Contracultura
Tenemos woke para rato
Analizamos la dilatación cronológica de un concepto que lejos de desaparecer, sigue definiendo el presente
Decía Paul Virilio que toda tecnología genera su propio accidente. Ahora mismo estamos en un momento de crisis en relación con lo identitario, después de varias décadas de expansión de lo woke en todos los ámbitos de la sociedad. ¿Nos encontramos ante el principio del fin de lo woke? ¿Es lo woke una tecnología de control que tiene su propio accidente, derivado de su propia expansión y sus contradicciones, en términos del «accidente» del que hablaba Virilio? ¿O solamente es una crisis puntual, un aparente frenazo, para continuar posteriormente con más intensidad la revolución cultural woke? No es un tema baladí. Debemos analizar las consecuencias negativas que se derivan del uso acrítico, abusivo, o inadecuado, de categorías como interseccionalidad, identidad o apropiación cultural.
El wokismo o el antiwokismo, se definan como se definan, no se deberían abordar desde posiciones fanáticas, a favor o en contra. Más bien lo importante es evaluar hasta qué punto la perspectiva woke nos permite aumentar nuestra libertad y nuestro bienestar. ¿Resulta lo woke menos eficaz, en la lucha contra la exclusión social, la desigualdad, la pobreza y la invisibilidad, que otros enfoques o teorías? Más aún ¿lo woke genera sus propios excluidos, niega a los otros, se postula como única legitimidad, y por lo tanto ejerce el control social para cancelar a aquellos que deben ser cancelados? No son preguntas retóricas, no estamos hablando de algo ajeno a la realidad, no es un debate intelectual sin conexión con la vida cotidiana. Al contrario, lo woke es ya dominante en la intelectualidad norteamericana y europea, no hay más que analizar cómo ha cambiado el lenguaje y la voluntad de control sobre lo que debe ser cancelado.
Estamos inmersos en un entorno de burbujas identitarias en las redes sociales, y en las instituciones, en las que el control y la presión son brutales (pensemos la velocidad con la que un tuit de hace años consigue que un artista o una artista sea cancelada…). La madurez de lo woke ha generado ya sus propios accidentes, en términos de Virilio, y la vigencia futura de lo woke estará ligada a la capacidad reflexiva de sus defensores para afrontar dichos «accidentes». Y la reacción anti-woke, tanto de líderes políticos como de intelectuales y de la población en general, también tiene que ver con las consecuencias (algunas quizás no queridas) del predominio woke. Deberíamos poder tener un debate honesto sobre las consecuencias positivas y negativas, sobre el control social, y sobre la cancelación, tras más de 20 años de predominio woke.
Es verdad que lo woke hace referencia a un complejo entramado teórico que no es fácil de sintetizar, y que no podemos simplificar ingenuamente. Ahora bien, frente a las proclamas en defensa de lo woke, reclamando nuestro apoyo para parar a la ultraderecha, hay que señalar que lo woke no está en peligro (no hay más que ver cuántos intelectuales de los que podríamos calificar «del régimen» se han lanzado a criticar lo antiwoke…, aunque es posible que, después de las críticas de la Fundación Avanza a lo woke, casi seguro cambien su discurso rápidamente).
Binomio maniqueo
Para los que ya peinan canas, en la década de los años 90 del siglo XX vivimos algo parecido, con las llamadas «guerras de la ciencia» y el asunto Sokal. En un contexto en el que la posmodernidad se había adueñado de las facultades de filosofía y literatura, de las revistas y de las instituciones, Sokal demostró, enviando un artículo absurdo que se publicó con buenas evaluaciones anónimas de «expertos reputados», que estábamos ante una farsa, de la que se alimentaba una élite poderosa en términos académicos, con una voluntad claramente expansiva y que pretendía ocupar cada vez más ámbitos institucionales y presupuestarios. Este caso puso sobre la mesa lo que estaba oculto a plena luz: los intereses económicos, profesionales y políticos, de una nueva ortodoxia, en este caso la posmoderna, que tropezó con su propio accidente (otra vez Virilio). La ruptura de los grandes discursos, la explosión de las identidades, y estrategias como la interseccionalidad, la descolonización o la apropiación cultural, conforman este nuevo ámbito (ya viejo) de lo woke, pero no lo agota.
