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Ópera

“Nabucco”: un bello canto de libertad

La ópera que encumbró a Verdi vuelve al Teatro Real 151 años después, con Nicola Luisotti en la dirección musical y Andreas Homoki en la artística

"Nabucco"
"Nabucco"Monika Ritterhauss

Cuando pensamos en “Nabucco” de Giuseppe Verdi (Bussetto, 1813–Milán, 1901), posiblemente, lo primero que nos venga a la cabeza sean las voces del coro de esclavos hebreos cantando “Va, pensiero, sull’ali dorate” (Vuela, pensamiento, en alas doradas), una de la páginas más famosas de la historia, capaz de justificar una ópera por sí misma y que nada más estrenarse la obra, los italianos asimilaron como un canto de libertad contra la opresión extranjera en que vivían y encumbró a Verdi, sin pretenderlo, como símbolo del “Risorgimento” y de la lucha patriótica por la unificación de Italia. A tal punto llegó su fama que en las calles aparecían pintadas en los muros que rezaban ¡Viva VERDI!, acrónimo de “Vittorio Emanuele Rè d’Italia” para aclamar a Víctor Manuel. Pero “Nabucco” no es solo esto, con él comienza un periodo de grandes personajes dramáticos de la historia. Fue la tercera la tercera ópera de Verdi y resultó determinante en su vida personal y en su carrera artística, tras la muerte de su esposa y sus dos hijos y el rotundo fracaso de su ópera “Un Giorno di Regno”, atravesaba una gran crisis existencial y se cuestionaba seguir componiendo. Un encuentro fortuito con Merelli, director de La Scala, que le propuso la creación de una ópera con libreto bíblico de Temistocle Solera, sobre la resistencia del pueblo judío a la invasión de las huestes babilonias bajo la égida de Nabucco, inspiró al compositor, que escribió la partitura sin apenas descanso. El libreto de Solera está basado en la Biblia y en la obra “Nabuchodonosor” (1836), de Francis Cornue y Anicète Bourgeois, así como en el ballet homónimo de Antonio Cortesi (1838). Su estreno el 9 de marzo de 1842 en La Scala de Milán fue un éxito clamoroso que salvó a Verdi personalmente, lo consagró como artista y lo convirtió en un símbolo libertario que encendió el fervor patriótico. Este inesperado triunfo y la participación en ella de la soprano Giuseppina Streponi, su futura pareja, en el endiablado papel de Abigaille, fue el acicate necesario para que retomara su fecunda y genial carrera creativa.

“Nabucco” fue el primer título de Verdi que sonó en el recién construido Teatro Real, en las pruebas acústicas previas a su inauguración en 1850. La ópera se estrenó en su escenario el 27 de enero de 1853 y se presentó en temporadas sucesivas hasta 1871. Ahora vuelve a él 151 años después de aquella última función con la dirección musical de Nicola Luisotti, que dirigirá su séptimo título verdiano al frente del Coro y Orquesta Titulares del Real, y puesta en escena del alemán de origen húngaro Andreas Homoki, que debuta en el coliseo, en una producción de la Opernhaus de Zürich, en coproducción con el Teatro Real, que ofrecerá 15 funciones entre el 5 y el 22 de julio.

Está dividida en cuatro partes: “Jerusalén”, “El impío”, “La profecía” y “El ídolo caído” y cada una comienza con una cita del profeta Jeremías. Los hebreos han sufrido una fuerte derrota frente a Nabucco, rey de Babilonia. El director de escena Andreas Homoki, traslada el conflicto entre judíos y babilonios, en el siglo VI a.C., al enfrentamiento entre italianos y austríacos, en el XIX, donde “al sistema politeísta de los babilonios se contrapone, como utopía, un sistema nuevo y moderno, encarnado en la visión monoteísta del mundo de los hebreos”, afirma. “Es la convulsa historia de la familia de Nabucco y sus dos hijas. Ambas hermanas encarnan el trasfondo de dos mundos que se contraponen: “Abigaille, la primogénita, intenta desesperadamente salvar el antiguo sistema derrocando a su padre y asumiendo ella misma el poder. Fenena, percibe el momento de transición donde se encuentran y quiere salvarse cambiando de bando y convirtiéndose al judaísmo. En el proceso de relevo de lo antiguo por lo nuevo, la familia acaba rompiéndose”, explica Homoki. El drama transcurre en un decorado austero, minimalista y conceptual diseñado por el escenógrafo Wolfgang Gussmann, que también firma el vestuario junto a Susana Mendoza.

Un momento del ensayo de Nabucco, de Giuseppe Verdi, en el Teatro Real, con dirección de escena de Andreas Homoki (i) y dirección musical de Nicola Luisotti
Un momento del ensayo de Nabucco, de Giuseppe Verdi, en el Teatro Real, con dirección de escena de Andreas Homoki (i) y dirección musical de Nicola Luisottiteatro real/Monika RittershausTeatro Real /EFE

