Cuento soviético

Nada como el capitalismo para olvidar al comunismo

Patricia Jacas desembarca en el Teatro Lara para hablar del final de la URSS y los primeros años de Rusia, donde una nación entera entregó el poder al dinero de los oligarcas

Patricia Jacas estará dos meses en la Sala Lola Membrives del Teatro Lara, en Madrid
Patricia Jacas estará dos meses en la Sala Lola Membrives del Teatro Lara, en MadridNacho Carretero Molero

Svetlana Aleksievich luchaba en El fin del Homo sovieticus (Acantilado) por mantener viva la memoria de la tragedia que supuso la URSS. Con pequeñas historias cogidas de aquí y de allá, la periodista bielorrusa formó un todo que se convirtió en un espejo fiel de lo que significó para la región un comunismo que «se propuso la insensatez de transformar al hombre “antiguo”, al viejo Adán. Y lo consiguió (…) En setenta y pocos años, el laboratorio del marxismo-leninismo creó un singular tipo de hombre: el Homo sovieticus», firmaba. Uno de aquellos microrrelatos fue el de una ejecutiva rusa de éxito con la que la Premio Nobel se topó en un tren de Moscú a San Petersburgo y que le sirvió para evocar los años 90 en Rusia, la caída del comunismo y la llegada del capitalismo salvaje. Es el cuento que llamó la atención de Patricia Jacas: «Le vi posibilidades para convertirlo en monólogo», explica quien ahora se transforma en la indómita Alisa Z. que se debate entre «el humor y la veracidad», que dijo Eduardo Mendoza, y que tiene claras sus prioridades: «He nacido para ser feliz (...) la tristeza era patrimonio de los débiles y la humildad el adorno con que se cubrían».

La actriz (y también cantante) se convierte aquí, en De una soledad muy parecida a la felicidad –en el Teatro Lara (todos los martes de julio y agosto)–, en una mujer de la era postsoviética, «del siglo XXI, el siglo del dinero, el sexo y la escopeta de dos cañones», cuenta una Alisa a la que no le gustan que le hablen de sentimientos. Ella prefiere la caza: «Las mujeres (...) no buscan a príncipes que cabalguen corceles blancos, sino que los buscan sentados en una saca llena de oro. Un príncipe de edad indeterminada... Incluso uno que tenga la edad de sus padres... ¿Qué importancia tiene eso? ¡La pasta es la que gobierna el mundo! Y yo no soy una víctima: ¡soy una cazadora!».

Jacas interpreta con un acento ruso que engañaría a cualquier ibérico, incluso sube vídeos a Twitter en los que bromea con su obra y lanza algún dardo a Putin: «Vladimir, ¿qué haces? ¿Estás loco? ¡Menudo canalla!», reivindica sobre la invasión de Ucrania. Aunque, a juzgar por su tono, pudiera parecer que le une algún lazo con Rusia, la intérprete lo desmiente: «Nada. Pero soy amiga del traductor de Svetlana y él me ayuda con la pronunciación y la traducción. Le digo lo que quiero contar, me lo traduce y yo me lo aprendo». Esa es la disciplina (prácticamente soviética) de una mujer que en 2016 se propuso subir a los escenarios y que no ha parado desde entonces, desde su primer monólogo, La mujer sola, de Franca Rame y Dario Fo. Incluso el mencionado Mendoza escribió Si alguien me hubiera dicho para ella inspirado en un puñado de canciones de amor y duelo que la propia actriz compuso y musicó con la ayuda de Walfrido Domínguez.

Ahora, Jacas agarra un texto de Aleksievich que, como ella misma explica, «habla de vivencias muy personales. Transmite una historia muy fidedigna y muchos detalles de un tiempo y un momento histórico. Te metes en la vida personal, laboral y sentimental de una ciudadana que vivió el final de la URSS y que te lo narra desde su punto de vista», cuenta la intérprete.

De una soledad muy parecida a la felicidad relata unos «apasionantes años 90», como los define Jacas, en los que la escritora bielorrusa trata de entender una época y un país: «¡Siempre supe que yo no iba a vivir toda la vida de ese modo! ¡Porque no quería! Estuve a punto de que me largaran del colegio por eso. ¡Oh, sí! Ya sabe que haber nacido en la URSS es como una enfermedad o una tara. Teníamos una asignatura que se llamaba “economía doméstica”, que consistía, básicamente, en que los chicos aprendieran a conducir y las chicas a cocinar. A mí las albóndigas se me quemaban siempre», cuenta el texto sobre un personaje al que Jacas no se quiere parecer, ríe: «Espero no tener nada en común porque es tremenda. Tiene mi carne y mi piel, pero de su personalidad creo que no comparto nada. Eso sí, cuando entro en el escenario soy Alisa. Dejo de ser Patricia y soy ella».

  • Dónde: Teatro Lara, Madrid. Cuándo: los martes de julio y agosto. Cuánto: desde 14 euros.