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El tiempo no existe en «Venus»

Víctor Conde propone a cinco personajes un viaje por diferentes instantes de sus vidas, desde los 60 hasta hoy

Los personajes se reunirán en el café Lumiere
Los personajes se reunirán en el café Lumierelarazon

Víctor Conde propone a cinco personajes un viaje por diferentes instantes de sus vidas, desde los 60 hasta hoy.

¿Dónde? Pavón Teatro Kamikaze, Madrid.

¿Cuándo? Del 5 al 28 de septiembre.

¿Cuánto? 18 euros.

Ya lo dice la función: «Cuando te das cuenta han pasado 20 años». ¿A quién no le ha ocurrido? Vas a recordar aquello que hiciste hace un tiempo, en el pueblo o en casa y, de repente, ¡plaf!, el tiempo ha volado. Dos, tres, doce, veinte, treinta... Los años se han ido sumando y tú ahí sigues. Más viejo, por supuesto, pero en el mismo lugar. Pensando en lo que pudo y no fue, en eso otro que te hubiera cambiado la vida , en «y si ese día...», etc. Y es que si hay algo que pasa en esta vida, con total seguridad, es el tiempo. Un elemento que obsesiona, «y mucho», a Víctor Conde, autor y director de «Venus», el montaje que presenta en el Ambigú de El Pavón Teatro Kamikaze –del 5 al 28 de septiembre–. Un lugar que invita a la función: «Por supuesto. Estaba charlando aquí con Miguel del Arco sobre la obra, de cómo montarla y demás... Y lo comentamos: ‘‘Parece pensada para este espacio’’. Tiene el mismo lenguaje que la sala. El espectador también estará sentado en el café de los protagonistas, viendo y escuchando las viejas historias que estos tienen que contarnos. Espero poder borrar la línea entre actores y público o, al menos, difuminarla al máximo», comenta Conde.

Será en esa sala en la que introduzca a cinco figuras de diferentes generaciones. Nada que ver con «Friends» –«por supuesto», ríe–, pero, sin embargo, sí lo acerca a «St. Elmo, punto de encuentro» (1985), donde «el café es un crisol en el que ocurren muchas cosas. Lleva abierto desde los 60 y sus paredes han visto a mucha gente. Quiero reflejar en él todo el paso del tiempo, que se sienta en el sitio que ahí han sucedido cosas. Los personajes siguen ahí, pero en otro periodo de tiempo». Vuelve el autor una y otra vez al mismo concepto: «Tiempo», con una presencia notable en «Venus». «Creo que hay un mundo por descubrir en su análisis y de los lugares por los que éste pasa», reflexiona.

Ahí encuentra Víctor Conde su obsesión personal, en explorar nuevos lenguajes que le lleven a descifrar la equis de su ecuación. «El mismo juego del tiempo nos plantea muchos retos escénicos como, por ejemplo, la manera de representar su paso de una manera teatral –continúa el dramaturgo–. Me gusta mucho el pacto no hablado que existe entre el espectador y lo que ocurre en el escenario: pongo a un señor con una caja haciendo ver que lleva un volante y el patio de butacas encuentra el coche. Ahora, lo que pretendo es lograr que el paso de las décadas quede plasmado. Me interesa mucho. Y aquí entra la exploración y qué lenguaje debemos utilizar para que, sin hacerlo obvio, se vayan comprendiendo las diferentes edades temporales».

Porque «Venus» no es una función correlativamente ordenada –ya lo dijo Jean-Luc Godard cuando le preguntaron que si todas las películas debían tener planteamiento, nudo y desenlace: «Sí, pero no necesariamente en ese orden», sentenció–, sino que esos cinco personajes deberán ir y venir de la década de los 60 hasta el hoy. Una realidad en la que el tiempo y el reloj parecen no existir y en la que a través de los momentos y las conversaciones de los protagonistas, en un viaje constante por sus vidas, se irá viendo la relación de cada uno de ellos entre sí. «Hasta descubrir secretos y sentimientos que permanecían ocultos», presenta la producción. «Hay una parte muy bonita del descubrimiento que es juntar todas esas gotas que se van sucediendo de forma no cronológica. Creo que hay muchos elementos sorpresa para el espectador», anticipa Conde.

–Entonces, ¿de qué habla la obra?

–Básicamente del miedo. De por qué no hacemos y no tomamos decisiones en nuestras vidas por miedo a segundas oportunidades. Pero, también de la nostalgia, del amor perdido, de cómo creemos que tenemos todo el tiempo del mundo para hacer cosas y, luego, la vida nos lleva por otros caminos.

Conde se centra en una fantasía en la que teoriza sobre «qué pasaría si pudiésemos ver la vida en otro momento del tiempo. Planteamos qué puede pasar en la vida si no tomas decisiones. Me gustaría que la cuando la gente salga del teatro tenga ganas de coger el teléfono y hacer una llamada», cierra.