Hay que hacer referencia también a la voluntad de poder de los que lo protagonizan, de los que reclaman convertirlo en el nuevo y único ámbito de legitimidad. Y, por lo tanto, al uso partidista de las élites o grupos de poder que, como abanderados de dichas ideas, conquistan y ejercen el poder. Dichas élites académicas y políticas han encontrado, en su identificación con la izquierda, un señuelo estupendo para que las izquierdas en el poder, y sus canales mediáticos y sus opinadores habituales, se lancen contra la extrema derecha y reclamen la legitimidad de lo woke. Pero, como acaba de poner de manifiesto la Fundación Avanza, no pueden dejarse de lado los excesos doctrinales y dogmáticos de lo woke (que se lo cuenten a las feministas clásicas del PSOE).
¿Es posible un debate sosegado en este ámbito? En sociedades polarizadas, en las todo se reduce al binomio amigo-enemigo, hay un fenómeno oculto muy preocupante. Cuando votar a los nuestros se identifica como la única forma de supervivencia, la consecuencia directa es la falta de alternancia en el poder, y por lo tanto el incremento del poder arbitrario y la corrupción (ya que nunca puedes votar a los otros). No es nada nuevo, ya ocurre con el nacionalismo y el entramado económico que genera, de intereses brutales que hacen muy difícil la crítica interna y la alternancia. Reducir lo woke a la contraposición izquierda/derecha, o progresistas frente a conservadores, puede ayudarnos a identificarnos con lo woke o a rechazarlo, pero no nos permite una evaluación serena de lo que implica en términos de cambio cultural, en términos de liderazgo académico, y en términos de transformación de las élites. Y por supuesto, oscurece el análisis detallado de sus consecuencias sobre las trayectorias de las personas y las instituciones.
Ante un tema tan complejo, ciertamente es trivial abanderar lo woke, o lo antiwoke, o lo anti-antiwoke, desde una simplificación nada ingenua que identifica lo woke con la igualdad y la democracia. Por eso creo que no estamos cerca del fin de lo woke, ni en su dimensión ideológica, ni en su relación con el poder institucional (público y privado).
Más bien, nos encontramos ante una mutación ventajista, en la que, después de conquistar el poder y ejercerlo y cancelar a los que se consideran ilegítimos, ahora lo woke se convierte en la nueva víctima, y al victimizarse se reinventa para mantenerse ejerciendo el poder, pero quejándose de ser víctima. Un viejo truco que sigue funcionando. Tener el control, y decir que me atacan, cuando ejerzo el poder. Pero este truco tiene una consecuencia dramática: el incremento del malestar de la población, que, ante esta nueva invisibilización de las consecuencias negativas, puede entregarse a los populismos.
Frente a la extrema derecha como arquetipo movilizador, lo woke es ahora una víctima más. De todas las estrategias victimizadoras sobre lo woke, hay dos particularmente repetidas en los últimos meses. La que viene a decir que, aunque hay efectos discutibles (excusa para aparentar independencia de criterio), es mejor hablar sobre un ejemplo a favor de lo woke. Y a partir de dicho ejemplo, identificar democracia, diversidad y woke, generando un enmarcado en el que solo queda defender lo woke. Un truco sofístico habitual, primero decimos que hay temas que se podrían criticar, después ponemos un ejemplo o argumentamos a favor de lo woke, y después ya directamente identificamos woke y democracia y libertad. Dejamos claro que los antiwoke son lo contrario de la democracia. Y si hace falta, pues citamos a Trump.
La segunda estrategia, menos sofisticada pero muy emocional, es incluir referencias a lo woke como víctimas de Trump y la extrema derecha en artículos sobre otros temas que no tienen nada que ver con lo woke, y sí con las críticas a la oposición de derechas (aunque aquí en España lleva ya gobernando Pedro Sánchez más de siete años…). De esta forma, denunciando el enemigo por venir, se justifica la legitimidad de lo woke, se invisibilizan sus efectos, y se oculta el poder de la élite cultural que nos gobierna y que se lanza contra el antiwokismo mientras continúa mandando. En definitiva, tenemos woke para rato, antes poderoso y ahora poderoso y victimizado.