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Coronavirus

Economía

La ministra que no quiere ser Solbes

La vicepresidenta Nadia Calviño no quiere repetir la historia de su mentor, cuya dura propuesta de recortes fue ignorada por Zapatero en 2009

La ministra de Economía, Nadia Calviño, durante el pleno del Congreso que aprobó la quinta prórroga del estado de alarma. EFE/Ballesteros POOL BallesterosEFE

La historia, como la economía, es cíclica y, por eso, se repiten circunstancias y escenas ya vividas. Eso debe plantearse, en estos momentos, Pedro Solbes, el otrora vicepresidente económico de Zapatero y mentor de la actual vicepresidenta tercera del Gobierno, Nadia Calviño. Sus carreras políticas, con una diferencia de años, parecen transcurrir paralelas. Más de una década después del cese fulminante de Solbes, la ministra de Asuntos Económicos y de Transformación Digital no está dispuesta a seguir sus pasos y se irá antes de que la «echen del cargo» si no logra convencer al presidente Sánchez de acometer el plan de choque económico imprescindible que salve a España de una eventual intervención económica por Bruselas en otoño próximo.

Desde que en enero pasado tomó posesión en el cargo, en presencia de su padre José María Calviño, escoltado por Solbes y Almunia, la incógnita que sobrevuela sobre esta ortodoxa de la economía es ¿cuántas veces se ha arrepentido de aceptar esta responsabilidad en un Gobierno de coalición con Podemos? Prácticamente, «todos los días», confiesan a LA RAZÓN fuentes socialistas cercanas a la vicepresidenta.

En estos casi cinco meses, ha tenido que lidiar en el seno del Consejo de Ministros con «la política expansiva y desbocada» del vicepresidente segundo del Gobierno, en un momento económico de extrema dureza y gravedad como el actual, que amenaza con transformarse en una gran depresión sin precedentes en la historia reciente de España. Casi siempre, sus propuestas han tenido enfrente la oposición de Pablo Iglesias, convertido en «el perejil de todas las salsas» económicas y no económicas, lamentan fuentes socialistas.

Fuera como fuese, el vicepresidente se ha transfigurado por obra y gracia en la «bestia negra» dentro y fuera del Gobierno. De hecho, el PNV no está dispuesto a olvidar así como así la afrenta cometida por el mismo esta semana con su pacto clandestino con Bildu, rival electoral de los nacionalistas vascos, para derogar la reforma laboral de Rajoy a cambio de apoyar la prórroga del estado de alarma. Los peneuvistas consideran que este acuerdo no sólo pone en cuarentena su alianza con Sánchez, sino que dinamita cualquier puente de entendimiento.

Por si fuera poco, este pacto, con el beneplácito del jefe del Ejecutivo y a espalda de su equipo económico y de los agentes sociales, ha vuelto a colocar a Calviño en el ring frente a Iglesias. La vicepresidenta, siempre dispuesta a lavar los trapos sucios en privado, esta vez los ha aireado públicamente, sabedora que quien golpea primero golpea dos veces, en un intento por frenar al vicepresidente segundo.

Los recovecos de Bruselas

Pero estos asaltos entre ambos no son nuevos. Muy al contrario, se han recrudecido desde que el Gobierno decretó el estado de alarma el pasado 14 de marzo y, por tanto, el confinamiento de toda la población para frenar el avance del covid-19. Ya entonces, Calviño, una tecnócrata europea, gran conocedora de los recovecos de Bruselas, alertó de la depresión económica que se avecinaba y de la necesidad de ser conservadores en el gasto público, en un momento de «gran incertidumbre» con todo un país cerrado por el coronavirus. Sin embargo, sus señales rojas, en aquel momento, no surtieron excesivo efecto frente a un Pablo Iglesias «crecido y aupado por el propio jefe del Ejecutivo», según fuentes gubernamentales.

Ante esta situación, fuentes socialistas no pueden evitar recordar la similitud de este caso con el de Solbes, quien advirtió, en reiteradas ocasiones, a Zapatero desde 2008 de la recesión económica que se aproximaba, sin que éste ni quisiera se parara a escuchar sus avisos. Por eso amagó, multitud de veces, con dimitir. Igual que ahora Calviño, quien, en diversas ocasiones, ha echado a Sánchez un órdago sobre su continuidad en el Ejecutivo si no impera la ortodoxia económica que tanto busca Europa.

