Liga de Campeones
Diego Alonso se inmola en Londres
Entregó el partido desde la alineación y el Sevilla no estuvo a la altura en Londres de lo que se espera de un heptacampeón de Europa
El Sevilla tiene muy complicado su pase a los octavos de la Champions y algo menos difícil el premio de consolación de la tercera plaza después de su derrota en el campo del Arsenal en un partido infame que Diego Alonso entregó en la misma pizarra, por perpetrar una alineación sólo explicable desde la perspectiva cobardona y pobre de quien piensa en el derbi antes que en la Champions. Se marchó todo un heptacampeón europeo del campo sin generar ninguna ocasión ante el bizcochable David Raya y sin el menor asomo de rebeldía ante la derrota. Preocupante, por no decir impresentable.
Está lleno el fútbol, porque tiene ese punto azaroso propio de los juegos, de ejemplos de cosas mal hechas que terminan dando frutos apetitosos. Sin ir más lejos, la alineación infame que perpetró José Luis Mendilibar en la anterior visita del Sevilla a Inglaterra, recompensada a la postre con un título europeo. No es probable que Diego Alonso invocase en el Emirates Stadium a la misma magia negra, pero lo cierto es que el once titular produjo extrañeza en el momento mismo de su comunicación y auténtica vergüenza en una primera parte para olvidar, en la que los azules (qué espanto de camiseta, por Dios) no se dieron literalmente dos pases seguidos.
La buena noticia al descanso era que los de Alonso, sin apenas tocar la pelota, sólo perdían por la mínima. En el único tiro a puerta de un Arsenal ensimismado en sus pases y en el que sólo ponían dinamita los extremos, menos mal. Sobre la media hora, se desajustaron Pedrosa y Kike Salas, lo que permitió el envío a la espalda de Jorginho a Saka, cuyo pase de la muerte lo remató Trossard. Tan sencillo como en un entrenamiento con conos. Por decoro, el cronista suele mencionar alguna acción ofensiva del equipo que más interesa a sus lectores. Ha sido imposible en esta ocasión. Sí es obligatorio consignar el martirio al que Martinelli sometió a Juanlu. No produjo goles el supersónico extremo brasileño porque Badé se hartó de despejar y porque Arteta no alineó a ningún delantero digno de tal nombre. Pero peligro creó un rato.
Nada cambió en la segunda parte porque nada cambió el entrenador uruguayo, que oposita al paro con entusiasmo cuando sólo lleva un mes en el cargo. El Sevilla, sin casta ni fútbol, esperaba con resignación el descabello con el que lo remató Saka en un contraataque fulgurante que legal gracias a la lentitud de Gudelj, que tardó un verano en alinearse con sus compañeros. Lo de los cambios, ya con el partido decantado, contribuyó al menos a introducir algo de humorismo en la catástrofe. Boubakary Soumaré, el mediocentro sideral al que los técnicos modernos sí entienden, salió, dio una patada, fue amonestado, se lesionó y fue sustituido. Todo en tres minutillos mal contados. Acabó Nianzou en un puesto híbrido entre el lateral zurdo y pivote. En fin, también salió Mariano para inaugurar la estadística de tiros a puerta de su equipo en el minuto 96.
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