Selvático animal

Pedro Guerra: "El mayor problema de la izquierda es la eterna desunión"

Con el segundo volumen de su disco "Parceiros" ya ultimado, el cantautor canario comienza este mes, en Córdoba, una gira española con su colega Javier Álvarez

Entrevista con el cantante Pedro Guerra. © Alberto R. Roldán / Diario La Razón. 21 03 2024
Entrevista con el cantante Pedro Guerra.© Alberto R. Roldán / Diario La Razón.Alberto R. RoldánFotógrafos

Acaban de aparecer en plataformas digitales los primeros temas del volumen 2 de «Parceiros», el trabajo de creaciones conjuntas ideado y puesto en marcha por Pedro Guerra. «El segundo adelanto, ya disponible, es con Ismael Serrano –explica–. El tercero será con Juanes y después saldrá el volumen 2 entero con un tema destacado de Amaral. “Parceiros” viene de Brasil; allí se utiliza cuando dos autores se juntan para hacer una canción. Lo aprendí leyendo una biografía de Vinícius de Moraes: él hacía parcería con muchos artistas. Por ejemplo, con Antônio Carlos Jobim, con quien compuso “La chica de Ipanema”. Cada canción, en este caso, está escrita con alguien y cantada con esa persona, y no invito a “parceiros” a nadie a quien no admire mucho». Los pilares de Guerra son Silvio Rodríguez, Caetano Veloso y Fito Páez. ¿Sigue vigente ese basamento? «Sí –contesta sin dudarlo–, es que esos son los cimientos y sobre ellos construyes tu casa. Encima hemos ido añadiendo otras cosas, pero todo está asentado sobre ese triángulo que tiene a tres personas visibles, pero que está hablando de Cuba, Brasil y Argentina y, en efecto, de tres formas de plantear la música y sentirla. Para mí –revela–, Silvio es el artista más grande que hay en castellano. Están Milanés, Serrat, Sabina, Aute. Pero Silvio tiene algo que lo hace muy potente. Escribe unas letras espectaculares. Si no fuera porque estamos hablando de hispanohablantes, Silvio está a la altura de Dylan o de Cohen. Pero los anglos lo han tenido mejor, porque pueden tener una proyección internacional que los hace más fuertes».

Gira con Javier Álvarez

A principios de los 90, Guerra inició con Javier Álvarez lo que vino a llamarse la «nueva generación de cantautores madrileños», de la que también formaron parte Ella Baila Sola, Ismael Serrano, Rosana y Tontxu, entre otros. ¿Fue una generación o un invento periodístico? «No sé si las generaciones existen. De alguna manera son un “invento”. Hay movimientos que se generan con un manifiesto, y nosotros eso no lo hicimos. Pero es cierto que a principios de los 90 confluyeron una serie de artistas en Madrid, en torno al Libertad 8. Ahí empezamos a cantar Javier Álvarez y yo, y luego llegaron Tontxu, Ismael y otros. Es verdad que cuando es absorbido por la industria, esta lo empieza a movilizar. También, a la hora de ir a los medios: es más fácil llamarlo generación de los 90. Pero ninguno de nosotros lo propuso ni hablamos de ello». Con Javier Álvarez, ahora rebautizado como já, tocará el 20 de abril en Córdoba, en lo que será el inicio de una gira española: «Era una cosa que podía suceder en cualquier momento. Ese concierto funcionará como el pistoletazo de salida de “Aunque ya no soy dos”, que es una gira que durará este año y parte del siguiente».

Pese a la veintena de discos publicados y a un excelente racimo de canciones, su composición más célebre es «Contamíname», la que lo dio a conocer. ¿Se ve capaz de hacer un éxito de esa magnitud? «Uno aspira a hacer algo así todos los días, pero a veces se da con la tecla. Surgió de la lectura del libro “El naranjo”, de Carlos Fuentes, que habla sobre el mestizaje cultural. En una serie de entrevistas utilizó la expresión “contaminación cultural” para hablar del mestizaje, y esa idea me encantó porque yo pensaba en la contaminación como algo malo y él hablaba de ella como algo bueno. Y que la cantaran Ana Belén y Víctor Manuel fue algo que me ayudó mucho. Di con una canción que tenía una clave muy poderosa, y Víctor y Ana la amplificaron. Cumple 30 años este año, que es cuando se dio a conocer y obtuvo el Ondas. ¿Es mi mejor canción? No, no lo creo. Es mi canción que mejor funcionó, pero como compositor no la considero la mejor».

Este artista pasó de una gran exposición pública y mediática al casi anonimato. ¿La vida es más grata y disfrutable desde la retaguardia? «La vida sí, seguro. Tu propia carrera te lo agradece. Porque cuando estás en ese tren de la popularidad acabas recluido, y la reclusión no es buena. Para escribir canciones uno tiene que vivir y estar en contacto con la vida y con el mundo, salir. Hubo una época en que aquella sobreexposición me resultó un poco incómoda. ¿Estoy más a gusto ahora? Seguro. Muchísimo más. Lo otro tiene compensaciones, todo sea dicho, pero, en general, todo el mundo acaba deseando una vida de tranquilidad».

