«Nabucco»: Los otros Abigaille y Nabucco
Muy criticable el aire de comedia musical que quiere darse a la historia en momentos no precisamente jocosos; como la “cabaletta” de Abigaille.
Creada:
Última actualización:
Hace pocos días se publicaba en este medio la crítica de Gonzalo Alonso de la primera representación de este “Nabucco”, ópera Que cierra la presente temporada. Poco hemos de añadir a lo que en ella se decía respecto a la puesta en escena de Homoki y la dirección musical de Luisotti. Aquella, nada original al trasladar la acción a la Italia del Risorgimento y al establecer un facilón paralelismo entre hebreos e italianos por un lado y babilonios y austriacos por otro, no acaba de funcionar por lo confuso del movimiento, de tal modo que la historia se pierde entre tantas idas y venidas, de aquí para allá de unos y de otros en torno a un gran paralelepípedo de aparente mármol o malaquita. Muy criticable el aire de comedia musical que quiere darse a la historia en momentos no precisamente jocosos; como la “cabaletta” de Abigaille.
Desde el foso, hay que abundar en ello, el Director principal invitado lleva las riendas con una firmeza y una elasticidad indudables, configurando, conformando, ejecutando, matizando y manteniendo en todo momento el tempo-ritmo verdiano. Contó con una orquesta tan maleable como poderosa y segura y con un coro de gran potencia e intensidad, ajustado, preciso y seguidor de dinámicas exigentes. Lo mejor.
Tócanos hablar hoy aquí, sobre todo y en particular, de la labor de los dos principales protagonistas, distintos a los del estreno. En primer lugar, Saoia Hernández, que se apunta un tanto más en su triunfal carrera. Es cierto que su voz no es la de una dramática de agilidad, ejemplar muy raro hoy en día. Pero es una lírico-“spinto” o una “spinto” si se quiere en plenitud: centro anchuroso y sólido, agudos bien emitidos y centrados, con una direccionalidad y una
igualdad sorprendentes; fraseo variado y claro, regulado y sombreado. El timbre refulge y las agilidades están por lo general bien resueltas. La zona grave es donde tiene más problemas para una parte endiablada como esta, que exige saltos de octava y virulentas exclamaciones. Por ello el sonido pierde entidad abajo y el carácter de la invectiva fuerza y vigor. Pero es buena actriz y se comporta en el escenario con aplomo.
George Gagnidze es un barítono con peso. La voz en sí no es fascinante, pero tiene brillo y es manejada con habilidad buscando sonoridades variadas, encontrando claroscuros expresivos gracias a una técnica facial cambiante que lo ayuda a impulsar el sonido en distintos grados y coloraciones, lo que contribuye a resaltar los rasgos más señalados del personaje, envuelto en muy diferentes luces. Barítono con genio, al que hay que aplaudir a pesar de ciertas sonoridades excesivamente nasales. Y aplauso discreto para la Fenena de Elena Maximova, una mezzo lírica de agreste sonoridad, de metal no muy atractivo, pero musicalmente suficiente. Una vez más hay que lamentar que voces tan interesantes como la del tenor Fabián Lara y la soprano Maribel Ortega hayan sido contratadas para partiquinos insignificantes como Abdallo y, en particular, Anna.
Una nota final, anecdótica pero no irrelevante: como en otras representaciones de la ópera, el público pidió el bis después del “Va pensiero”. Pero empezó a aplaudir antes de que la música concluyera del todo. Luisotti hizo gestos desesperados sin éxito. Ante la insistencia explicó que iba a conceder la repetición y pidió que se respetara la larguísima nota de cierre en pianísimo. Y no hubo problema en esa segunda ocasión.