"Todas las canciones de amor": En el corazón de una madre ★★★★☆
Bonito, pequeño y delicado montaje el que Eduard Fernández protagoniza para rendir un sincero homenaje a su madre
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Autor: Santiago Loza. Director: Andrés Lima. Intérprete: Eduard Fernández. Teatros del Canal (Sala Verde), Madrid. Hasta el 12 de febrero.
Bonito, pequeño y delicado montaje, con formato de monólogo, el que Eduard Fernández protagoniza, a las órdenes de Andrés Lima, para rendir un sincero homenaje a su madre, enferma de Alzheimer y fallecida durante la pandemia. La función, que recuerda bastante en su naturaleza, aunque nada en su desarrollo, a Por el placer de volver a verla –una estupenda obra de Michel Tremblay que en España protagonizaron hace muchos años Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza–, parte de un texto de Santiago Loza que ha sido adaptado de manera conjunta por autor, director y actor para acomodarlo, en algunos aspectos, a la realidad personal de este último.
En una fugaz escena inicial, Fernández aparece sobre las tablas tal cual es, aunque sin pronunciar una sola palabra que pueda darnos pistas sobre qué hace ahí o a quién está interpretando, si no es a sí mismo. A partir de la siguiente escena, lo vemos ya con una peluca disfrazado de Ana María, una mujer mayor, sencilla, que habla de su relación y sus sentimientos con respecto a su hijo, al que llama Eduardo. La reconstrucción de esas vivencias acontece en un plano de irrealidad magníficamente planteado por Lima en la dirección, sin subrayados innecesarios; un plano repleto de fisuras que se perciben tanto en la alteración del espacio que habita el personaje como en la consistencia, o inconsistencia, de su propio relato. Todo lo que ocurre y lo que se dice dimana del frágil estado de conciencia de una persona, como son los enfermos de Alzheimer, que hace esfuerzos por mantener el equilibrio de su memoria. “Vuelvo a ser la que queda de mí”, dice Ana María en un determinado momento, dejando advertir la elegancia literaria que tiene en algunas partes el texto.
Por lo comentado hasta aquí, el lector podría pensar que Todas las canciones de amor discurre por los cauces del melodrama; pero no es así: una de las originalidades es el extraño tono, onírico, amable, incluso cómico en ocasiones, que preside la representación, y que afecta también a la composición que Fernández hace de Ana María, con un lenguaje verbal y físico que no aspira tanto a ser el de una mujer como el de un hombre decidido, por unos instantes, a penetrar en esa mujer durante sus quehaceres cotidianos, aparentemente inanes, pero rebosantes de humanidad y ternura. ¿Ahora mismo…, Eduardo estará pensando en mí?, se pregunta el personaje hacia el final de la obra. (Quizá esté destripando más de lo debido, pero resulta necesario hablar del magistral desenlace para poder valorar el espectáculo en su conjunto). Poco después, antes de ir a oscuro, Ana María se quita la peluca; entonces volvemos a ver al Eduard Fernández de verdad, al que habíamos visto al principio, respondiendo así, sin palabras, a su madre, y dando un poético y hermosísimo sentido a toda la función. Ahí reside la belleza del juego de disfraces que es este monólogo, porque ¿qué gesto puede haber acaso más bonito que el de intentar expresar el amor hacia alguien no ya desde uno mismo, sino desde el propio corazón de la persona amada?
- Lo mejor: La relación tan poética que la propia obra establece entre el actor real y su personaje.
- Lo peor: Algunos pasajes, como el de la tragedia aérea, quedan un poco forzados en el contexto dramático.