Crítica

«Moisés y Aaron»: una ópera contra la voz humana

El Real estrena por primera vez y por todo lo alto la obra maestra dodecafónica de Schoenberg con un montaje de Castellucci y el soberbio trabajo de todo un año del coro titular, que representa al pueblo hebreo

«Moisés y Aaron»: una ópera contra la voz humana
«Moisés y Aaron»: una ópera contra la voz humanalarazon

El Real estrena por primera vez y por todo lo alto la obra maestra dodecafónica de Schoenberg con un montaje de Castellucci y el soberbio trabajo de todo un año del coro titular, que representa al pueblo hebreo

Al igual que Moisés subió al Sinai en busca de la nueva ley, Arnold Schoenberg fue a las raíces de la música con un mismo temblor iniciático. Y de aquella «zarza ardiente» se trajo el dodecafonismo. Schoenberg, a diferencia del profeta bíblico, no quiso enseñar su técnica en calidad de norma. Sólo la dio a conocer entre sus allegados en el arte. Pero aquel experimento hizo furor en los años 30 y para sus acólitos la ópera «Moisés y Aaron» pasó a convertirse en las Dos Tablas del dodecafonismo.

Ahora llega a Madrid, 80 años después de su composición y más de 60 desde que se representara por vez primera en 1954 en Hamburgo. En España sólo se había visto esta ópera en el Liceo de Barcelona (1981) y en versión concierto en el Teatro Real en 2012. Es la primera vez que se representa sobre las tablas del coliseo madrileño y la institución ha decidido que sea un «acontecimiento mayúsculo, de los más grandes que se han visto en esta casa, uno de los puntos álgidos de la historia de este teatro». Lo dice Joan Matabosch, que ha apostado por «Moisés y Aaron» como gran bomba del año conmemorativo de los 200 del Teatro. El montaje es de tronío: cerca de 400 personas implicadas (entre ellos, 48 bailarines, 80 cantantes del coro, 6 especialistas en alpinismo y 3 submarinistas), un gran despliegue de medios liderado por el famoso director de escena Romeo Castelluci, y hasta un toro sobre las tablas durante 15 minutos. El pasado mes de octubre se estrenó en París, en medio de gran expectación. Su llegada a Madrid supone saldar una cuenta pendiente con el padre del dodecafonismo y con Castelluci, quien nunca había trabajado en el Real.

Quien también se estrena en el coliseo madrileño es Lothar Koenigs, director musical de un «Moisés y Aaron» con cuyas partituras ya se ha peleado desde la orquesta de Cardiff. La historia musicalizada del hombre que descubrió al pueblo de Israel su destino y la palabra de Dios, enfrentándose a la idolatría y las falsas interpretaciones, está, dice, «cerca de mi corazón». Como alemán y judío que es, al igual que Schoenberg, que comenzó a dar forma a esta ópera poco después de vivir en carne propia los efectos del antisemitismo en Salzburgo –en 1921 lo expulsaron de un hotel por ser judío–, Koenigs cree en la fuerza de una «partitura profundasmente auténtica y verdadera» en la que aletea siempre la presencia de aquel Dios invisible de Israel y donde está constantemente plasmada la dualidad entre Moisés (el profeta, el idealista cuyo concepto de la divinidad es puro e irrepresentable) y Aaron (el hombre práctico, el político, que hace al pueblo tangible ese ideal mediante representaciones y apariencias). Schoenberg compuso «Moisés y Aaron» –por cierto, que en el libreto escribió «Aron» para evitar que el título en alemán tuviese 13 letras, número por el que sentía una fuerte fobia– entre 1926 y 1932. Culminó sólo dos de los tres actos. Y a su muerte, en 1951, quedó inacabada.

