Análisis
Europa depende de las materias primas de Rusia
Esta semana no ha quedado en absoluto claro que las sanciones vayan a tener un carácter permanente ante el temor de que Putin corte el suministro de energía
El escenario que se abría en los mercados tras la invasión total de Ucrania por parte de Rusia era un escenario ciertamente negativo: encarecimiento muy notable del precio de la energía, colapso de los flujos comerciales globales e incluso crisis financiera en el sistema bancario ruso con posibles extensiones al sistema bancario europeo. De ahí que, en un primer momento, las bolsas europeas se desplomaran, los tipos de interés de la deuda pública se hundieran, el precio del oro aumentara y el petróleo y el gas se encarecieran de manera muy notable. A la postre, si la Unión Europea y EE UU le imponían a Rusia sanciones muy duras y Putin replicaba cortando el suministro energético a Centroeuropea, entonces todas las plagas anteriores resultaban harto verosímiles.
Sin embargo, una vez hemos conocido el contenido de las sanciones con las que tanto EE UU como la Unión Europea pretenden castigar a Rusia, muchos de esos temores se diluyen. En esencia, EE UU prohíbe que Rusia utilice sus dólares para comprar fuera de sus fronteras nacionales pero sigue permitiendo que los europeos le compremos el gas y el petróleo en dólares –o euros–. Es decir, Rusia no puede importar casi nada pero sí puede exportar energía.
En principio podría parecer un mal negocio: los países exportan para importar en el presente o en el futuro. ¿Qué sentido tendría que alguien trabajara y vendiera productos si jamás pretendiera –o no tuviera permitido– comprar nada con el dinero recibido? Y, desde luego, si tales sanciones tuvieran un carácter permanente, Rusia no solo se vería económicamente dañada sino que a buen seguro nos cortaría el suministro de gas como herramienta de presión para que le levantáramos esas sanciones. Pero precisamente por eso, no queda en absoluto claro que las sanciones vayan a tener un carácter permanente: la mitad de las exportaciones rusas son exportaciones energéticas (petróleo, gas y carbón) y la mayor parte de esas exportaciones van a parar a Europa. De acuerdo con las estimaciones del experto en mercados energéticos, Javier Blas, cada día Europa le transfiere a Rusia 700 millones de dólares por sus compras de energía. Somos los europeos, en suma, quienes estamos financiando la invasión de Ucrania y, a falta de alternativas de suministro energético, no parece que vaya a dejar de hacerlo.
Por eso, los mercados, que en un primer momento entraron en pánico ante el shock económico que podía llegar a suponer la guerra, adoptaron un tono más optimista cuando conocieron el contenido de las sanciones económicas de Occidente: sanciones que obviamente no son del agrado de Putin pero que, como decíamos, permiten que su país siga cobrándose la energía que le vende a Europa. De momento, pues, todo sigue en gran medida igual.
Sin embargo, la cuestión más amplia que deberíamos plantearnos es si estamos preparados para un futurible corte del suministro energético por parte de Rusia. Si nuestro vecino ruso opta por mostrarse crecientemente hostil, ¿vamos a poder defendernos si carecemos de alternativas energéticas a Rusia? Y con alternativas energéticas no me refiero a centrales renovables, que ha sido precisamente la apuesta de Europa durante las últimas décadas pero que, de momento, sólo sirven para satisfacer una parte muy pequeña de todo el suministro eléctrico –y no disponemos de tecnología para que eso deje de ser así en el corto plazo: por ejemplo, no existen aviones que funcionen con electricidad–. Me refiero a diversificar las fuentes de suministro de combustibles fósiles: permitir la entrada del sector privado en la construcción de, verbigracia, nuevos gasoductos que no procedan únicamente de Rusia.
Nuestra impotencia ante un nacionalista bravucón puede llevarlo a extender su bravuconería más allá de Ucrania.
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