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El Laportazo

Su gran piedra de toque será no regalar la entidad a los ”indepes” para que la mangoneen a su antojo

Joan Laporta, en el acto de presentación de los integrantes su candidatura
Joan Laporta, en el acto de presentación de los integrantes su candidaturaEnric FontcubertaEFE

Conocí a Jan Laporta en el verano de 2004 en la casa mallorquina de Ágatha Ruiz de la Prada. Entonces era presidente en ejercicio del Barcelona, adonde había llegado meses antes con 40 añitos. Me resultó simpático a rabiar, educado, pasional y rápido, muy rápido. Las cogía al vuelo. Era lo que toda la vida de Dios se ha llamado un líder. Algo que corroboré meses después cuando lo traje al Foro de El Mundo de Baleares a dar una charla. Estaba lleno a reventar. Se ocuparon los 800 asientos de un salón que luego saltaría a la fama porque allí se celebró el Illes Balears Forum en el que el arriba firmante pilló con el carrito del helado a Iñaki Urdangarin. Allí corroboré que mi primera impresión no era fruto de la casualidad, que tenía ese carisma que distingue a los ADNs brillantes de los mediocres o de los que no valen ni para tacos de escopeta. Conectaba. Vaya si conectaba. Desde el minuto 1 hasta el 90 en que puso punto y final a la conferencia todo el mundo tuvo la mirada fija en su rostro. Nadie se distrajo, se aburrió, ni bostezó una sola vez. Gustaba porque, pasional como es él, hablaba desde el corazón y para el corazón, la clave del éxito de un buen discurseador.

Aquella húmeda tarde de invierno escuché por primera vez hablar de Leo Messi. «Tienes que estar atento a un chico argentino que tenemos en la cantera y que lo va a reventar, será el mejor del mundo», me espetó. Un servidor se lo tomó como la típica chulería culé a un devoto madridista. Deduje que sería un bluff más de Can Barça. Tres años después certifiqué que algo de verdad había en su afirmación y un lustro más tarde evidencié, tras el 2-6 del Bernabéu, que estábamos ante un crack para la historia.

Nuestra relación fue estupenda hasta que le cazamos con negocios turbios aprovechando la atalaya que le proporcionaba el Barça. Sus nunca del todo aclaradas relaciones con Uzbekistán, donde trincó 10 millones de euros desde su despacho de abogados, nos distanciaron porque cometimos el delito de desvelarlas en Marca. Luego le perdí la pista y las pocas cosas que he sabido de él han sido por su familia política, los Echevarría. Ahora vuelve a la carga tras una intentona fallida en 2015. Todos daban como favorito a un Víctor Font que, apadrinado por el siniestro Roures, propietario de la corrupta Mediapro, se había asegurado la llegada de ese supuesto nuevo Guardiola que es Xavi Hernández a la silla eléctrica que es el banquillo blaugrana.

El martes se produjo un hecho de los que cambian la historia, uno de esos turning point que vemos en las películas y que cambian el discurrir vital de un hombre, que pasa de ser uno más a transformarse en un ganador. El pancartazo con el lema «Ganas de volver a veros» en la fachada de un edificio a escasos 250 metros del Bernabéu acaparó portadas de periódicos, telediarios y programas de radio, deportivos y no deportivos. Fue el hit de la jornada. Una genialidad que seguramente le proporcionará la victoria por un precio ridículo, 50.000 euros, especialmente si se compara con los 4 ó 5 kilos que mueve una candidatura sólida en Madrid o Barça.

El viernes, tras ver el percal, Xavi dijo «Diego» donde había pronunciado un contundente «digo». Fue un golpe mortal a la candidatura de Font. Si yo fuera culé, que no lo seré ni en 3.000 reencarnaciones, le votaría. Como madridista prefiero no verlo ni en pintura. Su gran piedra de toque será no regalar la entidad al independentismo para que la mangonee a su antojo. Cada vez que se ha caído en esa tentación, el Barça ha hecho aguas. Me dicen que tiene tan claro como en su primera etapa que los políticos han de quedarse en su casita, que es la Generalitat; los deportistas en la suya, que es el Camp Nou y Dios en la de todos. Y eso que él es un furibundo indepe. Su otro reto será cómo meter mano al «caso Messi» y conseguir que el 10 deje de ser más que un club. No le arriendo la ganancia. Ahí o sale por la puerta grande o llevaremos luto por él.