Copa del Rey

Esta vez no se pitó el himno: ya saben lo que hay que hacer

No estaría de más imitar de una puñetera vez la idea que Nicolas Sarkozy se sacó de la chistera en 2008 tras un partido Francia-Túnez en el Stade de France

El rey Felipe VI acompañado por otras autoridades escuchan el himno nacional antes del inicio del la final de la Copa del Rey
El rey Felipe VI acompañado por otras autoridades escuchan el himno nacional antes del inicio del la final de la Copa del ReyJosé JimenezAgencia EFE

La pitada al himno ha sido el sino de las finalísimas de la Copa del Rey desde 2010 excepción hecha de la de 2013 en el Bernabéu, disputada por Real Madrid y Atlético. Los atronadores silbidos han sido la regla en todas las demás ediciones por un sencillo motivo: entre los finalistas estaba o el Fútbol Club Barcelona y/o cualquiera de los tres equipos vascos, incluido el Alavés en  2017. Consecuencia: como buena parte de sus hinchadas son independentistas, y muy especialísimamente sus sectores ultra, jamás se ha escuchado la Marcha Real en paz. Se llegó a buscar un antídoto que pasaba por poner el símbolo musical patrio a todo gas. Los experimentos resultaron fallidos: para conseguir que los rebuznos pasasen desapercibidos habría que haber elevado el volumen mucho más allá de lo que admiten los pabellones auditivos humanos. Y tampoco era cuestión de dejar sordo al personal. Hubiera sido peor el remedio que la enfermedad.

Anteayer se celebró en La Cartuja sevillana el encuentro correspondiente a la edición de 2020, aplazada por perogrullescas razones. Ganó la Real Sociedad de ese gran entrenador que ha resultado ser Imanol Alguacil y que comparte mérito con uno de los mejores presidentes de Primera, Jokin Aperribay. Lo de menos 48 horas después es obviamente el resultado, conocido por cualquier aficionado al deporte rey. Lo de más hoy lunes es que por segunda vez en 12 años, que se dice pronto -este país está loco-, el himno español no fue objeto de la mofa sonora de los anormales de turno por la elemental razón de que el match se resolvió a puerta cerrada. Lo cual invita a pensar que habrá que tomar medidas de una puñetera vez para evitar la afrenta al Rey, el escándalo nacional y el ridículo internacional que protagonizamos año tras año sin que a nadie se le ocurra una solución para impedir que los bárbaros se salgan con la suya.

Que uno sea independentista es una legítima elección personal que no está ni debe estar reñida con la educación, la tolerancia y el más mínimo talante democrático. Cuando se toca Els Segadors, el himno oficial autonómico de Cataluña, sea en una cita deportiva, suceda en un acontecimiento político o cultural, nadie lo silba. Ni un solo constitucionalista osa interrumpir una melodía colectiva que, como todas, va a lo más íntimo de los sentimientos de los ciudadanos del pueblo, la ciudad, la región o la nación que se trate. Silbarlas es puñetero fascismo. Intransigencia nivel Dios. No sé si me moriré esperando que el Congreso de los Diputados refrende medidas sancionadoras para que todos estos neandertales antiespañoles no se vayan de rositas.

No estaría de más imitar de una puñetera vez la idea que Nicolas Sarkozy se sacó de la chistera en 2008 tras un partido Francia-Túnez en el Stade de France en el que jóvenes galos hijos de tunecinos y tunecinos residentes en el país le pegaron una pitada de aquí no te menees a La Marsellesa. El tan eficaz como expeditivo presidente de la República no se lo pensó dos veces aprobando varias normas para evitar que se repitiera el tercermundista espectáculo. Y no se ha repetido. Básicamente porque si el preciosísimo himno galo se abuchea, el partido se suspende, se pospone y se establece la prohibición de jugar contra el rival durante un periodo a determinar. Amén de obligar a los miembros del Gobierno presentes a abandonar el campo ipso facto. Yo en el caso de España añadiría multas económicas, cuando te rascan el bolsillo por una ilegalidad lo normal es que te lo pienses dos veces a la hora de repetirla, y la expulsión del equipo en cuestión de la siguiente edición. E idéntica disposición adoptaría con los gritos racistas. Con los intolerantes hay que ser intolerante.