Opinión

Xavi no es ninguna broma, las agresiones a Vini, tampoco

Esperemos que el resurgimiento azulgrana sea en buena lid y que no cuente con las ayuditas arbitrales de siempre

Xavi Hernández, durante la semifinal de la Supercopa de España ante el Real Madrid
Xavi Hernández, durante la semifinal de la Supercopa de España ante el Real MadridJulio MuñozAgencia EFE

Desde los tiempos en que dirigí Marca, siempre he tenido una buena relación con Xavi Hernández. Por admiración futbolística, es con Pirlo, Iniesta y Modricel mejor centrocampista que he visto nunca, y por buen rollo personal, es un tipo afable y muy educado. Al poco de nombrarle entrenador del Barça en sustitución de Koeman la mayor parte de los comentaristas, analistas y listillos varios pusieron a caer de un burro al mítico 6 porque, cierto es, sus primeros dos meses se saldaron con sonados y reiterados fracasos. La culpa no era de él sino de su antecesor y de una directiva, la de Bartomeu, que hundió para mucho tiempo la economía de la entidad. Claro que, como él suele comentar en su entorno, era el mejor momento para llegar al banquillo culé porque «a peor ya no se puede ir». Ahora sólo se puede mejorar. Tan cierto es que la plantilla es inempeorable para un equipo que lucha siempre por la Champions como que atesoran de largo la mejor cantera de España. De repente, como si nada, se ha sacado de la chistera tres futbolistas que van para estrellas y de las buenas: Gavi, Nico y un Abde que, si bien no procede de La Masía, es un descubrimiento fantástico procedente del Hércules. Al Barça no se le vio el miércoles con los agujeros de otras veces. Ahora no es ni de lejos mejor que el Real Madrid campeón de la Supercopa, pero sí es un conjunto más sólido que ha estrechado el abismo que les separaba. Además, Xavi es un personaje que sabe latín en materia futbolística, que ha aprendido de los mejores y que posee ese gen ganador, ese instinto criminal, que diferencia a los buenos de los superlativos.

Yo que el madridismo no me burlaría ni coyunturalmente de lo que presenciamos en Arabia Saudí ni de lo que se comienza a apreciar. El de Tarrasa no era ninguna broma como jugador y me temo que tampoco lo va a ser como míster. La temporada la tiene perdida, con lo cual va a disponer de 30 partidos para ensayar y para ir fraguando un equipo base con el que intentar dar la vuelta a la tortilla a partir de agosto. Claro que antes deberá clasificarse para la Copa de Europa, algo que no resulta a día de hoy una misión imposible: está a dos puestos de esas cuatro plazas que garantizan no sólo la presencia en Europa sino un mínimo garantizado de veintitantos millones de euros. Tiene a tiro al Betis y a un Atlético que en estos momentos sí entrarían directamente en la máxima competición del fútbol continental.

Hasta ahí la noticia buena para el Barça. La mala, para los blaugrana y para el fútbol y la justicia futbolística en general, es que el miércoles actuaron con malas artes ante la pasividad, cuando no la complicidad, de un Munuera Montero que adulteró el partido al hacerse el sueco con cuatro o cinco agresiones de manual sufridas por Vinicius. Las tres protagonizadas por Alves se saldaron con una patética amarilla y no con la expulsión que se hubiera merecido a la primera o a la segunda. La benevolencia arbitral se repitió con un Busquets que es tan buen pelotero como eficaz leñero. Digo eficaz, y digo bien, porque el trencilla jiennense, como tantos otros antes, le perdonó la vida. Ese brutal codazo sobre el 20 madridista, desentendiéndose del balón, cuando se iba como una flecha hacia puerta, era una roja como una catedral. El rostro sanguinolento del brasileiro es la prueba del nueve de que el árbitro prevaricó a modo y manera.

Esperemos que el resurgimiento del Barça sea en buena lid y no con las ayuditas de siempre. Arbitrajes como el del miércoles no ayudan precisamente a confiar en un fútbol español al que mejor le iría si la diosa Justicia no estuviera escandalosamente inclinada en dirección a la Ciudad Condal.