Legendarios
Phelps, Nadal, Bolt, Hamilton... el reducido club de los inmortales
Los 21 torneos del Grand Slam de Rafa lo hermanan con otros dominadores de sus disciplinas en lo que va de siglo XXI
El siglo XX tuvo a Babe Ruth, a Paavo Nurmi y a Jesse Owens y a Emil Zatopek y a Carl Lewis, a Mark Spitz, a Nadia Comaneci, a Cassius Clay, a Pelé y a Maradona, a Jack Nicklaus, a Bobby Fischer, a Eddy Merckx, a Michael Jordan. A un puñado, no tantos, de deportistas que hicieron mucho más que dominar sus respectivas disciplinas: las transformaron hasta llevarlas a una dimensión antes desconocida. No marcaron una época, no, sino que la historia de sus deportes se divide en dos grandes periodos –como la de la Humanidad en antes y después de Cristo–, con su advenimiento oficiando de instante fundacional.
El tenis, cuando se retire la Santísima Trinidad –el Big Three de los anglosajones– que ha acumulado 61 torneos del Grand Slam desde el verano de 2003, ya nunca será el mismo. Y será concretamente, a despecho de las teorías del eterno progreso, mucho peor. Eso lo sabe el espíritu de Bill Tilden, lo reconocen los espectros de los mosqueteros Borotra, Cochet y Lacoste, lo certifica el venerable Rod Laver con toda su banda de invencibles «aussies» y lo proclaman desde los medios de comunicación en los que aún colaboran los fantásticos Borg, Sampras, Lendl, Connors, McEnroe, Agassi, Becker o Wilander, entre otros.
Sobre Roger Federer, el decano, y el benjamín Novak Djokovic se ha destacado este domingo en Melbourne Rafael Nadal Parera, el chico del medio de esta hermandad formidable cuyos tres miembros compartían la cima de la historia del tenis con veinte torneos del Grand Slam cada uno. Es un número más, fútil como todo récord que está, por definición, destinado a ser batido. Las plusmarcas que acumula el tenista mallorquín apabullarán a los más impresionables, tal vez, pero no hacen del todo justicia a un deportista que ha conseguido trascender a sus triunfos. Nadal, junto a sus dos némesis, ha transformado el tenis.
Consumida generosamente la quinta parte del siglo XXI, la centuria comienza también a acumular mitos inmortales del deporte. La lista no es exhaustiva y habrá quien eche de menos a Michael Schumacher, que empezó a ganar mundiales en 1994, a Lance Armstrong antes de que se confirmasen sus trapacerías, al recién retirado Valentino Rossi o a, por ponernos un poco chovinistas, a la Selección nacional del tiqui taca que cambió el paradigma futbolístico para encadenar tres títulos mayores consecutivos entre 2008 y 2012, superando a la Alemania del «Kaiser» Beckenbauer. O a Tiger Woods, que estuvo a punto de igualar los 18 «majors» de Nicklaus, a la revolucionaria Simone Biles, a los caníbales del gol, Leo Messi y Cristiano Ronaldo… a bastantes otros nombres susceptibles de integrar este selecto club de inmortales.
Sin embargo, ¿quién puede cuestionar la idoneidad de los elegidos? Ninguno desmerece a Nadal y seguro que Rafa, que es casi tan grande como su humildad, se reconoce en ellos y siente su compañía como un privilegio. En lo numérico, los veintiún torneos principales que acumula el manacorense suenan parecidas a las veintiocho medallas olímpicas que se colgó Michael Phelps. El tenista español también fue campeón en los Juegos de Pekín y Río, en los que reinó el «Torpedo» de Baltimore, un nadador de tremenda longevidad, pues no hubo año, entre 2001 y 2016, en el que no sumase una presea en un gran campeonato internacional, Mundial, JJOO, Juegos Panamericanos o Pan-Pacíficos.
El hilo que une a Nadal con Lebron James es el carácter. Es posible que el malogrado Kobe Bryant fuese más virtuoso, más estético en sus gestos, como un Federer sobre el parqué. Pero, ¿qué rival resiste cuando el «Martillo» de Akron empieza a golpear? Ganador de cuatro anillos de la NBA con tres franquicias distintas, el baloncestista de Ohio comparte también con Rafa su entrega a la causa nacional, pues igual que uno jamás da la espalda al equipo español de Copa Davis, el otro ha defendido a USA Basketball en tres Juegos Olímpicos, en un Mundial y hasta en un Torneo de las Américas.
Los récords de Usain Bolt durarán mucho, como la plusmarca de títulos del Grand Slam cuando el Big Three cierre definitivamente la cuenta. Pero será eterna la sensación de invencibilidad que emanaba del tartán cuando corría el jamaicano. Ver al «Relámpago» en una recta era como contemplar un partido Rafa Nadal en la central de Roland Garros: tenían que ocurrir cosas verdaderamente extrañas para que no saliese vencedor. Todos los títulos importantes en 100, 200 y 4x100 entre 2008 y 2016 fueron para él excepto dos: el relevo de los Juegos de Pekín, en el que su equipo fue desposeído del oro por el positivo de Nesta Carter; y el hectómetro de Daegu 2011 a causa de una salida nula en la final. Nadie le ganó, literalmente.
Hace ya bastantes temporadas que Lewis Hamilton no compite contra sus rivales, sino contra los siete títulos mundiales que ganó Michael Schumacher. Igual que Nadal, el piloto inglés se ha cansado de acumular plusmarcas parciales y no descansará hasta sumar el octavo entorchado del que lo privó Max Verstappen el pasado diciembre en Abu Dhabi. Quien insinúa que se retirará sin lograrlo, desconoce la pasta de la que están hechos estos campeones.
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