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Pablo Rosal o el más difícil todavía: ahora, a por el "noir"

Tras dos trabajos muy sonados, este "one man show" se lanza a conquistar el género negro, poco utilizado en el teatro
Pablo Rosal vuelve a enfrentarse en solitario a un texto, como ya hizo en «Castroponce»
Pablo Rosal vuelve a enfrentarse en solitario a un texto, como ya hizo en «Castroponce»Kiku Piñol

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No es nuevo el nombre de Pablo Rosal, poeta, dramaturgo, actor y director a caballo entre Madrid y Barcelona, pero son sus dos últimas piezas –que se cuentan por éxitos–, Los que hablan y Castroponce, las que han bastado para que su figura se espere con ansia por la capital. Y Rosal, con la complicidad de los programadores, claro, tiene buenas noticias para aquellos que aguardan una vuelta de tuerca más: comienza «el mes de oferta en El Corte Inglés», ríe un hombre que no siente la presión. Entiende el triunfo de manera «orgánica». «El campo ya estaba labrado de antes porque lo he trabajado con paciencia y confianza. Eran deseos que había lanzado a los cielos y el hecho de que se cumplan le da sentido a todo».
Para aquellos rezagados que no pudieran verle en acción entonces (como director-autor y/o como intérprete), regresa con las aclamadas piezas al Teatro del Barrio (del 6 al 28 de mayo). Pero, antes, de primer plato, presenta lo último, Asesinato de un fotógrafo, montaje que estrenó en la Sala Beckett de Barcelona (productora del mismo) a principio de año y que ahora da el salto a La Abadía madrileña (13 de abril; dirigida por Ferran Dordal i Lalueza), donde Rosal debuta sobre un escenario que le produce unos «nervios especiales». Y lo hace en solitario, como en Castroponce, aunque en esta ocasión se desdoblará en multitud de personajes. «Son muchas voces, múltiples, concentradas en una sola presencia. Quería probar y experimentar hasta dónde podía llegar una persona a la hora de representar muchos diálogos, porque esto no es un monólogo», advierte quien ha sufrido un «tortuoso», dice, proceso de ensayos: «Cuando uno actúa espera la respuesta del resto de actores, un rebote para cargar la energía y subirte, pero aquí hay que hacer un ejercicio importante de musculatura teatral». Lejos de ser un problema, al artista le «pone» el reto del «one man show». «Me gusta echármelo todo a la espalda y estar solo porque manejo los códigos de este universo y tengo ganas de cuidar cada detalle».
Es solo una de las trabas que Rosal ha tenido que sortear (con gusto) para levantar el «marrón» de poner encima de las tablas un género poco habitual en el teatro, «el negro, el detectivesco, el negro», cuenta. Los motivos que da Rosal para esta ausencia son «obvios»: necesita muchos espacios y personajes, diferentes ambientaciones... Pero todo eso solo fue un plus para abordar un «autoencargo envenenado y muy suculento»: escribir una obra de género negro en teatro. «Un buen melón». Luego, «todo ha sido muy fácil» dentro una función que se apoya en la música y en las proyecciones para resolver esos problemas propios del género: «Asesinato de un fotógrafo es un "fotoroman" escénico, esto es: invita a la exploración de la separación entre imagen, palabra y sonido, y la omisión de la acción en directo, visible. Es, pues, en esencia, un ejercicio de Alusión, que es la facultad indestructible y específica de lo teatral».
Como un mortal más, Rosal reconoce que todos terminamos cayendo en algún momento de nuestra vida en el «noir» (Agatha Christie, Vázquez Montalbán, Doyle...). «Hay miles de series con la misma estructura que se repiten y queremos seguir viéndolas. Hay algo de adictivo en desmantelar el caos». De ahí le surge al autor la idea de poner al detective como «el último poeta de la humanidad», una persona apartada de la sociedad, que no vive en los cánones.
Critica Rosal los tiempos: «Cuesta ver con claridad porque la literalidad no deja espacio. No hay margen para la imaginación. Debemos cuidar las referencias que hemos recibido del cine o la literatura. Ha habido un borrón rarísimo y no estamos siguiendo el hilo de las cosas bonitas que nos ha entregado el arte y la historia». Él quiere ser justo con ese pasado y por ello bebe de los Colombo, Pepe Carvalho, Poirot, Germán Areta o Sherlock. Detectives clásicos convertidos en «resistencia» para «darle un sentido más hondo» a la vida. «Esta figura tiene la valentía que hoy no se ve porque estamos atenazados».
Ese «poeta» es, para Rosal, Julio Romero, «una destilación de todos los que tenemos en la cabeza, un arquetipo de gabardina y sombrero, solitario, conocedor de la ciudad y de la noche, de respuestas ágiles, desquitado de la vida... Pero le he quitado la carga de cinismo y de decepción con la vida. Es luminoso». Será este el protagonista encargado de dar con el sospechoso del asesinato del célebre fotoperiodista alemán Franz Ziegetribe en «un festín detectivesco», concluye.
  • Dónde: Teatro de la Abadía, Madrid. Cuándo: del 13 al 23 de abril. Cuánto: de 8 a 20 euros.