Para Joan Matabosch, director artístico del Real, “lo que más sorprende de “Nabucco” es, sobre todo, que la acción dramática se desplace de la pareja amorosa tradicional a la política que forman Zaccaria versus Nabucco, el profeta frente al déspota. Esta no es una ópera sobre el dilema entre el amor y el deber, sino sobre el poder, su legitimidad, su blindaje y sus límites, con dos personajes que dominan el conflicto político y religioso y otro, la impostora Abigaille, que acaba siendo quien realmente reparte el juego. En la dramaturgia de Homoki –señala-, en la obertura se escenifica el trasfondo en el que va a transcurrir la trama. La esposa de Nabucco fallece dejando dos hijas huérfanas bajo la responsabilidad de un padre devoto que se siente responsable de sus destinos. Como caudillo es un guerrero tiránico y sanguinario, pero también es un padre abnegado que está dispuesto a todo para proteger a sus hijas”. En cuanto al espacio escénico, explica Matabosch. “es de una sobriedad espartana, presidido por un monumental bloque de mármol verde, que alude a una barricada entre dos bandos en guerra, a la separación entre hombres y mujeres de los campos de refugiados o a un muro de ejecución de prisioneros sentenciados a muerte. La piedra divide, obstruye el camino, y también amenaza cuando casi parece que cae hacia el público, dando a los acontecimientos un tono de peligro inminente”. La función contará con tres repartos que se alternarán en la interpretación: Nabucco, los barítonos Luca Salsi, George Gagnidze, Gabriele Viviani y Luis Cansino; Abigaille, las sopranos Anna Pirozzi -que celebrará en el Teatro Real sus 10 años de carrera con un papel que ha cantado 100 veces-, Saioa Hernández y Oksana Dyka; Ismaele, los tenores Michael Fabiano y Eduardo Aladrén; Fenena, las mezzosopranos Silvia Tro Santafé, Elena Maximova y Aya Wakizono; Zaccaria, los bajos Dmitry Belosselskiy, Roberto Tagliavini y Alexander Vinogradov; y El Gran Sacerdote, los bajos Simon Lim y Felipe Bou.

El 2 de julio habrá un Preestreno de Verano, a cuyo término se ofrecerá un “After Opera” para jóvenes hasta 35 años. El 15 de julio será retransmitida gratuitamente en “MyOperaPlayer” y en plazas, centros culturales, museos, auditorios y teatros de toda España, dentro de la Semana de la Ópera. En Madrid podrá verse al aire libre en una pantalla instalada en la Plaza de Isabel II los días 14 y 15 de julio y TVE y Radio Clásica la retrasmitirán en diferido.

Dos hermanas, dos mundos

Saioa Hernández y Silvia Tro Santafé interpretan a Abigaille y Fenena en este «Nabucco»

Abigaille, papel que Verdi escribió para una soprano dramática de carácter y protagonismo, esprincesa de Babilonia; cree ser la hija mayor de Nabucco, pero en realidad lo es de una esclava y, por tanto, hija ilegítima. Está enamorada del judío Ismaele, pero este quiere a su hermana Fenena, la hija menor. Tomada como rehén en Jerusalén, Fenena se enamora de Ismaele y se convierte al judaísmo. El reparto de esta producción de “Nabucco” cuenta con cantantes internacionales de primerísimo nivel. Entre ellas la soprano Saioa Hernández (Abigaille) y la mezzosoprano Silvia Tro Santafé (Fenena). Abigaille es un personaje muy fuerte, “pero en esta ópera todos lo son –afirma Saioa-. Echa en falta el amor paternal, sin saber que no es hija de Nabucco, siente que toda la atención y afecto es para Fenena, cree que lo hace todo bien, pero no ve el reconocimiento que reclama del padre. Además ama a Ismaele, pero no es correspondido”. Descubrir que no es hija biológica le provoca una frustración que aviva sus ansias de gobernar y la lleva a dar un golpe de estado. “De no ser por esto, no se le ocurriría traicionar a su padre –afirma la soprano-, hace bien las cosas, pero la falta de reconocimiento y el desengaño amoroso la frustra, esto desencadena rebelarse contra su padre y usurpar su corona”. Fenena es la antítesis, “es luz a la sombra de Abigaille, es la virtud, pero también es un personaje fuerte –explica Silvia Tro-, salva a los hebreos, los libera de la esclavitud y del sometimiento del reino de Babilonia y eso no lo haría una persona pasiva que se somete. Tiene muy claro el sentido de la justicia y piensa que este pueblo tiene derecho a otro Dios que no sea Baal (di Belo). Ella es la heredera legítima del trono, aunque no lo sabe. Abigaille tiene celos y al descubrir que es ilegítima, decide actuar pronto o se queda sin nada. Cuando Fenena se entera de que Abigaille está a punto de consumar el golpe de Estado, reacciona y decide encabezar la Resistencia”, explica Tro Santafé.

Saioa Hernández, junto al piano, y Silvia Tro Santafé, se enfrentan al reto de este Verdi
Saioa Hernández, junto al piano, y Silvia Tro Santafé, se enfrentan al reto de este VerdiGonzalo Pérez MataLa Razón

El personaje de Abigaille se decía que está escrito en una tesitura endiablada que le dio fama de “mata-sopranos” porque muchas sucumbieron ante él, como ocurrió con Strepponi, su primera intérprete y futura esposa de Verdi. Saioa Hernández afirma que eso ya no ocurre, “cuando empezaron este tipo de roles, la técnica era muy diferente –afirma-, todavía los cantantes no estaban preparados técnicamente para lo que se le venía encima, pero la técnica cambió mucho y estos personajes han cobrado mucho más sentido y hay sopranos que lo han cantado mucho y no les ha afectado”. Y prosigue: “Este rol marca un antes y un después y se une a los que ya empiezan a definirse como dramáticos de agilidad, en los que no solo prima ya el bel canto, sino que hay una cuestión de carácter de los personaje en sí, que empiezan a verse como líderes, entre medias de la heroína y del malo. Esto comienza con la Lucia de Lammermoor y aquí en Verdi lo vemos con Abigaille, un personaje dramático de agilidad con carácter y muchas dificultades en la escritura, llena de saltos, octavas, agudos imposibles –sobre todo- y graves, que requieren unas ciertas habilidades vocales”, explica la soprano. El personaje de Fenena lo canta una mezzosoprano, aunque, para Silvia Tro Santafé, “no es técnicamente tan exigente como el de Abigaill, aunque en realidad –aclara-, toda la ópera lo es”.