La vicepresidenta sabe bien que los Presupuestos Generales del Estado son habas contadas, donde los gastos por los intereses de la deuda pública española, totalmente disparada, por las pensiones y por el capítulo primero, referido a las retribuciones de los funcionarios, no solo se comen con creces los ingresos públicos, sino que los superan, sobre todo, en un escenario como el actual de una caída este año del PIB de casi el 10% (unos 125.000 millones de euros), tal y como adelantó La Razón el pasado día 17 de marzo.

Sin embargo, ha decidido no tirar la toalla, aunque es consciente de que su prestigio y su brillante carrera quedará empañada por tiempo en Europa. «Rigurosa y discreta, exigente consigo misma hasta la extenuación, también es luchadora y no se deja ganar el asalto a la primera». Eso es lo que comentan de ella los que la conocen. Por eso, de momento, lleva la misma trayectoria que Solbes, presentar la dimisión, acompañada de un plan de recortes, pero no abandonar el Ejecutivo.

Plan de choque

En enero de 2009, Solbes entregó a Zapatero un documento, titulado Una estrategia para salir de la crisis, que recogía un plan de choque con reformas estructurales, similar en su fundamento al presentado hoy en día por Calviño. Ese plan de recortes cayó en saco roto y en marzo de 2009 el presidente Zapatero cesó a su vicepresidente económico, tras sus reiteradas quejas públicas por la ampliación del polémico cheque-bebe a las madres inmigrantes, aprobado por el Congreso sin su conocimiento. Exactamente, lo mismo que ahora le ha ocurrido a Calviño con el pacto de derogación de la reforma laboral entre Bildu y el presidente Sánchez, que, casualidades de la vida, sustituía por Madrid en el escaño del Congreso de los Diputados a Solbes, tras abandonar la vida política en septiembre de 2009.

Desde que se decretó el estado de alarma, la vicepresidenta ha hecho los deberes. Primero, diseñó diferentes escenarios macroeconómicos, en función de la duración del confinamiento. Todos, sin salvedad, recomendaban austeridad en el gasto público y, así, se lo hizo saber, en diferentes ocasiones, al presidente del Gobierno. Calviño, que cuenta con la aquiescencia de los ministros de Industria y Seguridad Social, expuso hace unas semanas a Sánchez un duro plan de recortes para salvar a España de la intervención de Bruselas. Este programa incluye un tijeretazo en las pensiones, en los salarios de los empleados públicos y en la oferta pública de empleo. Pero, una vez más, se tropezó con la sinrazón de Iglesias.

Pese a ello, Calviño no ha perdido todos los asaltos frente a Iglesias. La vicepresidenta ha logrado una pírrica victoria en la implantación gradual de la renta mínima vital, que recuerda, salvando las distancias, al cheque-bebé de Zapatero. Al final, ha logrado frenar las pretensiones de Iglesias de extender a un millón de familias esta renta, lo que representaría un coste para las arcas públicas superior a los 10.000 millones de euros. De esta renta se beneficiarán un máximo de un tercio de las familias prometidas. Pero esta escaramuza no la convierte en ganadora de la contienda. De hecho, esta semana ha vivido sus peores horas en el Gobierno. Su rostro demacrado por la presión sufrida en los últimos días habla por sí solo.

Sin embargo, el combate no ha terminado. Falta por saber si realmente ha conseguido doblegar la voluntad de Iglesias, si seguirá la senda de su mentor, que después de amagar con la dimisión, fue el propio presidente quien lo sustituyó en el cargo por Elena Salgado, y si tendrá que ver, como Solbes, que otro vicepresidente económico afronta, al final, los duros recortes que necesita el país para burlar la intervención de Bruselas. Un año después de la salida de Solbes, Zapatero se vio forzado a suprimir el cheque-bebé y a acometer el mayor ajuste presupuestario de nuestra historia reciente, con una bajada de los sueldos de los funcionarios de una media del 5% y la congelación de las pensiones, algo, que, en estos momentos, con una tendencia desinflacionista no supondría una merma en su poder adquisitivo.

En este escenario, fuentes socialistas aseguran a este diario que Calviño no está dispuesta a seguir los pasos de Solbes y, aunque ahora no tira la toalla por responsabilidad, se irá antes de que la echen, si no logra convencer al presidente del duro plan económico que necesita el país para superar la gran depresión que se avecina y que debería incluirse en los Próximos Presupuestos.

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