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Alpinismo
Desde la cima del Everest: "Cojan número por favor"
En plena temporada alta de ascensiones ya se han expedido más de medio millar de permisos. Cada uno cuesta 13.505 euros. Hoy se cumplen 30 años de la primera cima firmada por una mujer, Alison Heargreaves, en la montaña más alta del planeta

Hoy se cumplen 30 años de la primera ascensión de una mujer en solitario, la británica Alison Hargreaves, a la cima del Everest sin sherpas y sin oxígeno. Madre, alpinista y pionera, desafió no solo la altitud sino también los prejuicios. Tres décadas después, su gesta sigue resonando en plena temporada alta de ascensos a la cumbre más elevada del planeta.
Inspirada por la japonesa Junko Tabei, la gran pionera del montañismo femenino que tocó veinte años antes la cima del Everest (17 de mayo de 1975), Hargreaves se convirtió en la primera mujer en alcanzar el techo del mundo en solitario y en la segunda persona en hacerlo después del italiano Reinhold Messner.
Nació en Belper (Inglaterra) en 1962, donde las montañas apenas superan los mil metros. Aprendió pronto y desde 1988 comenzó a firmar ascensiones en las caras norte de los Alpes. En 1989, subió al Eiger, de los Alpes berneses, embarazada de seis meses de su hijo mayor, Tom Ballard. Le llovieron críticas, pero Hargreaves, una vez más, respondió escalando.
Con 33 años se propuso coronar en solitario las tres montañas más altas del mundo: Everest, K2 y Kangchenjunga. El 13 de mayo de 1995 coronó los 8.848 metros. Cuatro meses más tarde ya estaba rumbo a Pakistán. Coronó el K2 junto en una expedición internacional en la que se encontraban los españoles Javier Escartín (45 años), Javier Oliván (38) y Lorenzo Ortiz (24). Después de alcanzar la cima a 8.611 metros se desató una tormenta en el descenso que arrasó la expedición. Dos supervivientes del grupo, Pepe Garcés y Lorenzo Ortas, alcanzaron el campo base y aseguraron haber visto el anorak ensangrentado de la británica. Su legado no se apagó, ya que su hijo, Tom Ballard, tomó el relevo hasta que desapareció en el Nanga Parbat (Pakistán) con apenas 30 años.
La vertiente sur nepalí del Everest, la más accesible, no tiene nada que ver con la época del ascenso de Alison Hargreaves. Casi medio millar de candidatos aguardan en el campo base para intentar hacer cumbre en plena temporada alta. Las imágenes dantescas de los atascos camino de la cumbre volverán a repetirse. Se trata de que el negocio se mantenga y para ello cada aspirante cuenta con uno, dos o tres sherpas de apoyo. Y eso que Nepal ha tratado de regularizar las ascensiones para que la subida al Everest no sea poco menos que una excursión más al alcance de cualquier con una saneada cuenta corriente.
El Gobierno nepalí ha impulsado un proyecto de ley en el que se contempla que para obtener un permiso para subir al Everest hay que acreditar una cumbre en una montaña de 7.000 metros en Nepal. La norma persigue mejorar la seguridad, reducir la degradación mediambiental de la zona y evitar las imágenes que se han producido los años anteriores.
La normativa incluye que el sardar (jefe del personal local) y los guías que acompañen a los escaladores deberán ser ciudadanos nepalís, lo que aumenta las exigencias para formar una expedición. Y esto último no ha hecho ninguna gracias a los operadores de expediciones internacionales.
El precio este curso por ascender el Everest ha subido de 11.000 a 15.000 dólares -13.505 euros- y ya se han expedido más de medio millar de permisos. Los alpinistas este año tienen que llevar bolsas personales para no dejar excrementos camino de cima. Todo sea por evitar que el Everest se convierta en un vertedero o en cualquier estación de metro en hora punta.
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