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¿Puede un partido traicionar a un país? (II): Cuando el PNV negoció con el fascismo

En 1936, el partido liderado entonces por José Antonio Aguirre se sentó a hablar con Franco dispuesto a participar en el golpe de Estado que poco después sucedería
José Antonio Aguirre y Lecube (6 March 1904 – 22 March 1960) was a major political figure of Basque nationalism and the first President of the Basque Autonomous Community, from 1936 to 1960.
José Antonio Aguirre y Lecube (6 March 1904 – 22 March 1960) was a major political figure of Basque nationalism and the first President of the Basque Autonomous Community, from 1936 to 1960.Ann Ronan Picture Libraryafp

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El PNV traicionó a la República en julio de 1936 sentándose a negociar el golpe. Luego, convencido por Indalecio Prieto, hizo lo propio con los golpistas. Finalmente volvió a traicionar al Gobierno republicano negociando con Franco y rindiéndose a la Italia fascista sin oponer resistencia. Lo escribió Azaña: los nacionalistas no luchaban por la República ni por España, «a la que aborrecen, sino por su autonomía y semiindependencia». Esto fue lo que hizo el PNV entre el golpe del 36 y el Pacto de Santoña de 1937. La agitación social estaba disparada desde la primavera de 1936. Seis huelgas generales en mayo en Vizcaya, trece en junio y seis en julio de 1936. Nacionalistas y carlistas armados custodiaban iglesias y conventos para evitar el asalto de las izquierdas. El PNV decidió entonces, cuenta Stanley Payne, crear un «grupo secreto de milicias» para enfrentarse a la «revolución comunista». Telesforo Monzón, posterior líder de Batasuna, fue el representante del PNV en las conversaciones para preparar el golpe.
Se reunió con tradicionalistas, falangistas, cedistas y monárquicos. Sierra Bustamante, representante de Renovación Española en esas conversaciones, escribió que el PNV no quería «comprometerse a nada que no fuese la defensa del País Vasco». En esas reuniones, el PNV sostuvo que se uniría a un plan militar del general Mola tomando los «centros oficiales», pero que si lo dirigían los carlistas «se entregarían totalmente» porque sería en «defensa de la fe». El PNV iba a participar en el golpe, pero intervino Indalecio Prieto. El socialista convenció a los nacionalistas de que Mola fracasaría y que, si traicionaban su acuerdo con dicho general, se aceleraría la aprobación del Estatuto vasco. Dicho y hecho. Traicionaron a los golpistas en Guipúzcoa y Vizcaya, no así en Navarra y Álava, que se adhirieron a la sublevación. A las 7 de la mañana del 18 de julio, José Antonio Aguirre, líder del PNV en Vizcaya, comunicó a José María Areilza, agente del golpe, que no iban a participar, según cuenta Olazabal en «Negociaciones del PNV con Franco» (2014).
A toda prisa se aprobó el Estatuto y Aguirre fue nombrado lehendakari de un gobierno con nacionalistas y republicanos de izquierdas. Esto no impidió la violencia en la retaguardia vasca. Según el historiador José Luis de la Granja, la policía, a las órdenes de Monzón, permitió el asesinato masivo de presos y la liquidación de los dirigentes y periodistas de derechas. Mientras, las tropas sublevadas llegaron a Madrid en noviembre de 1936. El PNV decidió traicionar a la República y negoció con Mola la rendición a través de Alberto Onaindia, el obispo Múgica y José Luis Aznar, naviero. Incluso Aguirre, el lehendakari, habló con Reino Unido para convertir el País Vasco en un protectorado británico, lo que era una traición a España. En enero de 1937 iniciaron las conversaciones con los sublevados, el Papa y Mussolini a través del arzobispo Gomá, del director de la «Gaceta del Norte» y del jesuita Pereda. No todo el PNV pensaba lo mismo. Aguirre dudaba por inseguridad, otros querían dar la batalla casa a casa como pedía Indalecio Prieto y otra parte, la de Juan Ajuriaguerra, del PNV vizcaíno, no quería derramar sangre vasca por la República y prefería negociar. Se impuso el último y todo se precipitó.
En abril de 1937 el peneuvista Leizaola se reunió con Franco en Salamanca para acordar la rendición. El bombardeo de Guernica, el 26 de abril, no detuvo la negociación ni la ofensiva del Frente Norte, que no temía al «Cinturón de Hierro» que defendía Bilbao. En mayo del 37 el Papa envió a Aguirre la proposición de Franco y Mola para la rendición: respeto de la vida y propiedades de los nacionalistas, restitución de la religión y protección de los líderes del PNV en su salida del país. Aguirre puso dos condiciones personales: no quería pasar por traidor y que las negociaciones contaran con el máximo secreto. Mussolini se ofreció como garantía, y los peneuvistas hablaron con el general italiano Mancini para la rendición. Fue el «Pacto de Santoña».
Los comisarios del PNV comunicaron el pacto con el fascismo a las cuatro divisiones nacionalistas en Santander. El 24 de agosto de 1937 abandonaron dicha ciudad, sitiada por los sublevados y dejando tirado al Ejército republicano. Cuando se enteró el general Gamir, jefe del Ejército republicano del norte, quiso enviar unos cazas a ametrallar a los traidores, pero le detuvo el socialista Juan Ruiz Olazarán. La retirada de los vascos, unos 15.000 combatientes y 3.000 oficiales según Xuan Cándano, permitió la caída de Santander y la victoria de los suble