¿Puede una IA preocuparse por nuestra felicidad?
El anime "Canta con una chispa de armonía", de Yasuhiro Yoshiura y ya en cines, lleva a una avanzada inteligencia artificial hasta el seno de un instituto
Madrid Creada:
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La pregunta no puede ser más directa. ¿Cuánto tardaría un grupo de adolescentes en detectar que una de sus compañeras es, en realidad, una inteligencia artificial de aspecto humanoide? Bajo esa premisa se estrena esta semana en cines españoles el anime "Canta con una chispa de armonía" ("Ai no utagoe o kikasete"), dirigido por Yasuhiro Yoshiura. El realizador japonés, experto en estas lindes de futuros no muy lejanos y androides que toman conciencia (fue responsable de la disfrutable rareza "Eve no jikan" y de la serie corta que le precedió), nos presenta ahora a Satomi Amano, hija de una importante ingeniera de la empresa líder tecnológica de Japón y una adolescente bastante poco sociable.
Un día cualquiera, Satomi y sus compañeros de clase recibirán a la novata Shion, en realidad, un prototipo ilegal que la madre de Satomi decide "soltar" en el instituto para comprobar su viabilidad y credibilidad como androide. De canción en canción, y de situación límite en situación límite, Satomi y sus amigos descubrirán la humanidad en el robot y, en último término, la aceptarán como suya, en una especie de alegato pro-inteligencia artificial de la película. Y es que hace tiempo que la animación, especialmente la japonesa, se viene construyendo su propia idea de futuro, atravesando lo apocalíptico y apostando por una especie de viabilidad ecológica nívea, tan afectada por la alargada sombra de "Evangelion" como por el desastre de Fukushima.
«Canta con una chispa de armonía»: la Humanidad del prototipo ⋆⋆⋆⋆La innegable y en ocasiones cómica ternura que desprende la nueva película de Yasuhiro Yoshiura («Harmonie», «Patema Inverted»...), un musical delicado, precioso e inteligente, una oda a la amistad «distinta», porque no se trata en absoluto de ortodoxa y recomendable de manera ferviente para todos los públicos, nos va desvelando asimismo el verdadero trasfondo de la historia, una pregunta que parece simple y para nada que encuentra respuesta durante el desarrollo del largometraje: ¿puede una niña robot «almacenar» recuerdos propios y empeñarse en que una adolescente triste y solitaria sea feliz de nuevo, que todos, en fin, lo seamos un poco más? O sea, y aquí viene lo mejor y menos sencillo que plantea este notabilísimo anime japonés, ¿pueden llegar a tener algo así como un «alma» (en la cinta lo dan por cierto) los IA más evolucionados, así como iguales, o mejores, sentimientos que los pobres mortales, tantas veces envilecidos por el poder y la ambición? Y, finalmente, ¿pueden estos «objetos» sentir, de hecho? La alegre, excéntrica y cantarina Shion Ashimori, nueva estudiante del instituto Keibu, esconde un secreto sobre su procedencia que apenas puede contener porque no hay quien la calle, se convierte pronto en la alumna con mayor popularidad del centro, aunque su único, principal objetivo radica en que la retraida y desencantada Satomi Amano («El tiempo nunca nos dará lo que queremos, lo único que hace es cerrar las heridas», dice en cierta ocasión esta pesimista jovencita) recupere la alegría que parece perdió hace mucho tiempo. Satomi, sin embargo, no entiende el comportamiento de la chica hasta que descubre que ha sido «creada» por su madre, una exitosa científica. Y, aunque intente ocultarlo, sus amigos Tôma, Gocchan, Aya y Thunder también acaban sabiéndolo. Una última cuestión sobrevuela esta historia donde las tierras ya no las cultivamos nosotros, sino «ellos», donde los edificios parecen tener una vida propia: ¿podemos esperar un futuro mejor los pobladores de la Tierra? Quizá sí gracias a unos androides más humanos que nosotros mismos. CARMEN L. LOBO
A un ritmo endiablado, pese a los 100 minutos generosos de la película, Yoshiura va más allá de los dilemas éticos y plantea su película en términos empáticos. ¿Es humano, realmente, todo aquello que nos hace sentir como humanos? Para ello, casi en truco evidente, pone a su androide a cantarle a la vida, a preocuparse literalmente por la felicidad de la protagonista, y a llenar su película con interrogantes sobre las relaciones afectivas entre humanos. ¿Qué es amar? ¿Qué es mantener una relación? No es tanto el proceso de aprendizaje del robot, que también, como el proceso semántico de colección emocional de su protagonista. Aprender, al final, a llamar a las cosas por su nombre.
Por supuesto, la ética también juega un papel importante en el filme, trasladando las cuestiones desde lo más simple -robots en los deportes- hasta lo más complejo, preguntándose por ejemplo si un androide es capaz de sentir amor, en forma de empatía fraternal. Y, aunque la película nos llegue a casi año y medio de su estreno en salas niponas, es de agradecer el esfuerzo por acercar a nuestras salas propuestas tan distintas y llenas de vida como "Canta con una chispa de armonía", disfrutable a todos los niveles posibles y apta para cualquier tipo de público, versado o no en la animación japonesa.