Opinión

Inglaterra eligió lo difícil y le tocó el lado fácil

Los ingleses optaron por el camino de Alemania como el héroe shakesperiano que se enfrenta y vence a sus fantasmas

Sterling marca el gol que dio la vicforia a Inglaterra ante la República Checa
Sterling marca el gol que dio la vicforia a Inglaterra ante la República ChecaMatt Dunham / POOLAgencia EFE

El reciente 22 de junio equinoccial, noche más corta del año e inauguración del verano, festividad de San Albano de Verulamio para la Iglesia Católica, podría haber sido también el Día del Tongo para la Santa Madre UEFA, culpable del pecado de lesa Eurocopa por haber repetido el formato premiador del apaño y del amaño perpetrado en 2016, ése que terminó con Portugal como campeona gracias –en parte– a su elección de transitar por la mitad más amable del cuadro. Inglaterra, que disputará la Final Four en su antro sagrado de Wembley, desconocía el desenlace del resto de los grupos. Pero estaba tentada a dejarse ir contra la República Checa, en la certeza de que así evitaría un octavo peliagudo: los portugueses defensores del título, la Francia arrolladora desde su campaña mundialista o esa Alemania que protagoniza todas sus pesadillas desde 1966, único galardón de los «pross» logrado en… el mismo Wembley mucho antes de la fastuosa remodelación que hoy luce.

«Fair play» es una expresión inglesa, en efecto, aunque pertenece más a la leyenda construida gracias a un glorioso pasado imperial y a la reminiscencia de otra época, esos años de esplendor victoriano en los que los británicos se inventaron los deportes y los exportaron a los cuatro confines del globo. En la alta competición, hoy, el súbdito de Su Graciosa Majestad –sea Old Ethonian o sea «working class» carne de pub de mala muerte– trampea cuanto puede, sin distinción del balcánico resabiado o del sudamericano criado en el potrero. Ahí está el ejemplo del ciclismo: hace más de una década que un oscuro lobby de matasanos londinenses tiraniza el Tour sin que autoridad antidopaje alguna, las británicas menos que ninguna, cuestione la razón de ese milagro. Y ahí está Mo Farah, investido Sir por Isabel II gracias a los métodos de Alberto Salazar, convicto en Estados Unidos por su querencia a la farmacopea.

Los malpensados del orbe, que somos multitud, anunciamos por consiguiente el 22 de junio que Inglaterra se conformaría con el empate frente a los checos para mantenerse, «goal average» mediante, en la segunda plaza del Grupo D y evitar de ese modo al segundo del F, tópicamente llamado «de la muerte». Se trataba de uno de los escasos emparejamientos de octavos predeterminado sin necesidad de completar el sudoku de los terceros. Los «Three Lions» eran dueños de su destino y eligieron vencer pese a la seguridad de que un favorito para el título los visitaría en Londres. De nuevo, al revés pero igual que le ocurrió a los franceses con la convocatoria de Benzema, la fortuna premió a quien hizo lo adecuado, eso que por aquellos pagos llaman «the proper thing».

En este punto, resulta imperativo un pequeño inciso para hablar de la decadencia de Alemania, que evitó de milagro la eliminación a manos de Hungría y se entregó a los ingleses con las manos juntas, sin oponer resistencia. Joachim Low, eliminado en la primera ronda del Mundial y goleado –¡¡6-0!!– en noviembre en La Cartuja, vivió demasiados años de la renta del Mundial de Brasil. Para Inglaterra, no obstante, el escollo alemán constituía desde hacía más de medio siglo una barrera psicológica insuperable. El triunfo de 1966, el del gol fantasma de Geoff Hurst en la prórroga mal concedido por el linier soviético Tofiq Bakhramov –un estudio de Oxford demostró treinta años después que aquel balón no entró–, se inscribió en la lógica geopolítica de la Guerra Fría. «Two world wars and one World Cup», cantaban los aficionados ingleses. Desde entonces, sequía total. Escogiendo el camino de Alemania la selección de Southgate hizo algo más importante que honrar el «fair play»: eligió, como un héroe shakesperiano, enfrentarse y vencer a sus fantasmas. La fortuna, además, la premió con un camino expedito hacia la final, Ucrania y Dinamarca (ojito con los compatriotas de Hamlet, sin embargo, hablando de Shakespeare), mientras que en la otra llave andaban matándose los tres primeros del pasado Mundial, más España e Italia. Inglaterra se ha erigido ya como la principal favorita para ganar la Eurocopa. Harry Kane las ha empezado a enchufar y Jordan Pickford, su portero con apellido de mito hollywoodiense, continúa imbatido.