Efemérides

Capea y "Cumbreño": 40 años de una faena que marcó época en Madrid

El 4 de junio de 1985, Pedro Moya "Niño de la Capea" alcanzó la consagración en Las Ventas

Capea y Cumbreño: 40 años de una faena que marcó época en Madrid
Capea y "Cumbreño": 40 años de una faena que marcó época en MadridLa Razón

El 4 de junio de 1985 quedó grabado a fuego en la memoria de los aficionados. Aquel martes primaveral, Las Ventas vivió una de esas tardes que se cuentan entre las elegidas, en las que se cruzan el toro adecuado, el torero en su punto y un ambiente de los que electrizan. Hoy se cumplen 40 años de la faena cumbre de Pedro Gutiérrez Moya, el "Niño de la Capea", al mítico toro "Cumbreño", un astifino ensabanado de Manolo González que lo elevó a la cima definitiva del toreo.

La tarde llegaba cargada de expectativas. Era la vigesimoprimera corrida de la Feria de San Isidro y Capea había dejado ya una huella firme el 23 de mayo, cuando paseó una oreja y se pidió con fuerza la segunda tras una faena al toro "Intendente", de Sepúlveda. Pero el destino había guardado su verdadera consagración para más adelante, en el cierre del cartel que compartía con Manolo Cortés y José María Manzanares, en una corrida desigual en la que Pedro acaparó todo.

El último toro de la tarde, "Cumbreño", estaba marcado por un destino especial. Ensabanado, serio, no parecía a primera vista el aliado perfecto para una faena de ensueño. Pero lo fue. Desde el inicio, Capea cuidó al animal con inteligencia. Salitas colocó una primera vara medida que fue ovacionada, y el torero pidió que las siguientes fueran solo de tanteo. Sabía lo que tenía entre manos.

La faena comenzó con series de derechazos hondos y templados, rematados con impecables pases de pecho. A partir de ahí, todo fue creciendo. Naturales largos, redondos serenos, un kikirikí arrogante, despliegue de poderío y temple. Donde no llegaba el toro, Pedro imponía mando y pulso. Convirtió la poca acometida en nobleza, y el embiste reticente en entrega. La faena tuvo momentos de quietud absoluta y muletazos eternos. Y remató su obra con una estocada en lo alto, ejecutada recibiendo, que desató la apoteosis.

Aquella tarde, Capea no solo cortó las orejas, sino que conquistó definitivamente Madrid. Salió a hombros por la Puerta Grande en medio de una ovación sin matices. Fue la coronación de una feria inolvidable, en la que se había mostrado completo, maduro, con temple y con valor, sin dejar nada dentro. La crónica de José Luis Suárez-Guanes en Aplausos lo dejó claro: “El trono actual del toreo está en sus manos. Que lo conserve...”.

Y lo conservó. Capea fue durante años figura indiscutible, y su nombre quedó para siempre unido a tardes como aquella. "Cumbreño", por su parte, pasó a la historia como el toro de la consagración, aquel que desafió las estadísticas y ayudó a escribir una página dorada en la tauromaquia. Su cabeza preside el salón de "Espino Rapado", la finca del maestro en tierras salmantinas.

Cuarenta años después, el recuerdo sigue intacto. Para muchos, fue una lección de toreo total; para otros, una demostración de inteligencia, técnica y corazón. Para todos, una faena que engrandece el significado de ser torero. Por todo esto, ese azulejo descubierto hace apenas unos días en Las Ventas rinde justicia con la grandeza del torero salmantino.