Opinión

El psicólogo, Marruecos y los penaltis

La pena máxima no es un enfrentamiento entre portero y lanzador, sino un esfuerzo colectivo

Lautaro Martínez celebra el penalti con el que Argentina alcanzó las semifinales del Mundial
Lautaro Martínez celebra el penalti con el que Argentina alcanzó las semifinales del MundialJJ GuillénAgencia EFE

Niels Böhr, padre de la física cuántica, acertaba al explicar que «predecir es muy difícil, especialmente el futuro». La selección de Marruecos corrobora esa teoría. Ni el apostador más lanzado hubiera colocado a los «Leones del Atlas» en semifinales. Francia, pero nunca se sabe, es la campeona probable, porque Mbappé, exuberante, marca la diferencia y Messi y Modric, aunque brillantes, viven su otoño deportivo. Brasil, Inglaterra y Portugal quizá merecieron más suerte, pero los penaltis, en sus distintas formas, han sido decisivos. Los tres equipos juegan alegre y se agradece. Los portugueses, por cierto, en los doce primeros minutos ante Marruecos tiraron a puerta más veces que los de Luis Enrique en todo el partido, antes de sucumbir en los penaltis.

Geir Jordet, psicólogo y profesor de en la Escuela Noruega de Ciencias del Deporte, ha dedicado cinco años a estudiar las tandas de penaltis en torneos internacionales de fútbol desde hace medio siglo. Ha comprobado que, desde 1986, el 20 por ciento de las eliminatorias de los Mundiales se deciden en tandas de penaltis, con 261 goles de 370 intentos. Qatar confirma la regla. Conclusiones. El gol no está garantizado, pero el chutador que falla queda devastado. El penalti no es un enfrentamiento entre portero y lanzador, sino un esfuerzo colectivo que involucra también a todo el campo y los jugadores de los que depende ganar con su penalti lo hacen mejor que aquellos cuyo fallo significa la eliminación. No siempre hubo tandas de penaltis.

En el Mundial de 1934, España llegó a cuartos frente a Italia. Empataron a uno y desempataron con otro partido, ¡al día siguiente! Ganó Italia, 1-0, bronca incluida. Otros tiempos, pero entonces, el futuro tampoco era predecible, como ahora en Qatar. Ya lo explicó Böhr.