¿Qué convierte un año en una fecha histórica? ¿Quién las define? ¿Los acontecimientos o los poderosos? ¿La religión, la política o la ciencia? El historiador
Patrick Boucheron desembarca con dos títulos de muy distinta intención, forma y factura. Dos obras que responden a dos inquietudes y dos ideas diferentes, como si hubieran salido de personajes encontrados. «
Fechas que hicieron historia», subtitulado «Diez formas de crear un acontecimiento», es un trabajo de divulgación. Unas páginas que apean en unos documentales y que suponen un recorrido por los capítulos que marcaron nuestro pasado. Un libro que nos ayuda a comprender por qué existen hitos que permanecen de manera indeleble en nuestra memoria. El segundo es «
El tiempo que nos queda», un opúsculo de menos páginas, pero muy combativas, donde presenta los peligros que acechan a la democracia y a las sociedades actuales.
¿Existe hoy un catastrofismo excesivo?
El catastrofismo puede provenir de la incertidumbre de la democracia y el auge del autoritarismo. Existe un ataque a las libertades públicas, pero también tiene que ver con la crisis medioambiental. Estamos a pocos días de unas elecciones fundamentales para el mundo, las de Estados Unidos, y podemos ver que la democracia y el medio ambiente tienen a los mismos adversarios y enemigos y están financiados por los mismos intereses económicos. La impresión de catástrofe tiene que ver con la economía y la política que presenciamos hoy. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que el derrumbe es inevitable. Este pensamiento corresponde con una idea de la disciplina de la historia. No solo hay fatalidad, renuncia o resignación. Hay que comprender también que podemos hacer más de lo que podemos pensar. Queda tiempo, pero es urgente actuar.
Pero ha desaparecido el optimismo en el futuro y la gente lo teme.
Lo que escuchamos es que llegamos demasiado tarde. Antes había un mundo deseable y se está degradando. El nacionalismo identitario o nostálgico y el discurso anticapitalista de la izquierda radical, que se queja del mundo que hemos perdido, contribuyen a eso. Me siento incómodo en el papel de historiador, porque estamos haciendo un mal uso de la historia o, al menos, del pasado. Hoy la historia es un argumento para impedir construir un proyecto de futuro. Al decir hoy que el mundo era mejor antes se construye una nostalgia de un pasado que nunca ha existido. Sigamos a Trump. Su concepto de «Hagamos América grande otra vez». La pregunta es: ¿Cuándo fue grande América para él? ¿Antes de la proclamación de los Derechos Civiles? ¿Antes de la Guerra de Secesión? ¿Antes de que se aboliera la esclavitud? ¿Antes de que las mujeres pudieran defender sus derechos? ¿Cuándo fue América grande para Trump? Se trata de eso.
«La democracia y el cambio climático tienen los mismos enemigos»Patrick Boucheron
Y está el cambio climático.
Para mí, la característica principal de nuestro tiempo es el cambio climático. Antes decíamos que necesitábamos una política responsable de medio ambiente para nuestros hijos. Era un enunciado de responsabilidad. Vamos a hacer sacrificios para las generaciones futuras. Ahora hemos entendido que no es para nuestros hijos, es para nosotros. Lo que se nos presentaba como un futuro próximo es hoy nuestra actualidad. El mundo se está degradando. Es menos habitable, y esa habitabilidad está repartida de manera desigual en función de la riqueza y de la posición social. Esto es injusto. Hace siglos, el hombre y la naturaleza no avanzaban al mismo ritmo. La historia de los humanos y la de la Tierra respondía a un ritmo distinto, pero desde el Antropoceno, el tiempo natural y humano son contemporáneos. Eso debería inspirarnos un activismo. No es algo teórico, no es para el futuro, es para nosotros. Por eso, la decisión política tendría efectos de manera inmediata. En un mundo judicializado como el nuestro, los dirigentes políticos que no se ciñeran a eso, a políticas medioambientales, deberían ser responsables por no actuar. Sería una manera de obligar a los políticos a tomar medidas. El catastrofismo produce resignación.
Y genera presentismo.
