Conciertos

Virtuosismo de altura

Obras de Currier, Kreisler, Grieg, Debussy y Franck. Anne-Sophie Mutter, violín; Roman Patkolo, contrabajo, y Lambert Orkis, piano. Obras de Chopin y Liszt. Ivo Pogorelich, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 28 y 29-X-2013.

Virtuosismo de altura
Virtuosismo de alturalarazon

Obras de Currier, Kreisler, Grieg, Debussy y Franck. Anne-Sophie Mutter, violín; Roman Patkolo, contrabajo, y Lambert Orkis, piano. Obras de Chopin y Liszt. Ivo Pogorelich, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 28 y 29-X-2013.

Dos de los más grandes nombres del violín y el piano, Anne-Sophie Mutter e Ivo Pogorelich, se presentaron en Madrid en días consecutivos dentro de los ciclos de Juventudes Musicales y Scherzo, respectivamente. En ambos casos se cumplieron todas las expectativas sin grandes sorpresas. De Mutter se esperaba, además de su siempre arrebatadora presencia, el lucimiento de una técnica envidiable y una musicalidad sin tacha puesta al servicio de conceptos personales pero siempre ortodoxos. También una muestra de su amor por lo contemporáneo y así lo mostró en las «Ringtone variatons» de Sebastian Currier, una pieza escrita para una solista a quien sólo parece escapársele John Williams y que evoca los tonos de esos móviles que siempre suelen fastidiar en los auditorios. Los tonos de Currier fastidian menos, pero resultarían tan manidos como los de los terminales si no fuese por las posibilidades de lucimiento que brindan al virtuosismo de la solista, con quien mantuvo adecuado diálogo el contrabajista Roman Patkolo. Más placer encontró el público en el que encierran las «Variaciones sobre un tema de Corelli» de Kreisler, una pequeña joya, así como en la «Sonata n. 3» de Grieg, de la que se ha escrito que es «la obra de un joven que sólo ha visto el lado luminoso de la vida» pero que avanza bastante lo que llegaría en «Peer Gynt» diez años después. Con todo, lo mejor llegó en la segunda parte con dos lecturas soberbias, en perfecta compenetración con su pianista habitual, Lambert Orkis, de la «Sonata para violín y piano en sol menor» de Debussy, absolutamente evocadora, y la en «la mayor» de Cesar Frank. Música en grande.

Si Mutter había deslumbrado con sus cascadas de sonido, éstas quedaban pequeñas comparadas con las que emanan del piano de Pogorelich. Tiene éste ideas muy claras de cómo ve y desea trasladar sus versiones, muy lejanas a la ortodoxia, a veces irritantes y a veces cautivadoras. El problema del croata-serbio es que en 1984 tocó la misma «Sonata n. 2» de Chopin en el Teatro Real en lo que fue toda una revelación, y el tiempo no ha pasado para mejor. Se le caen docenas de notas, aunque no deja de ser pianista de técnica apabullante. Ama hasta el exceso los contrastes dinámicos, llegando a emborronar en los potentísimos fortes. Se recrea en frases eternizando el sonido –la «Sonata en si» de Liszt duró casi como dos– y enturbia cantábiles a base de primar simples arpegios de la mano izquierda. Tanto contraste, que jamás cae en la cursilería, acaba por deslavazar la continuidad musical. Sin embargo, qué de belleza en momentos líricos de la sonata de Liszt y de virtuosismo en el final de la de Chopin. ¿Al de quién se parece su «Nocturno en do menor, op.48 n. 1» de Chopin? Probablemente al de nadie y por eso, entre otras cosas, interesa Pogorelich. No podía haber propinas tras el denso programa y no las hubo.