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Las lágrimas de Aspas que pueden salvar al Celta del descenso

Los goles del delantero han conmovido a toda la ciudad y a un equipo que sólo ha ganado un partido esta temporada sin su estrella

Iago Aspas
Iago Aspaslarazon

Los goles del delantero han conmovido a toda la ciudad y a un equipo que sólo ha ganado un partido esta temporada sin su estrella

Iago Aspas metió un gol en los quince partidos que jugó con la camiseta del Liverpool. Un tanto que ni siquiera fue en la Premier League. Su única alegría llegó en la tercera ronda de la FA Cup ante el Oldham Athletic, uno de esos días en los que juegan los que nunca lo hacen. La cesión y el traspaso al Sevilla tampoco curaron la morriña del gallego, que dejó en el Sánchez Pizjuán la sensación de ser un futbolista cercano a su final a pesar de tener todavía lejos la fecha de jubilación. Como sevillista hizo diez goles, aunque tampoco fue importante, porque seis de ellos fueron al Sabadell en los dieciseisavos de final de la Copa del Rey 14-15. Es decir, otra vez en un claro segundo plano del que Unai Emery no fue capaz de sacarlo. Se había ido de Vigo para aliviar económicamente al Celta y porque su calidad y rendimiento le daban de sobra para jugar en un equipo más grande, pero él sólo sabe ser un «crack» vestido de celeste.Necesita sentirse en casa para ser el Aspas rotundo que va camino de salvar al Celta de las llamas del descenso a base de goles y lágrimas. «Yo odiaba a Iago. Antes de fichar aquí lo padecí como rival y ahora puedo disfrutar de su juego. Es un futbolista que molesta mucho al contrario porque es muy bueno, no es un punta al uso, genera mucho fútbol y es puro talento. Es un jugador muy importante para nosotros», decía el domingo Fran Escribá, un técnico recién llegado que ya ha asumido que la resurrección del equipo la semana pasada es cosa de su delantero y no de su pizarra.

Todo Vigo adora a su «9» y a él le pasa lo mismo con la ciudad, el club y la afición. Es feliz en Moaña, en su casa, con sus amigos de siempre, que le permiten evadirse del fútbol después del entrenamiento. Es un chico sencillo, de barrio, una parte importante del escudo del Celta, donde ya muchos piden una estatua suya a las puertas de Balaídos.

Sin finalmente salva al equipo este curso, Carlos Mouriño puede ir encargando la obra, porque la historia de Iago y los celestes esta temporada es emocionante. Se lesionó Aspas y el equipo se vino abajo. Ha estado algo menos de un mes fuera, con una recaída de la lesión incluida, y el descenso parecía el único final posible. Cuatro derrotas y un empate en cinco partidos sin el alma del equipo sobre el césped. El segundo cambio de entrenador, Fran Escribá por Miguel Cardoso, que a su vez había sucedido al «Turco» Mohamed, no sirvió para nada, así que sólo quedaba una solución: la vuelta del ídolo. Los más optimistas lo tenían claro: «Cuando él regrese vamos a volver a ganar», decían, pero la parte de la afición más incrédula no tenía tan claro que solo él pudiera darle la vuelta a una inercia tan negativa.Sin Aspas, el saldo celeste este curso es de una victoria, un empate y siete derrotas, así que normal que suspiraran por él. Regresó ante el Villarreal, después de haberse comido las uñas en la grada demasiado tiempo por culpa de la lesión, y los amarillos se pusieron 0-2. El guión perfecto para el regreso del de Moaña, que hizo dos goles en una remontada de las que cambian dinámicas. Lloró Aspas cuando fue sustituido y la grada de Balaídos ya era una fiesta. Sentía una mezcla de alegría y alivio, porque él quería echar una mano y no había podido hasta ese momento.

Otro gol hizo ante el Huesca en un empate que se daba por bueno si unos días después se ganaba a la Real Sociedad. Otra vez remontada y otros dos tantos de Aspas, que en tres partidos había hecho cinco tantos que le daban siete puntos al Celta y le impulsaban fuera de la zona roja de la clasificación. «Todavía no hemos hecho nada, nos queda mucho por delante. Yo estoy muy cansado, he trabajado a tope con los fisios», reconocía Iago, de nuevo con los ojos húmedos y enrojecidos. Celebró uno de los goles quitándose la camiseta para forzar la amarilla que le deja fuera de la cita en el Metropolitano, pero a la vez limpio para las seis últimas finales. Porque hasta en esos detalles piensa Aspas, un enfermo del fútbol que seguramente en unos años será entrenador en Balaídos.