Tu economia

La eterna promesa de los BRICS

Nos hicieron creer que este grupo de países lideraría la economía mundial y no ha sido más que una ilusión. Solo China ha cumplido con las expectativas

Presidents of Brasil, Jair Bolsonaro, Russia, Vladimir Putin, China, Xi Jinping, India, Narendra Modi, and South Africa, Cyril Ramaphosa, pose for a family photo as they arrive for the BRICS summit in Brasilia, Brazil November 14, 2019. REUTERS/Ueslei Marcelino TPX IMAGES OF THE DAY
Presidents of Brasil, Jair Bolsonaro, Russia, Vladimir Putin, China, Xi Jinping, India, Narendra Modi, and South Africa, Cyril Ramaphosa, pose for a family photo as they arrive for the BRICS summit in Brasilia, Brazil November 14, 2019. REUTERS/Ueslei Marcelino TPX IMAGES OF THE DAYUESLEI MARCELINOREUTERS

La economía es una telaraña tejida a base de verdades, medias verdades y mentiras. Como tasas de paro bajísimas que olvidan a millones de personas que se ven obligadas a trabajar extraoficialmente, activos financieros de los que se esconde su toxicidad o manipulaciones de beneficios y gastos para aparentar solvencia. Aunque las peores farsas son las expectativas sobrevaloradas que pretenden hacer creer a la sociedad que hay más esperanzas de las que de verdad existen. En esta última catalogación entran los BRICS, un grupo de países emergentes formado por Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica que, juntos, poseen el 42% de la población mundial, el 26% del territorio y el 23% del PIB.

La llegada del siglo XXI prometía muchos cambios. Y desde Goldman Sachs (con Jim O’Neill como ideólogo) alimentaron la idea de que este colectivo se convetiría en el nuevo referente mundial en materia económica a través de un imponente ritmo de crecimiento, de la modernización de sus modelos productivos y laborales o de una sana distribución de la riqueza. Estamos cerca de cumplir dos décadas de siglo y ya se ha demostrado que las BRICS no han sido más que una ilusión que agoniza.

Los analistas de Standard and Poors lo tienen muy claro. La existencia del grupo no tiene ningún sentido pues los países crecen de forma desigual y no han acometido igual las reformas que deberían. Dicho vulgarmente, por qué pertenecen a una misma familia si cada uno son de su madre y de su padre. Los datos y las circunstancias particulares respaldan este punto de vista.

La profesora de EAE Business School, María Ángeles Ruiz Ezpeleta explica que «BRIC se definió como el acrónimo que incluía a las economías emergentes que tenían unas características comunes: grandes territorios y crecimientos del PIB superiores al 6 % anual. En aquel momento y especialmente entre los años 2001 al 2008 estas economías, Brasil, Rusia, India y China tenían crecimientos del PIB muy positivos y se les auguraba un futuro económico brillante. En 2011 se añadió Suráfrica y paso a llamarse BRICS a estas economías emergentes en vías de desarrollo.No obstante, el colectivo ya no se considera vigente porque las condiciones económicas que llevaron a Jim O’Neill a crearlo no han persistido en el tiempo».

Pensaba que estos países podrían conformar una nuevo orden y reglas al margen de las establecidas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que desde los años 60 marca las directrices del progreso. Ninguno de los países de las BRICS pertenece a esta institución (ni se les espera) donde sí se encuentran todos los países de la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá, Japón, Corea del Sur o Chile.

La obsesión de las BRICS de crear una nueva organización paralela les llevó a fundar su propia entidad financiera, el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD), en 2014. La idea era que los componentes del grupo no requiriesen de la financiación de instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional (FMI). Pero lo cierto es que el NBD es una mota de polvo en la relevancia económica mundial si se compara con el FMI.

El estrepitoso fracaso de las BRICS y su modelo llevó a Jim O’Neill a corregirse y fijarse en otro grupo de países emergentes con mejor proyección, al menos cuando presentó el grupo, aunque con mucha más discreción, en 2013. Era el llamado MINT, formado por México, Indonesia, Nigeria y Turquía. No obstante, todas estas economías también están lejos de crecer al ritmo del 6% que se presupone para denominar a un país como emergente. Además, las MINT tienen los mismos fallos estructurales que las BRICS (excepto China): mucha violencia, inestabilidad política, inseguridad, dificultades en sus relaciones con la comunidad internacional, un alto porcentaje de empleo y fiscalidad fuera del sistema o grandes desigualdades entre clases.

