Opinión

La política de vecindad y Marruecos

Pese a las ayudas, el país africano sigue con su política chantajista a toda costa

El ministro del Interior de Marruecos, Abdelouafi Laftit, conversa con su homólogo español, Fernando Grande-Marlaska, durante el encuentro que mantuvieron la semana pasada
El ministro del Interior de Marruecos, Abdelouafi Laftit, conversa con su homólogo español, Fernando Grande-Marlaska, durante el encuentro que mantuvieron la semana pasadaJAVIER OTAZUAgencia EFE

Marruecos es el principal beneficiario en la región de los fondos europeos destinados a las políticas de vecindad. Recibió 654 millones de euros ya en el periodo 2007–2010, que no han hecho sino incrementarse desde entonces por distintas vías. El Acuerdo de Pesca de julio de 2018 dejó en 128 los barcos europeos –muchos españoles- que pueden faenar desde el Cabo Spartel hasta Noun, incluyendo beneficios para la población saharaui, y 107.000 toneladas en capturas. Del Acuerdo Agrícola, el Consejo adaptó incluir los productos del Sáhara Occidental, votando en 2019 el Parlamento europeo extender las preferencias arancelarias también a los productos procedentes de esta antigua colonia española y revertir sus beneficios a la población saharaui. De la misma forma que los beneficios obtenidos por Sudáfrica en Namibia, como potencia ocupante, debían revertir –y revirtieron- en este territorio hasta 1990, año de su referéndum de independencia.

Pero Marruecos sigue con su política chantajista con cualquier excusa. Que es su forma clásica de dar salida a sus graves problemas internos que la propia España y la UE han ayudado a ir mitigando desde el 2000, a pesar de la gran corrupción existente. La industria de la inmigración, ligada a las más de 120.000 hectáreas de cultivo de droga, contribuyen a engrasar la economía marroquí, a pesar de las promesas de eliminarlas. No nos engañemos. Para Marruecos, un emigrante más es un problema menos, y además trae divisas, engrosando el extraordinario saldo positivo de la balanza de transferencias de su Balanza de Pagos; por cierto, al contrario que la nuestra, que es negativa. Y tampoco hay voluntad alguna de acabar con los cultivos de cannabis, del que es gran proveedor mundial, y que entra en Europa por España, incrementando nuestro desprestigio internacional.

Nuestro presidente del Gobierno es libre de viajar al país que considere oportuno en su primera salida al exterior; lo mismo que nuestro Rey lo es de visitar Teruel o Melilla. O de que Pablo Iglesias manifieste la necesidad de llevar a cabo el referéndum varias veces pospuesto sobre el Sahara. Y que en España, por cierto, goza de un apoyo público generalizado y transversal. Ni siquiera la Unión Europea reconoce como productos marroquíes los obtenidos en suelo o aguas saharauis. Y si el presidente Sánchez pinta algo en Europa, debe poner en cuarentena las relaciones de vecindad UE-Marruecos. Una de las formas de acabar con la oleada de pateras.