Fútbol

Fútbol

Copa Libertadores: La guarida de La Doce

En un lugar secreto en mitad del barrio de La Boca se prepara para cada partido la barra brava más mítica. Una cuestión de fe que pasa de padres a hijos.

Un aficionado de Boca Juniors despide al equipo en Buenos Aires subido en un semáforo
Un aficionado de Boca Juniors despide al equipo en Buenos Aires subido en un semáforolarazon

En un lugar secreto en mitad del barrio de La Boca se prepara para cada partido la barra brava más mítica. Una cuestión de fe que pasa de padres a hijos.

En un lugar secreto, en las entrañas del barrio de La Boca, descansan las banderas, las pancartas, los bombos y los papelillos que colorean cada partido del equipo en La Bombonera. Sólo unos cuantos cabecillas de la barra brava xeneize conocen su ubicación y nadie ajeno puede llegar allí por su cuenta. En ese rincón escondido comienza el ritual cada vez que juega en casa Boca Juniors. Muchas horas antes del pitido inicial, los chicos del «jugador número 12», la barra más famosa del mundo, llegan allí con las furgonetas para cargar todo y dirigirse a La Bombonera, que se levanta entre edificios y casas antiguas, y a la que sólo se puede acceder por un par de calles. Una ratonera y a la vez el lugar de fe de un barrio que respira, disfruta y sufre con el resultado de cada domingo y que no tendría sentido sin su equipo de fútbol.

Lo recogen todo, lo llevan a la grada y la visten de azul y oro de arriba a abajo. Los músicos tocan y tocan incluso cuando los jugadores todavía están en el hotel y el movimiento de los brazos al ritmo de los cantitos no se detiene sea cual sea el resultado. Ellos llevan la voz a todo el estadio, que desde la entrada más humilde hasta la platea más cara, canta como un solo hincha. Hay diecisiete millones de bosteros por todo el mundo, pero ellos, esa barra, son los más cercanos a la plantilla y al sentimiento.

Tienen mucho peso dentro del club y algunos, que dicen haber nacido ya de Boca, han acabado trabajando para la institución de alguna manera. Futbolistas del primer equipo han sido antes chicos de barrio que soñaban con marcar goles vestidos con los colores que aman. El mejor ejemplo en la plantilla actual es Carlos Tévez, ídolo auriazul, de origen humilde, que ha regresado para terminar su carrera en casa. Él fue de los que se compraban el choripán (sandwich de chorizo) antes de entrar al partido y que al día siguiente estaban tristes o contentos en función del resultado.

La hinchada de Boca se precia de ser la mitad más uno de los argentinos y también de no dejar nunca abandonados a sus jugadores, por muy doloroso que sea el resultado. Ganen o pierdan no se vuelven contra sus muchachos y están convencidos de que esa fe es la que les ha permitido remontar partidos que parecían imposibles. No hay reproche por muy enorme que sea el fallo, porque les une una camiseta, un escudo y un barrio.

El primer jugador número 12 fue un hijo de emigrantes italianos llamado Agustín Caffarena. El «Toto» gastó todos los ahorros y parte de los de su padre para formar parte de la gira que Boca hizo por Europa en 1925. Era la primera vez que un club argentino cruzaba el océano y él se empeñó en estar en ese barco. Durante los más de veinte días de expedición hizo de utillero, de masajista, de asistente y de lo que hiciese falta. Fue de gran ayuda a la plantilla y al cuerpo técnico, así que entre el portero Tesorieri y Antonio Cerroti le pusieron el apodo del jugador número 12, porque era el primero que animaba desde fuera.

De aquella historia nació el nombre de la barra brava actual, que hace lo mismo que el joven «Toto» en aquella gira que comenzó en Vigo ante el Celta: darlo todo para que Boca Juniors no deje de ganar.

Casa Amarilla

El barrio es tan enrevesado que no hay espacio para casi nada más de lo que está edificado. La ampliación del estadio está aplazada sin fecha porque para hacerla sería necesario derribar algunos bloques de pisos y los propietarios se niegan a firmar. Los hinchas les cantan de vez en cuando durante los partidos para que vendan de una vez, pero de momento no ha dado mucho resultado. No lejos del estadio, se sitúa Casa Amarilla, la ciudad deportiva para el primer equipo y la cantera, que incluye una residencia para los niños que llegan del interior buscando una oportunidad. Es el sueño de muchos, que tras horas de autobús, duermen en la puerta esperando la hora de la prueba. Los que se quedan, comen, duermen y entrenan allí, pero también tiene que estudiar y aprobar todas las asignaturas para poder jugar. Crecen a pocos metros del estadio que en unos años quizá tiemble con sus goles.