«Moisés y Aaron» es un desafío constante, también para el público, y Koenigs lo sabe, por eso anima a la audiencia a «olvidarse de las dificultades del dodecafonismo y mantener la mente abierta como si se fuera a una ópera de Mozart. El propio Schoenberg dijo que lo importante era percibir la música, sin pensar en la teoría que hay detrás». El esqueleto es, eso, el dodecafonismo: la atonalidad, la renuncia al sistema clásico de escalas y, por tanto, la libertad de la notación; ningun tono está supeditado a otro, ninguna nota se relaciona con la anterior o la venidera.

Esa complejidad de «Moisés y Aaron» es sinfónica pero especialmente vocal. «Es una música escrita a veces contra la voz humana», dice Koenigs. Por eso, el trabajo del maestro Andrés Máspero como director del coro titular es posiblemente la pieza fundamental. Un año llevan trabajando intermitentemente en esta obra los 80 integrantes del coro, el pueblo de Israel, convertido prácticamente en el personaje principal. «Es una dedicación mayor que todas las experiencias previas que he tenido», señala Máspero, quien considera asimismo que Schoenberg «va en contra a veces de la anatomía vocal». La sofisticación musical es tal que han tenido que ensayar con dos pianofortes ante la imposibilidad de reproducir con uno solo una creación que en ocasiones, dice Máspero, «no puede captar el oído humano». Además, durante estos doce meses, el coro titular ha tenido que dominar a la perfección el alemán original del libreto.

Sobre esta masa de 80 personas que cantan los miedos, las desventuras, las esperanzas y las locuras del pueblo de Israel en el desierto se asienta también gran parte de la escenografía. «El coro tiene una función importantísima, está en escena de principio a fin», señala Castellucci. El público de Madrid podrá, por fin, conocer de primera mano el trabajo de un escenógrafo de peso específico, autónomo, un creador polémico pero reputadísimo que se ha servido de Wagner o Dante, entre otros, para mostrar su personal modo de entender el teatro, la ópera como un espectáculo total. El reto de Castellucci es representar una obra «en la que Moisés se bate constantemente contra las imágenes, obsesionado con la pureza del pensamiento. Las imágenes en ‘‘Moisés y Aaron’’ surgen a través del conflicto y resulta paradójico tratar el tema de la imagen, la representación de las ideas y de Dios, a través de imágenes». Por eso, el primer acto, en el que Moisés gobierna la acción, es «anicónico», con una bruma constante, una veladura blanca, un Dios incorpóreo... En el segundo acto es donde Castellucci moviliza mayor número de recursos. El pueblo de Israel se abandona a la idolatría y las orgías, Aaron trata de contemporizar mientras Moisés se mantiene en la montaña. Mujeres desnudas, acrobacias, efectos, luces, pinturas dan idea del descarrio. La obra inacabada termina con un desolado planto de Moisés: «Oh palabra, palabra que me falta».

La vida de «prima donna» de Easy Rider

Más allá de Moisés, Schoenberg o el coro, si hay un protagonista estelar en este montaje es Easy Rider, el toro charolés de 1.500 kilos que se sube a escena durante cerca de 15 minutos. Su presencia ha provocado el rechazo de los colectivos animalistas, con cerca de 50.000 firmas para evitar su aparición por presunto un «maltrato». Castellucci consideró que esta polémica «es muy banal y superficial, fundada sobre una mentira». Tanto el director de escena como el director general del teatro, Ignacio García-Belenguer, detallaron las condiciones del animal, «con todos los papeles en regla». Easy Rider, cuyo propietario es francés, es un toro acostumbrado a aparecer en espectáculos y a viajar, de índole tranquila y cuyos cuidados y garantías son extremos. «Por la mañana se lo saca de paseo, se le lava, se le da de desayunar, se le prepara y cambia el heno, se le hidrata», señaló García-Belenguer. La presencia del morlaco cuesta 35.000 euros al Real, precisamente, señalan, por sus muchos cuidados. Se le han dispuesto 600 kilos de paja y 1.000 de heno. «No sufre ni se le maltrata», insistieron. «Y es una mentira alucinante que esté drogado en escena», añade Castellucci, quien defiende su presencia no como «algo decorativo sino esencial enm la obra».