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Música

De Nebraska a Hollywood: el incombustible viaje de Bruce Springsteen

Se edita una fascinante reedición del álbum más oscuro del músico, cuyo proceso de creación le llevó al abismo y que es la etapa en la que se centra la película 'Deliver me from nowhere', que se estrena próximamente

Bruce Springsteen en los tiempos de "Nebraska"
Bruce Springsteen en los tiempos de "Nebraska"Sony

«Nebraska» se abre con un fragmento ficticio del testimonio pronunciado por el asesino en masa Charles Starkweather ante el juez que está a punto de mandarlo a la silla eléctrica. «La vi de pie en el jardín delantero de su casa, haciendo girar su palo», canta Bruce Springsteen con más acento del medio-oeste que de Nueva Jersey. «Ella y yo dimos una vuelta, señor, y murieron 10 personas inocentes», dice. Este es el comienzo del disco más oscuro del artista estadounidense y el que proclamó como su favorito. Un periodo singular del músico, aquel de comienzos de los 80, que ahora se recupera en forma de lujosa reedición y película, titulada «Deliver me from nowhere».

Sin apenas tiempo para digerir los siete discos inéditos que entregó Springsteen a comienzos de verano, ahora llega «Nebraska ’82: Expanded Edition», que tiene el siguiente contenido: «Nebraska Outtakes», con rarezas que incluyen grabaciones caseras y temas de una sesión de estudio en solitario de 1982, «Electric Nebraska», con las sesiones junto a la The E Street Band, un tercer volumen con la interpretación del álbum íntegro en el Count Basie Theatre de Nueva Jersey y un cuarto disco con la nueva remasterización del álbum original. Además, se incluye el concierto sin público que dio en el Count Basie Theatre, filmado para la ocasión en blanco y negro por su colaborador habitual Thom Zimny. Y el 24 de octubre llegará a los cines españolesla película «Springsteen: deliver me from nowhere», dirigida por Scott Cooper y protagonizada por Jeremy Allen White.

Springsteen calificó en su día aquel disco como su favorito. La cuestión de los resultados artísticos es siempre subjetiva y debatible, pero no así los hechos que ocurrieron. Y realmente aquella fue una época fascinante en la vida del artista de Nueva Jersey. En aquellos días, ya era una gran estrella. No planetaria –aquello no llegaría hasta mitad de década, con «Born in the USA»–, pero sí era capaz de robar todo el protagonismo de un concierto con Crosby, Stills & Nash, Jackson Browne, Tom Petty, James Taylor, Bonnie Raitt y demás, como ocurrió en «No Nukes». Había encadenado tres discos que se podrían calificar sin rubor como históricos –«Born to run», «Darkness on the edge of town» y «The river»– y el músico se enfrentaba a ese momento por el que alguna vez han pasado todos los grandes artistas con un mínimo de compromiso con el arte: ¿y ahora qué?

El chico ya se había forjado una buena y honesta reputación como cronista de desesperados, marginados, oprimidos y perdedores en general. Lo que aún no había hecho era escribir canciones sobre asesinos y psicópatas. Y «Nebraska» estaba lleno de salvajes, depravados y brutos. Desde el obrero borracho que disparaba a un empleado nocturno en «Johnny 99» hasta el veterano de Vietnam de «Highway Patrolman» que era capaz de destrozar la cabeza a golpes a un tipo que simplemente había cometido el error de pasar por ahí. Lo hacía desde la perspectiva más inteligente, mostrando las canciones de forma cinematográfica y exponiendo la historia en forma de crónica que acercaba al hombre, no al asesino. Respetaba al oyente inteligente para que él mismo extrajera sus conclusiones.

Sangrienta tradición

Springsteen tenía las canciones, pero no tenía la música. Se había labrado su fama tocando durante años con la fastuosa E-Street Band, un numeroso combo en el que había piano, órgano y saxo. Con ese sonido orquestal había conseguido llenar cada noche grandes recintos y vender millones de discos. Lo que ocurrió es que simplemente no pudo imaginar esas canciones nuevas sonando con banda de rock and roll. Lo que quedaría finalmente sería el resultado de un solo día de grabación, tocando él mismo todos los instrumentos y registrando sus interpretaciones con un equipo casero que apenas constaba de una grabadora de casete japonesa Tascam 144, un retardador de cinta Echoplex, un radiocasete Panasonic y una cinta barata. Un rudimentario estudio amateur que apenas le costó 1.000 dólares.

