Teatro Real

«La nariz», ese apéndice grotesco e irreverente

El Teatro Real estrena el 13 de marzo esta obra de Shostakóvich, ópera en tres actos con producción de Barrie Kosky y dirección musical de Mark Wigglesworth

«La nariz», de Shostakóvich, es un montaje de secuencias repletas de contrastes y sostiene un espectáculo ácido en su contenido y moderno en lo musical
«La nariz», de Shostakóvich, es un montaje de secuencias repletas de contrastes y sostiene un espectáculo ácido en su contenido y moderno en lo musicalBill Cooper

«El inspector era gran aficionado de todas las artes y los productos manufacturados, aunque, por encima de todo, prefería los billetes de banco. “Eso sí que es bueno –solía decir–. Nada lo supera. No piden de comer; ocupan poco sitio (siempre caben en el bolsillo); si se caen, no se rompen”». Diálogos como éste que escribía Nikolái Gógol en «La nariz» hicieron que el director artístico del Teatro Real, Joan Matabosch, cayese fascinado por lo divertido y corrosivo del escritor, que agrupó sus relatos cortos en «Cuentos de San Petersburgo». Lo mismo debió ocurrirle a Dmitri Shostakóvich (1906-1975), que en el año 1930 estrenaba en Leningrado su ópera homónima sobre este cuento que, en opinión de Matabosch, «parece una historia precursora de la “literatura del absurdo” del siglo XX». En el argumento surrealista de «La nariz», Gógol relata las desventuras de un oficial de San Petersburgo, el Mayor Kavalyov, cuya nariz desaparece misteriosamente, para reaparecer en una de las calles de la ciudad bajo la forma de un Consejero de Estado, un oficial de alto rango que sume a su propietario en una sensación de humillación tragicómica, en lo que es un manifiesto ataque a la corrupción de la administración zarista de Alejandro I, una sátira de una comicidad feroz y corrosiva que Shostakóvich utiliza contra el nuevo funcionariado soviético, por lo que pronto sería retirada de la circulación debido a los ataques de la Asociación de Músicos Proletarios de Rusia, prohibida y expulsada del repertorio por decadente, burguesa y considerada extremadamente ofensiva.

Su partitura estuvo prohibida 40 años y no volvió a subir a un escenario soviético hasta que fue recuperada por la Ópera de Cámara de Moscú en 1974, solo un año antes de la muerte del compositor. Su estreno por Boris Pokrovski fue supervisado y aprobado por el propio Shostakóvich y es recordado «como uno de los momentos más brillantes de la vida musical de la ciudad». «La nariz» es una ópera en tres actos, en cuyo libreto colaboró en mismo Shostakóvich junto a Yevgueni Zamiatin, Gueorgui Ionin y Aleksandr Preis. Fue estrenada en el Teatro Maly Óperny de Leningrado el 18 de enero de 1930 y con el tiempo se ha convertido en una obra de culto. Tras su legendario reestreno de 1974 viajó de gira por todo el mundo y en los años 90 llegó a España con la mismísima Ópera de Cámara de Moscú, siendo representada en ciudades como El Escorial o Alcalá de Henares. Ahora llega su estreno al Teatro Real de la mano de una celebrada e irreverente producción del australiano Barrie Kosky –firmante de la última «Flauta mágica» en este coliseo y declarado fan de dicha obra desde sus años de estudiante– y la dirección musical de Mark Wigglesworth. Una nueva producción del Real, en colaboración con la Royal Opera House, la Komische Oper Berlin y la Ópera Australia, que ofrecerá siete funciones del 13 al 30 de marzo y que tendrá al barítono Martin Winkler en el papel de Kavalyov, entre un enorme elenco de 28 solistas que deberán interpretar 87 roles cantados y nueve declamados, duplicando y triplicando papeles algunos de ellos, como es el caso del bajo Alexander Teliga, la soprano Ania Jeruc y el tenor Vasily Efimov. Un reparto que cuenta con la colaboración especial de Anne Igartiburu como presentadora de televisión, además del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.

«La nariz» supone un reto descomunal para cualquier teatro de ópera por su complejidad logística