Estamos obsesionados por el pasado, pero a la vez somos incapaces de proyectarnos hacia el futuro. Estamos en el presente. Nuestro hoy está hecho de tiempos acumulados. El presente es lo que somos y lo que estamos en camino de ser. Pero no todo el mundo tiene los mismos intereses para concebir así las cosas. Hoy sabemos que existe lo que se llama «la fábrica de la ignorancia». Es una estrategia diseñada por grandes grupos de intereses políticos o económicos para retrasar la conciencia política en la ciudadanía creando polémicas falsas. Un ejemplo. Durante mucho tiempo, en los debates, había un ponente en especializado en cambio climático y había otro que era escéptico. El objetivo de este último era retrasar la toma de conciencia de la ciudadanía. Eso era una estrategia premeditada para no actuar. Este partido del cambio climático se está jugando ahora. Todavía tenemos un poco de tiempo, pero es un tiempo político. Hay otro asunto. En Europa estamos ante varios escenarios posibles: estamos en una Europa que ha cedido a la tentación del poder autoritario por todas partes, no solo en Italia o en Hungría, también en Alemania, Austria... Estamos en el cincuenta aniversario de la Revolución de los Claveles y hay 50 diputados de extrema derecha en la asamblea portuguesa. Esto nos da una lección que debemos saber: No basta con recordar el pasado para que el pasado no vuelva.
Hay rabia y polarización.
Mi experiencia me dice que la polarización empieza con una degradación del lenguaje en el espacio público. Se comienza hablando mal y se termina gobernando mal. Por eso Berlusconi y Trump comenzaron en la televisión. A través de los medios de comunicación, degradan el espacio público y hacen que se hable mal. Y hablar mal en política consiste en que las palabras no se ajustan a las cosas. La conclusión de ese proceso es que Trump ya las suelta tan gordas que nos hace reír, como con aquello de comer gatos y perros. A nosotros nos hace gracia, pero cuidado, porque en Inglaterra han tenido a Boris Johnson y en todos los países europeos actuales hay políticos que hacen carrera hablando mal y hablando de cosas que no existen en realidad. Es decir, rompen la relación entre la palabra y la cosa.
Reflexiona sobre el juicio de Sócrates. Ahí está todo el mal de la democracia y todos sus riesgos.
Y nos plantea si debemos glorificar nuestros orígenes, alabar los grandes inicios. El espacio público, en realidad, es un espacio de debate. Empieza cuando uno acepta la razón. La democracia y la filosofía nacieron bajo el mismo sol, pero el primer filósofo detestaba la democracia y los demócratas detestaban a Sócrates y lo mataron. Quizá nos hubiera gustado otra historia, Esto, para mí, es lo que podemos esperar de la historia. El humanismo, el Renacimiento, la Ilustración no nos han legado un cuerpo de doctrinal, sino un montón de problemas y de ambivalencias. La ciudad griega representa esa ambivalencia. El inicio se basa en el asesinato de un filósofo y la explotación de los esclavos. El renacimiento y el humanismo es lo mismo. Hoy necesitamos la historia, pero la historia crítica. Eso consiste en ir a buscar los problemas en el pasado. Tal vez ahí está la solución a nuestros debates. Shakespeare contaba historias de la Edad Media o Antigüedad por eso, porque todo ha sido ya vivido, ya hemos pasado por todo. La época de los tiranos, de las decepciones políticas... el repertorio no es infinito. Seríamos estúpidos si no aprovecháramos la experiencia.
¿Qué hace que una fecha sea histórica?
La gente no dice que recuerda la muerte de Kennedy, sino dónde estaba en el momento de la muerte de Kennedy. El acontecimiento surge de lo que ha producido. Algo sucede, pero en realidad no sucede hasta que ha pasado algo de tiempo. La fundación de Roma no es una fecha. Se convierte en una fecha a posteriori, por lo que supuso, cuando empezamos a contarnos este relato. ¿Desde cuándo data 1492 como una fecha? No es realmente en esa fecha, sino más tarde, cuando se producen conmemoraciones y somos conscientes de ella y de lo que supuso.
La mentira queda impune. La razón no basta para hacerse oír.