Guerra hizo campaña hace años por Izquierda Unida. Le pregunto por Podemos. Llegaron con la promesa de sanear el sistema político, la vieja política, hablaban de castas, pero enseguida fueron abducidos por aquello contra lo que luchaban. Y Pablo Iglesias, que llegó a ser vicepresidente del Gobierno, es hoy hostelero. ¿Para Guerra ha sido una decepción? «Todo lo que viene de la izquierda y del progresismo lo aplaudo y lo defiendo. Nos movemos en un mundo en el que todo es muy difícil, porque se analiza al minuto y se discute y se opina. La autocrítica no es mala y debe existir –aclara–, pero lo que más me preocupa es que se pierda el poder mirar las cosas no desde dentro del meollo y el mogollón, sino con cierta distancia. Uno mira las cosas desde fuera y hay que estar dentro para saber cómo se maneja. Es muy complicado». ¿Considera que aquello fue una pompa de jabón que, de pronto, estalló? «No. Fue una pompa de jabón que sí, que es verdad que estalló, pero mientras duró, probablemente ha ayudado a avanzar en muchas cosas y a poner sobre la mesa cosas que en este país no se ponían. Hay propuestas de Podemos que han ayudado y son muy importantes. Ellos han estado ahí como parte de una balanza. ¿Que si ha sido un fracaso? Mmm. No. Hay cosas que ellos han aportado que han sido muy buenas. No te las voy a enumerar, pero creo que la irrupción de Podemos fue muy importante. Es posible que la gestión, en el camino, no haya sido todo lo buena del mundo y ahora estemos en otro momento. Pero, insisto, todo lo que se aportó en ese momento, a todos los niveles, es importante. Yo no me movería entre “todo un fracaso, y ya está y pasamos página". El mayor problema de la izquierda –concluye– es la eterna desunión, y yo no quiero participar de eso. Siempre ha habido esa desunión y soy de los que piensan que la izquierda debería afinar y afilar ciertas cosas para estar siempre unida».

[[H2:… y paz]]

Javier Menéndez Flores

Éranse dos pieles de colores distintos. Éranse dos bocas igual de sedientas. Una cabeza que atesora instantáneas de aldeas amarillas y desiertos y otra que convivió siempre con la nieve. Se miran muy fijo, se atraviesan, y se funden como dos pájaros que chocan en pleno vuelo. Porque las razas y las fronteras quedan abolidas en el momento en que el deseo o el amor entran en escena («contamíname, mézclate conmigo»).

En Güímar el sol era el sable incisivo de un mariscal de campo. Y en la Montaña de la Mar o en la del Socorro la civilización tenía el acceso vedado. Pedro corría veloz sin moverse del sitio, niño asido a un rabo de nube porque los globos, malditos sean, se le morían enseguida. No podía saber entonces que los sueños imposibles se materializan como epifanías a bocajarro si caminas ignorando el griterío de los perros. Pero con su mochila cargada de intangibles y su apetito a todas horas estaba llamado a un éxito temprano, ma non troppo.

Aquellos comienzos en soledad, cuando se adentraba en el túnel de la guitarra con la linterna del millón de preguntas, dejaban el regusto grato de las golosinas en el cielo de la boca. Y luego Taller, primera «alma mater», ocho largos años en vena, el entusiasmo de la juventud, el trabajo sin desmayo, la investigación, las charlas hasta el alba. Y Canarias, patria querida, a borbotones («contamíname, mézclate conmigo»).

Y por allí andaba ya Silvio, poeta total, amo y señor de las emociones extremas. Látigo que castiga a los alacranes y a las hienas y beso húmedo en el que nadar como en el mar de una imaginación sin contornos. Escuchar a aquella bestia, a esa mente única, era igual que alimentarse sólo de LSD o pincharse un par de huracanes en la vena más visible del cuello. Y así aprendiste, casi sin querer, que incluso las reivindicaciones sociales podían tener un bello aspecto y encrespar la piel.

Víctor, Ana, abridme la muralla y no me envolváis la Puerta de Alcalá, que me la llevo puesta. Y Broadway tiene un hermano gemelo de nombre Libertad 8, donde un puñado de locos que desafiaron las olas de una vida ortodoxa y una existencia entre el blanco y el negro se juntaban cada noche para jugar a los dados con sus recuerdos y ficciones. Bucaneros de una manera de entender la canción que se quiso nueva, pero que tenía el andamiaje de unas cuantas generaciones de semidioses. Y no necesitas cerrar los ojos para ver, como si los tuvieras delante, a Javier, a Ismael, a Tontxu y a tantos inadaptados borrachos de talento.

Si miras a María como quien observa un tigre o un águila, todo cobra sentido y todo es posible («contamíname, mézclate conmigo»). Y es ahí cuando te sientes tan libre como ese Nino Bravo que entraba en la cabeza de un niño que emprendía el vuelo siempre que aparecía el profe de mates. Y la tristeza de Cecilia, que cantaba cada pieza al borde de las lágrimas, la combatías con el rock sin adornos de Tequila, que te invitaban a saltar y a tocar un rocanrol en la plaza del pueblo y a mirar a esa chica con mil rostros que siempre pasaba de largo como los trenes que no debemos tomar.

Te mentías cuando pensabas que las punzadas en el alma, aquellas que sentiste con tanta insistencia en la infancia, ya nunca volverían a darse con la misma intensidad. Tuvo que llegar Residente, desde el Puerto Rico mestizo y desmelenado y abrasador, con una autobiografía llamada «René» para arrancarte de ese error. La emoción, ahora sí lo sabes, es posible siempre, en cualquier tramo de este tarado viaje en el que andamos inmersos.

Éranse el blanco y su opuesto. Éranse dos bocas como el agua. Una cabeza que atesora instantáneas de cuerpos semidesnudos y otra que sólo recuerda manos enguantadas y gorros de lana. Este río fluye sin pausa, Pedro, y ya no nos queda tiempo para la guerra («contamíname, mézclate conmigo»).