Cuando Columbia supo que su nuevo chico favorito tenía nuevas canciones, se frotó las manos. Cuando las escucharon, torcieron el gesto. ¿Asesinos? ¿Disparos? ¿Sangre? ¿Muertos? ¿Derrota? Era Starkweather, el adolescente pirado y antipático que engañó a su novia de 14 años para que cometiera una masacre en enero de 1958. Eran canciones que remitían a Woody Guthrie, Leadbelly, Pete Seeger y toda la hermosa y sangrienta tradición del blues. También a John Steinbeck y las malas tierras de América. Pero a los ejecutivos de la discográfica se les doblaron las piernas cuando Springsteen y su manager, Jon Landau, les dijeron que aquello no eran las maquetas, sino el disco.

«Quería cuentos negros para dormir», escribiría en su autobiografía de 2016, «Born to Run», recordando el período creativo que dio origen a Nebraska. «Pensé en los discos de John Lee Hooker y Robert Johnson, música que sonaba muy bien con las luces apagadas. Quería que el oyente escuchara pensar a mis personajes, que sintiera sus pensamientos, sus decisiones», añadiría. De la misma forma que Starkweather nunca mostró arrepentimiento por sus actos, Springsteen tampoco pidió perdón por aquel volantazo en su carrera. Al contrario. Peleó por su disco porque allí estaba no solo el resultado artístico de su inspiración, sino un sentimiento de autoafirmación legítimo como artista. Su voluntad para grabar su arte independientemente de las modas y deseos de los ejecutivos. Starkweather jamás se arrepintió. No pidió perdón ni siquiera mientras estaba sentado en la silla eléctrica una tórrida mañana del 25 de junio de 1959 antes de achicharrarle la cabeza. Las transcripciones del tribunal mostraron que también permaneció indiferente durante el juicio. Cuando su propio abogado principal, T. Clement Gaughan, le preguntó si sentía remordimiento por las personas que asesinó, arrojó esta simple frase: «No voy a responder a eso». De la misma forma, Springsteen renunció a explicar de qué iba aquello de «Nebraska». Realmente, todo estaba en las canciones, en aquella simpleza de su voz y su guitarra acústica. «No puedo decir que me arrepienta de las cosas que hicimos / Al menos por un rato, señor, ella y yo nos divertimos», resumen Starkweather y Springsteen.

Y, qué curioso, aquello es ahora también una película. Es el improbable viaje de 19 horas que separa Nebraska de Hollywood, los 1.340 kilómetros que marcan la distancia entre las malas tierras y las pantallas de cine, entre la pesadilla y el sueño americano. «Deliver me from nowhere» se apunta a la nueva moda –como ocurrió con la exitosa «A Complete Unknown» sobre Bob Dylan– de elegir un momento concreto en la vida de un artista antes que el relato apresurado de una vida completa, como han venido siendo los biopics al uso. El filme cuenta con el visto bueno de Springsteen, quien incluso ha participado en la promoción. «Esta película toma un par de años de mi vida y los examina muy de cerca, una época en la que hice ‘‘Nebraska’’ y pasé por algunas dificultades personales. Estoy muy agradecido a Jeremy Allen White y a todo el reparto por sus maravillosas y conmovedoras interpretaciones», ha dicho. El inicio del camino fue Nebraska y Hollywood ha sido su parada final. Porque todo es posible en EE UU, el país que una vez fue la tierra de los sueños y oportunidades.

El éxito del fracaso

El comienzo de "Nebraska" fue el clásico: composición con un hilo conductor, grabación de maquetas, presentación de las canciones a la banda, ensayos, arreglos… Pero aquello no funcionaba. La historia se perdía con la electricidad y el oyente se distraía del verdadero contenido y no podía extraer fácilmente sus conclusiones. Paradójicamente, el grupo restaba fuerza. “Fui al estudio y llevé a la banda. Regrabamos, mezclamos y conseguimos empeorarlo todo. Al final, ya satisfecho por haber explorado todas las posibilidades musicales, recuperé la cinta que había grabado en casa y que aún llevaba en el bolsillo de mis pantalones y dije: ‘Este es el disco’”. "Nebraska" fue un fracaso comercial, pero un éxito artístico. Dos años después, Columbia vería recompensada su paciencia y derrota inicial con la llegada de ‘Born in the USA’.

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