Me inquieta esto. La disciplina histórica se vio confrontada a este problema con el negacionismo o el revisionismo, es decir con la fabricación de ignorancia, con «los asesinos de la memoria», según Pierre Vidal. Es una memoria que negaba la Shoah, la destrucción de los judíos. Esa mentira, cuando estaba orquestada, en cierto modo, podía ganar la partida a la verdad, que está desprovista de tantas armas, y en Francia nos vimos obligados a legislar. Tuvimos que aprobar leyes de memoria que consideraban un delito la negación del genocidio judío. Esto, desde el punto de vista del pensamiento, es una derrota tremenda, porque todos preferimos un mundo organizado por la razón, convencer a los que se equivocan en lugar de llevarlos a la Justicia, pero lo que estaba en juego era tan grande que hubo que recurrir a la ley. Existen ingenieros del caos, como Putin, y otros artesanos y orfebres, que contribuyen al desorden del mundo. Somos muy ingenuos. Creemos que vamos a triunfar por la razón, pero la mentira va más rápida, y hay que legislar. No olvidemos jamás que la libertad de expresión no es un derecho absoluto, es un derecho condicionado por una serie de cosas, como el odio, el asesinato... Son circunstancias que limitan la libertad de expresión. Los libertarios americanos consideran que la libertad de expresión, como Elon Musk, que son los que controlan las plataformas, no están de acuerdo, pero a veces no tenemos otros medios que recurrir a la ley.
¿Cómo recuperar la esperanza y restituir la fe en la democracia?
La historia no es solo la crónica de lo que sucedió, sino la historia de todo lo que hubiera podido suceder. Es también acordarse de lo que es posible. La historia es siempre una esperanza. Como decía Hannah Arendt, la historia es el arte de acordarse de lo que somos capaces de hacer. Recordemos las guerras civiles, las masacres, todo lo malo, pero también esos momentos en los que fuimos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos.
Algo más que simples fechas
El historiador Patrick Boucheron explica el cómo y el por qué se han formado las principales fechas que jalonan nuestra historia y cuál es su influencia hoy en día.
Por Toni MONTESINOS
Hay un pasaje de «Los viajes de Gulliver» en que hay un príncipe que tiene el poder de convocar a los muertos por un espacio de tiempo no mayor a veinticuatro horas. Gulliver presencia semejante fenómeno y conversa con grandes personajes de la historia, que le responden a cuestiones dudosas sobre su biografía. De ello desprende el viajero que muchos hombres importantes son malinterpretados tras su muerte, como ocurre con Homero y Aristóteles, o que las grandes familias europeas, lejos de representar las virtudes de su alta clase, son gente mezquina. Este ejercicio de desmitificación lleva a Jonathan Swift a comprobar las mentiras de los historiadores, que a menudo han glorificado a personas execrables, y difamado a otras respetables; no en balde, en demasiadas ocasiones las investigaciones de tinte histórico han estado empañadas por partidismos, ideologías o tópicos sin contrastar. Por ello, es interesante la aparición de un libro como «Fechas que hicieron historia. Diez formas de contar un acontecimiento» (traducción de Álex Gibert), que revisita treinta hechos históricos de todo el mundo y diferentes épocas. En él, Patrick Boucheron (París, 1965), catedrático del Collège de France, expone que, según sus palabras, «una miscelánea de problemas: los que le plantea al historiador la necesidad de datar los fenómenos, es decir, de ubicarlos en la cronología y medir la muesca que dejaron en ella, espaciando el tiempo para dar cabida a los acontecimientos de larga duración».
Crear un acontecimiento
El autor se está refiriendo a la capacidad que tienen las fechas para «crear» el acontecimiento, como afirma en el prólogo. Es un pretexto algo difuso presentado así, o al decir que la cronología guarda en estas páginas una importancia secundaria, pues va alternando periodos; pero, en todo caso, Boucheron –que ha publicado también en Anagrama el librito «El tiempo que nos queda», un ensayo bastante combativo desde el punto de vista político y donde aborda problemas de la democracia actual– trata de «alargar el paso de la historia para poner de relieve la unidad de su enfoque». Por ejemplo, el descubrimiento de la cueva de Lascaux, del paleolítico, se querrá emparentar con la historia contemporánea, así como hablar de la liberación de Mandela llevará inevitablemente a la historia de las colonizaciones. En medio, menos mal –dada la habitual desatención de los intelectuales extranjeros por el mundo hispano muchas veces–, se encontraría el momento en que el mundo se conoció a sí mismo, gracias a Colón, en 1492, «el año del presunto advenimiento de la modernidad». Comoquiera, lo más destacable es que es un libro ameno para todos los públicos –de hecho, ha adado pie a una serie documental–, de ahí que este conjunto de textos pueda verse como una curiosa colección de cuentos.
Lo mejor: La posibilidad de conocer y redescubrir hechos de gran trascendencia histórica
Lo peor: Quizá el inicio tiene un tono demasiado desenfadado y personalista