María Ángeles Ruiz Ezpeleta cree que hay que dejarse de BRICS y MINT, pues el futuro está orientado hacia analizar otro tipo de colectivos: «Hay que olvidarse de los países emergentes como bloque y empezar a estudiar modelos económicos según áreas geográficas globales, Países Occidentales, Países Asiáticos y Países Africanos, pero analizando cuidadosamente los que inegran esas áreas y su evolución individual», concluye.

Brasil

Ante la incertidumbre que genera Bolsonaro

Jair Bolsonaro ha sido catalogado muchas veces como el Donald Trump brasileños. Y en sus casi primeros 12 meses como presidente del país ha mostrado ciertas similitudes con el presidente de Estados Unidos. Ambos tienden al proteccionismo, a la privatización (el ministro de Economía ha asegurado que estudian proyectos en este sentido para ahorrar cientos de millones de reales, la moneda local, al Estado), al exceso de autoridad, a las declaraciones que agitan la estabilidad de los mercados, a cuestionar a los medios o a buscarse más enemigos que amigos. Pero hay una gran diferencia entre Bolsonaro y Trump. El primero dirige un país a medio hacer y el segundo uno que ya está completamente levantado y lidera la economía mundial. En términos deportivos, Estados Unidos va ganando la partida, así que se podría entender la estrategia defensiva de su presidente. Sin embargo, la del brasileño evita que su nación pueda desarrollarse lo suficiente como para salir victorioso en la competitividad internacional. La actitud de Bolsonaro no invita a que su país cuelgue con la etiqueta de emergente a pesar de que sea el componente de las BRICS (con la excepción de China), que mantiene un comportamiento medianamente bueno. El caso es que Brasil se ha cerrado en banda y solo contempla como verdaderos socios a los otros miembros de la formación emergente. La elección de Bolsonaro como presidente ha causado estragos en sus relaciones con otros países de Latinoamérica y, de hecho, la supervivencia del Mercosur llegó a estar en la cuerda floja por culpa de sus rencillas.

Por otra parte, Brasil tiene previstas para 2020 una bateria de reformas que reestructurarán la economía y reequilibren unas cuentas muy debilitadas. Los cambios en materias que afectan directamente a la ciudadanía, como las pensiones o los salarios, en realidad, estaban previstos para este año. Pero fueron paralizados por temor a un efecto dominó que llegase donde Chile o Colombia, donde las reformas tuvieron como consecuencia la salida masiva de manifestantes a la calle y escenas de violencia extrema que aún se suceden. Cuando finalmente las modificaciones prometidas por Bolsonaro en su campaña se lleven a cabo, está por ver no solo la reacción de los brasileños, sino también de los mercados. Una mala respuesta podría ser la puntilla a un país que se ha debilitado fiscal y financieramente. Además, si la inversión privada abandona el país, se perdería el dinero necesario para ejecutar las infraestructuras de telecomunicaciones, transporte o energía que demanda el territorio para modernizarse. Si eso ocurriera, el ya de por sí escaso progreso que está acumulando Brasil se vería paralizado y, entonces, se le acabarían las excusas para justificar su pertenencia a las BRICS. Y Bolsonaro no quiere eso porque ve en este colectivo la forma de estar vinculado directamente a uno de los líderes mundiales, China, un socio fundamental para el país.

Rusia

El crecimiento que no llega a la población

Rusia era la gran esperanza de las BRICS a principios de siglo. Porque ya tenía ese espíritu de liderazgo heredado de la etapa soviética y porque su potencial de desarrollo era más palpable que el de cualquier otra nación perteneciente al grupo. Todo el mundo tenía claro cuáles eran las deficiencias que debía resolver el país y, lo cierto, no lo ha logrado. Continúa sufriendo unos gigantescos niveles de corrupción que lastran la confianza en la clase política y el crecimiento. Tampoco se han llevado a cabo las infraestructuras que hacían falta para cubrir todas las necesidades sociales, como en materia de telecomunicaciones o transporte. La clase media del país siempre ha sido muy débil y cada vez va a peor. Lo demuestra la caída del PIB per cápita a pesar de que el global aumenta y la población desciende (la Organización de las Naciones Unidas prevé que de superar los 140 millones de habitantes actuales pase a los 125 millones en 2025). En 2013 alcanzó su cima siendo de 12.024 euros por ciudadanos, pero según el último dato, el de 2018, era de 9.557 euros. El crecimiento no llega a la población. Y, por último, Rusia no ha conseguido lo que sí ha hecho China, reducir la dependencia del Estado, tanto social como económicamente. Esto supone unos gastos elevados para las arcas nacionales y la ineficacia del tejido productivo. Así, Michel Aglietta, profesor de ciencias económicas en la Universidad Paris Ouest Nanterre, afirma que Rusia «no ha podido desarrollar la inversión privada ni un sector privado de pequeños y medianas empresas». En otras palabras, está desaprovechando buena parte del potencial que le presupone.