«El desventurado protagonista del relato de Nikolai Gogol y de la ópera de Shostakovich, Kovaliov, es un insignificante burócrata vanidoso, petulante y clasista obsesionado con su aseada apariencia y ansioso de reconocimiento social. Gogol narra su “Nariz” con marcado desapasionamiento, mientras que Shostakóvich convierte al pobre Kavalyov, que se ha quedado sin apéndice, en un héroe trágico, dándole incluso una desgarradora y apasionada aria –explica Matabosch comparando la adaptación operística de Shostakóvich con el cuento de Gógol–. Kovaliov querría tener el aspecto “normal” de cualquier ciudadano, pero, por un extraño capricho del destino, se convierte en alguien “diferente”, y el “establishment” provisto de narices lo castiga inmediatamente como un paria. En la lectura de Shostakóvich parece que estamos a un paso del “Rinoceronte” de Ionesco. Y también que hay algo de autobiográfico, él mismo se siente una especie de Kavalyov, un “outsider” forzado por la sociedad a conformarse, resignado a un estatus social que se adivina marginal. Estas resonancias humanas –añade– que inyecta Shostakóvich a la historia no existen en la obra de Gogol, donde Kavalyov es un ser arrogante e imbuido de sí mismo», afirma el director artístico del Real. «De “La nariz” –prosigue– me encanta lo que tiene de versión grotesca del romántico “doppelgänger”, el aterrador “alter ego” que confronta al ego con sus propios miedos y deficiencias. Puede leerse en clave de sátira política y también como fantasía sexual pre-freudiana. En su caso, la importancia de esta excrecencia del cuerpo normalmente ignorada se revela sólo como trascendental cuando el apéndice se ha perdido. Con el añadido humillante de que envía señales inequívocas sobre la dudosa virilidad del propietario del apéndice extraviado. También puede interpretarse como un grito de angustia ante el acto de creación: el miedo a perder su inspiración, o a fracasar en su intento de expresarse», asegura Matabosch.

«Esta obra contiene el caos total en todas sus formas»

Mark Wigglesworth

Ritmo cinematográfico

La ópera fue concebida en secuencias escénicas cambiantes y una acción de ritmo casi cinematográfico, influenciada por la labor de Shostakóvich durante años como pianista acompañante del cine mudo, con personajes movidos como piezas de un engranaje musical. El sarcasmo –rayano con «el teatro del absurdo»– del libreto y la «música sin estructura musical» de la partitura, marcada por la biomecánica de Meyerhold, sostiene un espectáculo tan ácido en su contenido como rabiosamente moderno en lo musical. «La nariz» supone un reto descomunal para cualquier teatro de ópera por su complejidad logística y una estimulante «pesadilla» para su director de escena. «En esta producción –describe Matabosch–, Barrie Kosky refuerza el espíritu psicodélico, irreverente y grotesco de la ópera, imprimiéndole un enorme dinamismo, y necesita un apoyo dramatúrgico que abra sus puertas al circo, la revista, el cabaret alegre, tonificante, irreverente, extravagante y subversivo. Hasta una presentadora de televisión irrumpe para interrogar al público sobre el sentido de una ópera que narra las andanzas de una nariz».

El estreno de «La nariz», la corrosiva, satírica y demencial ópera de Shostakóvich, ha supuesto uno de los grandes acontecimientos de la temporada del Teatro Real
El estreno de «La nariz», la corrosiva, satírica y demencial ópera de Shostakóvich, ha supuesto uno de los grandes acontecimientos de la temporada del Teatro RealBill Cooper

Para el director musical Mark Wigglesworth, «esta obra contiene el caos total en todas sus formas y en ella encontramos referencias de lo que escribió después, es decir, todas sus composiciones posteriores ya están ahí; el resto de su vida, Shostakóvich se dedicó a refinar ese caos, a ir ordenándolo, a que fuera madurando, y ya no volvimos a ver esta sensación de aventura, esta anarquía caótica, la libertad compositiva que captura realmente la ópera, que es una aventura brillante, una experiencia completa y total que nos hace sentir pequeños si pensamos que fue compuesta por un músico que apenas tenía 22 años». Y prosigue: «La composición es para una orquesta grande pequeña, es decir, una orquesta de cámara con el añadido de diez percusionistas, lo cual da una sensación de gran orquesta; la percusión, escrita sin tonalidad, sin armonía, simplemente con ritmo, representa un mundo sonoro frío, terrorífico, en el que se intercalan momentos líricos con las cuerdas de viento madera y el canto. Dichos contrastes son precisamente los que representan la gran diferencia entre el ser humano y la sociedad en la que se inserta, entre una persona con emociones y una sociedad cruel y deshumanizada, y esa falta de individualidad la representa con la falta de música, con la “no música”, porque, ¿qué podemos hacer, cómo expresarnos o actuar cuando no nos dejan hacerlo?», se pregunta el director. Por ello, en esta ópera hay de todo, «música atonal, armonías tradicionales y música mucho más rompedora que representa la infinita gama de opciones emotivas del ser humano. La partitura de “La nariz” evoca el montaje de secuencias llenas de contrastes con la incorporación de todo tipo de sonidos y retazos musicales –gritos, susurros, sirenas, “charlas polifónicas”, coros atonales, canciones folclóricas, jazz, danzas– con sonoridades ásperas, estridentes y una libertad formal que se burla de los tópicos operísticos con una imaginación desbordante», concluye Wigglesworth.