No, ni el móvil ni el dinero son reales
El conde de Torrefiel llega a Barcelona para hablar de qué es la realidad y con un montaje renovado tras completar la primera parte de su gira europea
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La pregunta es muy fácil de hacer, ¿qué es la realidad? Pero la respuesta ya no es tan sencilla, más en estos tiempos del metaverso en los que la verdad no siempre es eso que tenemos delante de nuestros ojos. Pues esta es la cuestión que El conde de Torrefiel –reyes del «underground» nacional– trata de resolver en Una imagen interior: «Para simplificarlo», advierte Tanya Beyeler, «culpable» de la dirección y de la dramaturgia junto a Pablo Gisbert, «es todo aquello que si desaparece mueres». El aire, la salud, el corazón, la comida, los afectos... Todo ello es realidad para el equipo de un montaje que supone la quinta y última parte de su serie Ultraficción, desarrollada en el último año. «No es realidad el móvil», continúa Beyeler. «Tampoco el dinero, que se ha instalado tanto que puede llegar a matarte, pero, en verdad, no deja de ser ficción. Solo son números frente a una pantalla o una tarjeta de plástico. Ni siquiera el papel o el metal que manejamos tiene el valor que le damos, es simbólico, pero no material».
Con esta declaración de intenciones, El conde de Torrefiel levanta la mano para denunciar que «nos estamos instalando en lo simbólico frente a la realidad orgánica». Sin embargo, la directora puntualiza que no es contraria a la tecnología, «ni mucho menos. No hay que poner en entredicho su viabilidad. Es la evolución», explica. Incluso se muestra entusiasmada con el metaverso: «¡Te pones unas gafas de realidad virtual y lo flipas!». Beyeler se define, con todo, como «un ser no muy tecnológico», aunque no ve aquí el problema de la distorsión de la realidad. «El conflicto estaría con las grandes empresas. Hay que discutir desde qué esferas nos llega todo y de qué manera se utilizan estas herramientas digitales. Hay que verlo desde el punto de vista del poder. ¿En manos de quién estamos? La respuesta es casi la misma que hace mil años: la persona que tiene el poder lo utiliza a su antojo».
La creadora es consciente de que «la tecnología nos ha facilitado las cosas», pero también señala que «eso no significa que tengas que estar conectado todo el día». Y por ello propone la imaginación como refugio, aunque no lo cuenta como un descubrimiento novedoso, sino como una vuelta, o continuación, a lo de toda la vida. «Siempre ha estado ahí. De hecho, si estamos en este punto de progreso y de evolución es gracias a la inventiva. Todo lo que tenemos hoy es el resultado de miles de años de imaginación», comenta antes de regresar al punto anterior: «¿Quién manipula tu imaginación? Los de siempre. Nos guían». Por ello, Una imagen interior –producido por una decena de festivales e instituciones europeas, Conde Duque y el Grec, entre otras– quiere ahondar en cuál es el estado de salud de nuestra imaginación: «Si realmente es nuestra o hemos llegado a un punto en el que estamos demasiado dirigidos».
Haya o no haya una mano negra detrás, «nunca se dejará de imaginar el futuro» y es este motivo por el que El conde de Torrefiel, en boca de Beyeler, tiene su receta para desarrollar la imaginación. Muy sencilla: «Tener tiempo para cultivarse. Horas vacías en las que surjan el conocimiento y la curiosidad. Si no las hay, las imágenes que dirigen tus actos serán papilla», sentencia. «En el “horror vacui” está el germen de las imágenes nuevas y propias».
Habla Tanya Beyeler sin cortapisas después de una primera parte de la pieza que no ha sido fácil, lo cual es de agradecer. Una imagen interior ya ha pisado varias plazas europeas (Viena, Bruselas y Ginebra) y no oculta su descontento: «Terminamos y nos fuimos de gira sin ajustar nada». Al principio de la conversación sale la palabra «fracaso», aunque al tiempo recula y dice que ya se le ha pasado el pesimismo. Pero, sea como sea, la directora no oculta que algo debían cambiar en la obra para lograr el resultado esperado: «Trabajamos con la lógica de un laboratorio». Lo de esta compañía es jugar con el i+D «hasta dar con algo que funcione y, entonces, se democratiza y llega a ser algo cotidiano sobre el escenario». No oculta Beyeler las caídas en el proceso «y no pasa nada», dice. Su naturaleza es la de la prueba-error: «Descartas un 90% y te quedas con un 10, pero sabes que eso va a permanecer».
Así, reconoce que el parón antes de entrar en Barcelona les ha servido para detenerse y mirar qué han hecho bien y mal y para recuperar el espíritu de un texto reflexivo «con voluntad de pensamiento filosófico»: «No lo habíamos cocinado lo suficiente y nos había quedado inmóvil. Se ralentizaba la acción de la pieza y hemos trabajado para darle un poco más de carne, de movimiento, para poder mantener la primera persona del singular, que no estaba funcionando, y queríamos que mostrase que la realidad está construida por elementos de la percepción». «Con estos cambios sí vamos a lograr el objetivo: menear por dentro la cabeza del espectador», sentencia.
- Dónde: Teatre Lliure, Barcelona. Cuándo: hoy, mañana y pasado. Cuánto: 25 euros.