable líder de The Pogues.
Su imagen de gruñón contrasta con lo que dicen sus colegas cuando hablan del Dylan más íntimo. Nunca ha rivalizado con sus contemporáneos y públicamente ha mostrado su admiración hacia muchos de ellos, muchas veces tocando en directo junto a ellos o reivindicando su figura. Hablamos de casos como los del Neil Young, Leonard Cohen, Paul Simon, Van Morrison, Keith Richards, Eric Clapton, Jerry Garcia, Lou Reed, Paul McCartney o Tom Waits.
Es cierto que a medida que los movimientos musicales fueron perdiendo su importancia (o trascendencia) con el paso de los años, Dylan pareció acomodarse más y más en los brazos del pasado y principalmente aquellos sonidos que llenaron su infancia y adolescencia. Tanto es así que dedicó tres discos (uno de ellos triple) a repasar viejos estándares del jazz con Frank Sinatra (otro de sus ídolos) como faro. Y sus espectáculos en directo no dejan de recordar a esas pequeñas orquestas de jazz o hillbilly del pasado, con una banda uniformada bajo tenues luces y donde lo importante es la música.
La fiebre española por sus entradas
Corrieron una suerte dispar, pero, teniendo en cuenta los tiempos que corren y su precio de venta, las entradas para la próxima gira de Bob Dylan por España fueron devoradas por sus fans. En primer lugar, hay que hacer mención a la extensión de la próxima gira del músico de 81 años: nada menos que 12 noches en nuesto país, donde siempre hace parada. En segundo lugar, las dimensiones de los recintos, que incluyen pabellones deportivos, plazas de toros y teatros de gran aforo. En tercero, casos como los de Madrid, Sevilla y Granada, donde las entradas, que en muchso casos superaban los 200 euros, volaron en cuestión de minutos. Media hora duraron en Granada y una en Madrid. En otros lugares, las entradas asequibles volaron y las de precio superior todavía pueden adquirirse.