Golf

El Masters de Augusta y el año de los dos chips prodigiosos

Larry Mize se encumbró en el playoff del año 1987 ante Ballesteros y Greg Norman gracias a un golpe de aproximación desde más de cuarenta metros

Larry Mize, en uno de sus recorridos de la presente edición en el Masters de Augusta
Larry Mize, en uno de sus recorridos de la presente edición en el Masters de AugustaDavid J. Phillip

Es curioso. Dennis Quaid y Meg Ryan protagonizaron en 1987 una olvidable comedia de ciencia ficción cuyo título original fue «Innerspace» y que en España se estrenó como «El chip prodigioso». En golf, un chip es un golpe de aproximación a la bandera que se realiza desde los aledaños del green y que sólo con mucha destreza, y una dosis de suerte, termina en el hoyo. Pues bien, el playoff del Masters del año de estreno del citado filme, se consumó el chip más prodigioso de la historia del deporte, un tiro extraterrestre que permitió que un jugador nacido en Augusta se enfundase la Chaqueta Verde.

Larry Mize era, a priori, el convidado de piedra en el playoff que había de dilucidar el Masters de Augusta de 1987. Un meritorio jugador de la segunda fila del PGA Tour –sólo un título entonces en su palmarés, ganado cuatro años antes– que defendía el honor estadounidense frente a las dos grandes bestias competitivas del circuito. El vigente campeón del Open Británico, Greg Norman, el Tiburón de Queensland, y Severiano Ballesteros, cuádruple ganador de torneos Major que guardaba en su armario dos Chaquetas Verdes, las ganadas en 1980 y 1983. Pero el genio cántabro, ante la sorpresa generalizada, dejó el triunvirato en dueto al cometer un bogey en el hoyo 10, el primero en el que se jugaba el desempate.

Se fueron al tee del hoyo 11, primero del Amen Corner y que lleva por nombre Cornejo Blanco, el australiano y el yanqui, que buscaba convertirse en el tercer golfista del estado de Georgia en ganar en casa, tras Claude Harmon (1948) y Tommy Aaron (1973). El segundo tiro de este par 4 dejó a Norman en el green, a unos veinte metros de la bandera, y a Mize más lejos todavía, a 140 pies (más de cuarenta metros), con la obligación de levantar la bola para sobrevivir, ya que era imposible aproximarse rodando. Lo que en el argot golfístico se llama un «chip», hacer saltar la pelota para salvar el terreno más irregular.

La bola de Mize botó en la corona del green, dio otro botecito cinco metros más adelante y cayó de derecha a izquierda hasta la bandera, provocando el delirio de sus paisanos ante la celebración contenida del golfista, que aguantaba las lágrimas mientras pedía al público silencio porque Norman aún debía intentar el birdie que habría mandado el desempate al duodécimo hoyo. Pero era un putt casi imposible que el australiano no estuvo ni cerca de embocar. El chico de Augusta era profeta en su tierra.

De adolescente, Larry Mize trabajó colocando las puntuaciones de los jugadores en el marcador del tercer green del Augusta National, durante los Masters de 1972 y 1973. La mitad del día se dedicaba a colgar resultados y la otra mitad la pasaba recopilando autógrafos de las estrellas del momento en el campo de prácticas y siguiendo el recorrido de Arnold Palmer, Jack Nicklaus o Billy Casper. «Me encantaba trabajar en el marcador. Si tenía turno de tarde, después de que el último grupo hubiera pasado por el tercer hoyo, podía seguir el juego desde el quinto hoyo, más o menos. Así que tenía mucho golf que ver. Fue algo grandioso. Me dejaban entrar gratis en Augusta y encima me daban un bocadillo para almorzar», ha recordado el campeón en una entrevista reciente.

Fue la única victoria en el Grand Slam de Larry Mize, que sólo ganó otros dos títulos en el circuito principal y que, por ende, guarda ese día como el más importante de su carrera. Una cadena de televisión norteamericana especializada en golf calificó aquel chip de 1987 como el segundo mejor golpe de la historia, sólo por detrás de un putt de Justin Leonard en la Ryder Cup de 1999. Su autor vuelve cada año al Masters gracias a la invitación vitalicia que la organización reserva para todos los campeones. También en esta edición recién finalizada de 2021, en la que, con 62 años, se ha dado el gustazo de jugar dos vueltas y cerrar la clasificación, con 19 golpes por encima del par, antes del fin de semana decisivo.