Sección patrocinada por sección patrocinada

Historia

Franco no dimite

La última aparición del dictador desde el Palacio de Oriente estuvo marcada por las soflamas y las consignas que gritaba la multitud que se había reunido en la plaza para verlo

Francisco Franco durante su discurso en la Plaza de Oriente
Francisco Franco durante su discurso en la Plaza de OrienteAgencia EFE

«Todo obedece a una conspiración masónica izquierdista en la clase política en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece», dijo Franco desde el balcón del Palacio de Oriente. Abajo, desde la plaza, no se oía nada. La muchedumbre gritaba consignas contra la izquierda y la ultraizquierda. Hasta catorce veces. «¿Qué ha dicho el Caudillo?», preguntó un falangista a un ex combatiente con el pecho lleno de medallas. «Que la culpa la tiene la prensa y los poderes fácticos», contestó acercándose a su camarada.

Era el 1 de octubre de 1975. La plaza estaba a reventar. En una pancarta sujetada por dos mujeres se leía «Franco, la juventud te aclama». En otra, un poco más atrás, «Franco, mándanos. Te obedeceremos». De repente, como una ola, la gente empezaba a entonar el consabido «España, unida, jamás será vencida». Luego, al apagarse, volvían los vivas a Franco y al Ejército. A la izquierda, un grupo uniformado levantaba el brazo y se desgañitaba con el «Cara al Sol». Al poco el himno era inaudible y solo se les veía mover la boca al unísono. Al frente, muy tiesa, aparecía una sábana que rezaba: «Quien al oír “Viva España” con un viva no responde, si es hombre no es español, y si es español, no es hombre».

El cordón policial era inmenso. Los agentes aguantaban como jabatos cogidos por el brazo. Los empujones se combinaban con vivas al Caudillo. «¿Crees que Franco dimitirá?», bromeó el falangista al tiempo que esquivaba a un grupo de señoras que avanzaba sobre el océano de fieles. «Quia -respondió-. Ni él ni Arias Navarro, ese zopenco incapaz de acabar con el terrorismo». De repente se oyó «¡ETA, al paredón!». Un grupo de adolescentes de Fuerza Nueva se hizo un hueco con banderas y arrogancia. «Franco debería sustituirlo por Blas Piñar. Ayer pronunció un mitin. Estuvieron dos mil camaradas. Mano dura, amigo, mano dura», sentenció. «Fíjate. Hoy mismo, los mierdas del GRAPO han asesinado a tres policías en Madrid, y han dejado a otro mal herido», señaló el amigo. «Hay que fusilar a esos asesinos –tomó aire el falangista–, como a los dos de ETA y a los otros tres del FRAP, aunque protesten los cobardes europeos».]]

[[LINK:TAG|||tag|||6336146b87d98e3342b26ae2|||[[H2:«¡Muera Europa!»]]

En ese momento la masa congregada rugió al oír a Franco decir que no se podía esperar nada de «países corrompidos». «¡¡Muera Europa!!», gritaron unos cuantos. Los asistentes levantaban los brazos y movían la cabeza buscando al dictador en el balcón conscientes de que sería la última vez. Era el XXXVI aniversario de su exaltación a la Jefatura del Estado. No sé cuántos años de paz, decían. Finalmente, un hilillo de voz marchita salió por los altavoces de la plaza: «El ser español ha vuelto a ser hoy algo en el mundo. ¡Arriba España!». El Caudillo agitó las manos despidiéndose para siempre. Miró a través de sus gafas de sol a la muchedumbre y descendió los cuatro peldaños que le conectaban con el suelo.

Comenzó a sonar otra vez el «Cara al Sol». Algunos empezaron a desfilar a sus casas. «Bueno, ¿y ahora qué?», dijo el ex combatiente. «¡¡A las embajadas!!», gritó uno. Un grupo bien nutrido se dirigió a la Puerta del Sol. Allí había manifestantes diciendo «Policía, afinad la puntería» y «No más indultos». A las dos de la tarde se dividieron en dos grupos, uno por Alcalá y otro por la Carrera de San Jerónimo. Los coches paraban y los municipales dejaban hacer. Al llegar a Cibeles irrumpieron en la fuente y colocaron un par de banderas de España en la diosa. Siguieron por la Castellana, hasta la plaza Emilio Castelar, junto a la embajada de Portugal. Ese era el objetivo.

Los manifestantes se agolparon a las puertas de la legación. «¡¡Justicia, justicia!!», gritó uno que fue coreado por la masa. Un incontrolado quiso asaltar la embajada para arrancar la bandera portuguesa y recibió una tarascada policial. Al ver a la prensa extranjera, los asistentes insultaron a Francia, Bélgica, Alemania y a la pérfida Albión. Era la hora de comer, y muchos se fueron, pero otros, con hambre pero de bronca, se dirigieron a la embajada de Italia, en la calle Lagasca. Aparecieron unos megáfonos policiales pidiendo calma, pero poco más. No sirvió de nada. Un manifestante se subió a la verja con la bandera de España y otros lanzaron botellas contra las ventanas. No contentos con eso, marcharon hacia la embajada francesa.

Aquello ya era demasiado. Una barrera policial impidió que pasaran. Mientras, en el Palacio Real, la corte franquista felicitaba al dictador por las seis veces que había tenido que salir al balcón para saludar a la concurrencia. Franco asintió, y muy lentamente, como si doliera, cerró los ojos.