En definitiva, no ha emergido como se creía, y aunque aún le quedan ocho décadas para terminar el siglo XXI siendo un verdadero líder mundial, los analistas no estiman que suceda. ¿La causa? La citada crisis demográfica. La fuerza de Rusia ha sido su gran masa poblacional. Ha crecido a base de emplear a cientos de millones de ciudadanos, de tener una tasa de paro muy baja, menor del 5%. Aunque ha logrado dar trabajo a tanta gente porque las condiciones laborales son precarias y, precisamente, eso ha sido lo que ha motivado la contundente salida del territorio. Desde el Kremlin no parecen dispuestos a solucionarlo y sigue ese fenómeno que guarda similitudes con la España Vaciada. Pues igual que en nuestro país, el buen empleo y los aires de modernidad se concentran en determinados núcleos urbanos como San Petersburgo, Moscú y algunos otros del sur oriental como Volgogrado, Rostov o Krasnodar. Algo insuficiente para la nación más grande del planeta, con 17,1 millones de kilómetros cuadrados. La percepción de la población es que el gobierno es incapaz de manejar un territorio tan amplio.

India

Un potencial tecnológico que se ha estancado

India es la eterna promesa. Como ese futbolista al que siempre se le ha vislumbrado talento de estrella pero que nunca termina de explotarlo. Los inversores hablan del atractivo del país, la economía cuenta con un enorme margen de crecimiento y se hacen esfuerzos por modernizarse. Pero a pesar de todas estas cualidades, la vida sigue igual en la India porque, de facto, no ha emergido como potencia alternativa al habitual orden mundial y la pobreza continúa extendida. Pedro Sinues, «manager regional» para el Sur de Asia de España, Expansión Exterior, sostiene que «India entró en el siglo XXI como uno de esos países elegidos para cambiar la estructura económica global a través de un sostenido y constante crecimiento económico. Pero, tras algo más de una década, todo el crecimiento acumulado no ha trascendido a las estructuras económicas del país e India continúa posicionada entre aquellos más pobres y con más desigualdades. Un potencial de crecimiento que sigue estando muy latente y lo que hace falta es que se canalice». Resulta difícil si la riqueza cada vez se acumula en menos manos y no llega a la gran masa social. «El percentil superior de los indios ya acumula el 21,7% de los ingresos nacionales en una tendencia ascendente que no acaba de frenar», explica el ayudante de investigación del Real Instituto Elcano, José Pablo Martínez. Además, en el presente siglo ha adolecido de los mismos problemas que en el pasado, es decir, inestabilidad política, sistema social de castas que obstaculiza la progresión y excesiva localización de la actividad en la inmensa capital, Nueva Delhi.

A todos estos se ha unido una lacra financiera mucho más reciente, la alta deuda pública, superior al 90% del PIB, mientras que hace menos de una década se situaba ligeramente por encima del 60%. Para María Ángeles Ruiz Ezpeleta fue algo muy osado estimar el futuro de India a tan largo plazo y del resto de los países del grupo en base al progreso que habían registrado en el siglo XX: «India es una emergente pero que no ha tenido el desarrollo esperado, aun está en vías de desarrollo. La economía, tal como demuestra no solo la situación actual de India, sino también de Brasil , Rusia o Suráfrica, no se puede analizar con datos históricos, como se hizo con la creación de la definición de los BRICS y hacer previsiones a 30, 40 años, como se atrevieron a hacer en aquel momento indicando que en 2050 los BRICS dominarían la economía global». En el caso concreto de India, las expectativas iban muy relacionadas a su potencial en los sectores tecnológicos e innovadores, que en los años 90 habían demostrado un buen rendimiento. Pero se estancaron, sobre todo debido a la anterior crisis glogal, y se han mantenido desde entonces en esa parálisis.

