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¿Puede un partido traicionar a un país? (I): Cuando el PNV se enfrentó a la República

Las izquierdas no se fiaban de este partido, pues la contradicción en su seno era constante: negociaron con Franco, Mola, Indalecio Prieto, e incluso con el Papa
José Antonio Aguirre, líder del PNV, durante un mitin en San Sebastián
José Antonio Aguirre, líder del PNV, durante un mitin en San Sebastiánfoto car / ricardo martin

Madrid Creada:

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¿Puede un partido traicionar a un país? El PNV engañó a todos. Primero, al Gobierno de la Segunda República; luego, a los golpistas de 1936; después, a ambos, y, por último, a España, ya que pidió al Reino Unido convertirse en un protectorado británico. En su traición a varias bandas negoció con Franco, Mola, Indalecio Prieto, el gobierno británico, Mussolini e incluso el Papa. El resultado fue el Pacto de Santoña, firmado en 1937. Esta es su historia. El PNV no se unió a la Conjunción republicano-socialista del año 1930 porque huía del anticlericalismo y de la revolución social. No le gustaba la República, aunque el desorden por la caída de la monarquía era una oportunidad para avanzar hacia la independencia. En la tarde del día 14 de abril de 1931, el alcalde nacionalista de Guecho proclamó la «República vasca vinculada en federación con la República española». Era una imitación de lo que había hecho Macià en Barcelona, aunque no tuvo el mismo resultado. El Gobierno no cedió. Los peneuvistas intentaron reunir las Juntas Generales en Gernika, aunque las fuerzas del orden republicanas lo impidieron. Con las mismas redactaron el Estatuto de Estella, federal, con graves carencias democráticas, como la reunión de ejecutivo y legislativo en un solo poder, la negación de los derechos políticos a los inmigrantes del resto de España o la cláusula para que no se aplicaran allí las normas laicistas. El objetivo de dicho Estatuto, ha escrito el historiador José Luis de la Granja, era impedir la legislación anticlerical que saliera de Madrid. De ahí que Indalecio Prieto hablara del País Vasco como un «Gibraltar vaticanista».
Las izquierdas no se fiaban del PNV, aliado en esto a Comunión Tradicionalista, y echaron atrás dicho Estatuto. La tensión se mascaba. Y los nacionalistas no querían la República porque atentaba contra sus «esencias». En agosto de 1931, José Antonio Aguirre, líder del PNV, se reunió con el general Luis Orgaz Yoldi para valorar la posibilidad de organizar un golpe contra la República. La respuesta del Gobierno fue desterrar al militar a Canarias, ocupar las fábricas de armas de Eibar y Gernika, y, finalmente, realizar maniobras militares en las provincias vascas.
El PNV hizo asimismo campaña contra el proyecto constitucional de 1931. Ante la intensidad de la campaña, la respuesta autoritaria del Gobierno republicano fue suspender la Prensa peneuvista, como «Euzkadi», «Excélsior», «El Día» y «La Tarde». El choque era evidente. En febrero de 1933 el Ayuntamiento socialista de Bilbao ordenó la demolición de la estatua del Sagrado Corazón de Jesús. El PNV se movilizó, salieron a la calle y fueron encarcelados casi un centenar de sus militantes. El Gobierno ideó una salida para calmar la oposición del PNV: un referéndum sobre el nuevo Estatuto vasco en noviembre de 1933. La victoria del sí fue abrumadora, salvo en Álava. El nacionalismo vasco se movió entonces entre la aceptación de la República si se aprobaba su Estatuto y un obrerismo, como dijimos, pensado para excluir a los inmigrantes. Ahora bien, vivía en una contradicción constante, porque coincidían con los conservadores en la búsqueda del orden y la defensa de la religión, pero la CEDA, principal partido de la derecha, paralizó el Estatuto en febrero de 1934. En respuesta, el PNV se retiró de las Cortes. Estaban con la República pero solo si se aceptaban sus condiciones. Esto se vio en la revolución de octubre de 1934. Solidaridad de Obreros Vascos, el sindicato nacionalista, participó en la revolución en la Margen Izquierda, aunque solamente del 5 al 12 de dicho mes. Era una traición a la República, aunque chapucera. Luego, una vez fracasó el alzamiento, el PNV y el SOV negaron su participación. El Gobierno de la República no lo creyó y encarceló brevemente a Aguirre y a otros dirigentes nacionalistas.
El nacionalismo vasco fue a lo suyo. El PNV se negó a ir en coalición en febrero de 1936 con las derechas –Comunión Tradicionalista, CEDA y Renovación Española–, que eran cercanas a su ideario conservador, pese a temer al Frente Popular. La Santa Sede medió para la confluencia, pero el PNV puso una condición inaceptable para el Papa: una Iglesia vasca independiente.
La victoria del Frente Popular inquietó al PNV, que se metió en la conspiración golpista contra la República. A finales de abril de 1936, Telesforo Monzón, presidente del PNV en Guipúzcoa, y mucho después admirador de ETA y fundador de Herri Batasuna, se reunió con representantes de Comunión Tradicionalista, Falange, la CEDA y Renovación Española. Temían una «revolución comunista». Monzón dijo que tenía hombres, pero que les faltaban armas. Afirmó que participarían en el golpe aunque fuera para implantar una dictadura militar. Aquello era una traición a la Segunda República. (Continúa el próximo jueves).