Amarcord Mundial

Corea 2002 o el apogeo de la maldición de cuartos

La eliminación en el cruce a manos de los anfitriones y del árbitro egipcio Al-Ghandour volvió a marcar a España en el primer Mundial asiático

hierro protesta al árbitro egipcio Al Ghandour, que le pide que se marche con el dedohierro protesta al árbitro egipcio Al Ghandour, que le pide que se marche con el dedo
hierro protesta al árbitro egipcio Al Ghandour, que le pide que se marche con el dedohierro protesta al árbitro egipcio Al Ghandour, que le pide que se marche con el dedolarazon

La primera Copa del Mundo del siglo XXI fue histórica porque el torneo nunca se había celebrado en Asia ni su sede había sido compartida por dos países, como hicieron Corea del Sur y Japón. Para la España de José Antonio Camacho, que jugaba un fútbol más refinado del que le correspondía a su racial entrenador, supuso el último episodio de la «maldición de los cuartos», ya que cayó en la antepenúltima ronda por cuarta vez en cinco grandes competiciones, con la excepción del vergonzante Mundial anterior, cuando volvió tras la primera fase.

La diferencia con las anteriores eliminaciones fue la identidad del verdugo: Italia en EEUU 94, Inglaterra en Wembley o la Francia de Zidane de camino hacia su título europeo de 2000 son rivales ante los que se puede perder, sobre todo porque la selección llevó hasta el límite en las tres ocasiones a su acreditado verdugo. Pero en Gwangiu, metrópoli en la punta meridional de la península de Corea, España nunca debió perder contra aquella selección surcoreana que Guus Hiddink –más unos arbitrajes caserísimos– condujo hasta el cuarto puesto. Por más coartada que sirviese en bandeja la felona actuación de un egipcio llamado Gamal Al-Ghandour.

España, asentada en el bombo de los cabezas de serie, tuvo un sorteo clemente que le permitió pasar la primera fase al copo de victorias. Camacho era una figura respetada por todas las banderías del fútbol, la selección jugaba bien, capitaneada por Fernando Hierro en su cuarto Mundial y liderada por Raúl –tres goles en los tres primeros partidos–. La debutante Eslovenia (3-1), Paraguay (3-1), verdugo en 1998, y Sudáfrica (3-2) carecían de entidad para pretender frenar a un equipo al que el cuadro de la fase final se le fue abriendo a medida que avanzaba la competición, alimentando ambiciones e ilusión.

La pugnaz Irlanda, que en la primera fase había empatado con Alemania y eliminado a la Camerún de Etoo y el oro olímpico de Sídney, un señor equipo, se cernía como un rival asequible en los octavos, que parecían un paseo militar cuando Morientes abrió el marcador poco después del quinto minuto. Pero los isleños, correosos, no se descompusieron sabedores de que el marcador corto siempre ofrece una opción para empatar que, en el minuto 90, les regaló en bandeja Hierro al quedarse con la camiseta de Quinn en un córner. Penalti que transformó Keane y prórroga dramática en inferioridad numérica, puesto que Albelda se retiró lesionado con los tres cambios ya agotados. En la tanda decisiva, Iker Casillas se puso la capa de superhéroe.

Todo el mundo tenía la mosca detrás de la oreja en la víspera del cuarto de final ante la sorprendente Corea, anfitriona del torneo que había eliminado en los octavos a Italia con un gol de oro –fugaz novedad reglamentaria– y, sobre todo, con la escandalosa colaboración del árbitro ecuatoriano Byron Moreno.

Así, los españoles encararon el partido con la sensación de que iban a ser atracados por el árbitro, de nuevo procedente de un país poco confiable en materia de fair play, que había designado FIFA. El egipcio Gamal Al-Ghandour anuló a España anuló un gol en propia meta de Tae Kim por supuesta falta de Helguera en el salto, invalidó otro de Morientes a centro de Joaquín por estimar que al portuense se le había ido el balón por la línea de fondo, lo que las imágenes desmintieron, y cortó en la prórroga dos ataques peligrosísimos de la selección por fueras de juego muy dudosos de Luis Enrique y Mendieta. En los penaltis, esta vez, Casillas encajó los cinco tiros coreanos y Joaquín, como Eloy en México, fue el antihéroe involuntario al errar el suyo.