China

El único que ha cumplido las expectativas

China ha sido el único país de las BRICS que ha cumplido con las expectativas. Ha sido la buena noticia de la revolución que se ha experimentado en los últimos años. «El poder económico global está cambiando. Antes, un 70 % del PIB mundial estaba en manos de países industrializados, actualmente solo un 50% está en manos de esos países y el otro en las de los países en vías de industrialización, pero solo unos pocos emergentes se han ido industrializando a buen ritmo, como es el caso de China», comenta María Ángeles Ruiz Ezpeleta. Ha logrado discutirle el liderazgo económico mundial a Estados Unidos, ha perfeccionado su tejido productivo, ha fomentado la creación de empresas de la vanguardia tecnológica y ha dejado de depender de las exportaciones al fortalecer la demanda interna gracias al desarrollo de una clase media que alcanzará alrededor de 500 millones de personas en 2030, según la Unidad de Investigación de «The Economist». No obstante, resulta imposible esconder características sistemáticas que provocan la desconfianza de la comunidad internacional, sobre todo de los países occidentales. Entre ellas, destacan la represión social, la ausencia de democracia (miembros del Partido Comunista China se suceden unos a otros sin la votación popular), el exceso de vigilancia o la falta de libertad de prensa y artística. Aunque lo que realmente ha llamado la atención del resto del mundo en los últimos meses del gigante asiático ha sido su pérdida de crecimiento económico.

China viene registrando año tras otro su peor cifra anual de incrementeo de la riqueza y el Fondo Monetario Internacional prevé que en 2020 lo haga por debajo del 6%, el nivel más bajo desde que comenzó su expansión aperturista. Hay tres causas que conducen a este fenómeno. Una lógica, que el país cubre su potencial a una enorme velocidad. Una que se perpetua, la desaceleración de la economía. Y otra coyuntural, la guerra comercial con Estados Unidos que ha dañado a todo el mundo pero, en especial, a sus dos contendientes directos. Parece que el gigante asiático y EE UU están más cerca que nunca de firmar un acuerdo para acabar con este conflicto, así que uno de los intereses del próximo año será ver como reaccione cada uno de los países una vez que se recupere la normalidad. Si China vuelve a rondar entre el 6,5% y el 7% de crecimiento anual, Trump gana las elecciones del próximo noviembre y se ve de nuevo amenazado por su principal competidor, no es descartable que el presidente estadounidense recupere una batalla arancelaria que dañe otra vez el rendimiento de China. Que ya no debería formar parte de las BRICS porque ha dejado de ser emergente para ser una economía consolidada.

Suráfrica

Nunca debió formar parte de la familias de las BRICS

Suráfrica es, sin lugar a dudas, el país con una genética más diferente a la del resto de la familia de los BRICS. Primero, porque su ritmo de crecimiento es mucho menor. Desde su entrada en el grupo en 2011 el mayor incremento que ha sumado su Producto Interior Bruto ha sido del 3,3%, y fue ese mismo año. En los últimos cinco ejercicios, la media del aumento se ha situado alrededor del 1%, y otras economías de su entorno han disfruta de un mejor comportamiento, como es el caso de Tanzania, Guinea, Ruanda o Mali. Por lo tanto, en África existen otros países que están emergiendo a mayor velocidad en los últimos años y podrían adelantar una nación que, eso sí, posee una de las redes de infraestructuras más desarrolladas del continente excepto en materia de transporte, aspecto en el que las carencias producen que el tránsito de bienes sea complejo. Otra particularidad respecto al resto de las BRICS es que las demás cuentan con una reducida tasa de desempleo, la del territorio africano se encuentra en el polo opuesto, registrando un elevadísimo 29%. Buena parte de la culpa de este problema la tiene la pésima distribución de la riqueza. José Pablo Martínez, admite que el estado cuenta con una «elevadísima desigualdad estructural». Así, el poco desarrollo que se ha fomentado ha sido el de una élite muy rica y poderosa en el ámbito político y empresarial que se ha quedado con el poco crecimiento de los últimos años. María Ángeles Ruiz Ezpeleta afirma que «efectivamente, Suráfrica ha tenido periodos de recesión por lo cual, junto con Rusia, Brasil e India, no son ya economías emergentes en vías de desarrollo con gran crecimiento, sino economías que simplemente no han alcanzado el desarrollo que se esperaba».

Tanto en el territorio africano como en Rusia y Brasil encontramos un elemento en común, la celebración de enormes eventos deportivos, mundiales de fútbol y olimpiadas. Se miró con lupa a estas naciones por si llegaban a tiempo a tener listas las infraestructuras y si, luego, durante el torneo, la organización y la seguridad eran la correctas. Era una prueba de fuego, un tema de imagen internacional, de dar la percepción al exterior de que estos países estaban en esas vías de desarrollo que prometían cuando formaron las BRICS. Sin embargo, estos eventos solo fueron unos oasis de progreso y de gigantes ingresos dentro de la cruda realidad en la que se encontraban estas economías. Tuvieron la esperanza de formar un colectivo que pasase de agrupar emergentes a consolidados y, finalmente, convertirse en líderes mundiales que discutiesen el poderío de las naciones occidentales. Brasil, Rusia, India, y Suráfrica cayeron en su propio engaño, ahora tienen que hacer frente a la desilusión.