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Muhammad Ali, desde todos los ángulos

Fiaz Rafiq hace un retrato del campeón como nunca se había hecho en “Muhammad Ali. La vida de una leyenda”. Ali, por dentro y por fuera

Muhammad Ali en un entrenamiento en 1976
Muhammad Ali en un entrenamiento en 1976Nick UtAP

«Si mi padre fuera una bomba, sería como la bomba de Hiroshima. Ese fue el impacto que tuvo en la gente». Así describe a Muhammad Ali su hijo, Muhammad Ali Jr. Una figura que se escapa de los límites del cuadrilátero. Aunque en casa sólo fuera papá. «No lo veo como al más grande de todos los tiempos, no lo veo al gran humanitario. Lo veo como mi papá», recuerda su hijo.

Un padre presente, que da consejos a sus hijos y que les gasta bromas. Y que ayuda a sus hijos a que lo vean sólo como su padre porque nunca presume de amigos famosos, de ser el canguro de Michael Jackson o de tener a Clint Eastwood sentado en su sofá. Sólo un padre.

Fiaz Rafid, el autor de “Muhammad Ali. La vida de una leyenda”, se aproxima a la figura del más grande desde dentro, a partir de multitud de entrevistas a personas que lo conocieron, que trataron con él en la intimidad. Conversaciones incluso con sus hijos, poco acostumbrados a hablar de la figura de Muhammad Ali en público. Y en esas conversaciones se descubre que el bocazas profesional no era más que un personaje, una estrategia de márketing antes de que existiera el márketing deportivo, para propagar sus ideas y promocionar el boxeo. Y especialmente sus combates.

Las grandes palabras las reservaba para los periodistas, con los que siempre tuvo una relación cercana, no se negaba a una entrevista o a atender a cualquier micrófono. Con la prensa se soltaba. «Va a correr, es un conejo», decía antes de ganar a Floyd Patterson en su primera pelea.

«No era en absoluto como la gente lo percibía a través de la prensa», revela George Dillman, dueño del campo de entrenamiento donde se ejercitaba Ali. «Se encendía y se apagaba como con un botón. Cuando llegaba la prensa empezaba a gritar ‘’Voy a golpear a este tío’'. En cuanto se iban decía: ‘’Bueno, eso me hará ganar más dinero’'», cuenta. Aunque renunciara a ganar unos buenos dólares en una pelea con el jugador de baloncesto Wilt Chamberlain. Las versiones son contradictorias, pero ese combate se planteó y nunca se celebró.

Los periodistas entrevistados en el libro descubren su visión del personaje. Un punto de vista diferente al que ofrecen sus hijos, porque «Muhammad Ali. La vida de una leyenda» ofrece una visión desde todos los ángulos. Y se desvelan anécdotas curiosas, como esa imagen de Ali, cuando todavía se llamaba Cassius Clay, sentado en las escaleras de la villa olímpica de Roma y gritando «soy el más grande, voy a ser campeón del mundo de boxeo», ante una audiencia sorprendida por aquellos gritos. Él ya sabía adónde iba a llegar y, a pesar de la indiferencia general, las mujeres volvían la cara verle otra vez. También conoció a los Beatles. Ellos sabían quién era Ali, pero Ali no sabía quiénes eran ellos. Y después de golpearlos sobre el cuadrilátero antes de que se marcharan, preguntó: «¿Quiénes eran estos maricas?».

Así era Muhammad Ali, indiferente a la fama y a los famosos. Un hombre que dedicaba su tiempo libre a estudiar el Corán después de su conversión y cambio de nombre. Sólo utilizaba el reconocimiento que recibía para ejercer de altavoz de sus preocupaciones vitales, normalmente relacionados con la opresión de las minorías negras y de los más desfavorecidos. Su compromiso le hizo perder mucho dinero en patrocinios, A pesar de ser el deportista más famoso del mundo, las marcas no se atrevían a entregar su dinero a un personaje como Ali. Pero él sabía dónde tenía que estar y sabía quiénes eran los suyos.

Eso lo comprendió Jim Brown, amigo de Ali y estrella del fútbol americano cuando le animó a dar «un paseo por la comunidad». Brown no entendía lo que su amigo quería decir, pero lo entendió rápidamente. Se trataba de pasear entre su gente, de hablar con ellos y de demostrarles que se preocupaban por ellos. Un comportamiento que le hizo ser admirado por los aficionados y por los rivales.

Entre los testimonios está el de Chuck Wepner, un boxeador que reclama haber el inspirador de Sylvester Stallone para escribir el guion de Rocky. Para él mismo fue una sorpresa enterarse de que pelearía por el título del mundo con Ali. Aunque en realidad a él le habían prometido una oportunidad contra Foreman. Eso fue lo que le prometió Don King antes del mítico Ali-Foreman en Kinshasa, cuando pensaba que Foreman iba a ser el campeón. Pero Don King mantuvo la promesa.

Wepner fue una anécdota en su carrera, pero el combate con Foreman marcó su carrera. «Big George» relata en el libro la impotencia que sufrió en aquel combate del Zaire. Lo golpeaba tan duro como podía, pero siempre se levantaba. «Te pillaba con la guardia baja y te machacaba con un gran golpe. Fue un gran boxeador, el mejor de todos los tiempos», confiesa Foreman. Fuera del «ring» no había rencores. «Era un tipo divertido. Fuimos muy buenos amigos después del combate». La huella de Ali llegó mucho más allá del cuadrilátero.