Opinión

La «larga marcha» a la normalidad

La persistencia de la inflación en EE UU y el aumento en Alemania abocan a subidas continuadas de tipos de interés quizá durante un periodo mucho más largo de lo esperado

Un pájaro sobrevuela el cartel de Mao Zedong durante la ceremonia del centenario del Partido Comunista Chino
Un pájaro sobrevuela el cartel de Mao Zedong durante la ceremonia del centenario del Partido Comunista ChinoNg Han GuanAgencia AP

Mao Zedong (1893-1976) alcanzó el liderazgo del comunismo chino en 1935, tras la llamada «larga marcha», una huida de más de dos años y 12.000 kilómetros del incipiente Ejército Rojo, que también fue una sangría. Iniciaron el camino más 200.000 personas –militares y acompañantes– y apenas llegó la quinta parte. Fue entonces, al final de aquel periplo, cuando Mao le dijo a su gente «lo que necesitamos es un estado de ánimo entusiasta pero sereno, un trabajo intenso, pero ordenado». Aquello se tradujo en una guerra civil, la toma del poder absoluto y el establecimiento de una de las dictaduras comunistas más ineficaces y sangrientas de la historia. Sin embargo, Mao, con habilidad y terror, supo conservar el poder hasta el final de sus días.

La Unión Europea, Estados Unidos y todo el mundo más desarrollado están al principio de otra «larga marcha», que no debe ser sangrienta, pero que también comporta sacrificios y que nadie sabe ahora cuando concluirá. Es la «larga marcha» hacia la normalidad monetaria, es decir, hacia un escenario de tipos de interés, que pueden ser bajos en términos históricos, pero muy elevados en comparación con los de los últimos diez o doce años y, sobre todo, con los de la época de la pandemia, que fueron negativos, algo que es «contranatura», ya que significa que hay que pagar por prestar dinero o que se cobra por pedirlo prestado.

Ben Bernanke, que acaba de recibir el premio Nobel de Economía, inició esa política de alegrías monetarias –QE, «Quantitative easing» o expansión cuantitativa– cuando era presidente de la Reserva Federal (FED), el banco central de los Estados Unidos. Le siguió Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), el hombre que salvó el euro con aquellas palabras: «El BCE hará lo que tenga que hacer y, creánme, será suficiente». Nunca estuvo claro, pero no improvisó, según las revelaciones de Lionel Barber, exdirector del «Financial Times», en su libro «Vencedores y vencidos» (Deusto). El banquero central europeo, el 14 de diciembre de 2013, más de seis meses antes de que dijera sus famosas palabras, le explicó a Barber que «la gente tiene que aceptar que siempre tenemos que actuar y así lo haremos, de acuerdo con nuestro mandato». Es decir, dejaba abierta la puerta a una intervención drástica, que fue lo que hizo.

Jerome Powell, presidente de la FED, y Christine Lagarde, presidenta del BCE, han tenido y tienen que jugar el papel de quitar la música de la fiesta, lo que significa subir los tipos de interés para volver a la normalidad monetaria y económica. Primero fueron los americanos, que siempre han ido por delante en las últimas crisis y en la búsqueda de soluciones, fueran ortodoxas o no. Luego siguió el BCE. Ahora los dos bancos centrales tendrán que dan otra –o varias– vuelta de tuerca a sus políticas, lo que se traducirá, casi de inmediato, en subidas adicionales de los tipos de interés. La inflación en Estados Unidos está en el 8,2%, pero lo más importante es que la «subyacente» –sin energía ni alimentos frescos– ha escalado hasta el 6,6%, la más alta en 40 años. En Europa ocurre algo similar y la Alemania del canciller Scholz campa por el 10,8%, un porcentaje que pone los pelos de punta a los alemanes.

El BCE y la Reserva Federal tienen en sus mandatos controlar la inflación y, aunque quizá con retraso, han empezado a intentarlo. Han tardado porque temían que se les acusara de cortar de raíz la recuperación económica. Ahora no les queda más remedio que aplicar, casi de urgencia, una medicina más dolorosa, en forma de subidas graduales pero continuadas de los tipos de interés. El problema es que ni tan siquiera eso puede ser suficiente. Los gobiernos se han instalado en unas espirales de gasto –ahora para mitigar los efectos de la crisis energética en Europa y en Estados Unidos por los programas más sociales de Biden tras la época Trump– que avivan el fantasma inflacionista. Por mucho que suban los tipos de interés, si los gobiernos no dejan de gastar a espuertas el problema puede enquistarse. También en España, en donde los gobiernos de Sánchez, como acaba de apuntar el director de Fedea, Ángel de la Fuente, han aumentado el gasto un 18% desde 2018, mientras que el PIB apenas ha subido un 1% en todo ese periodo.

El camino hacia la normalidad monetaria, con tipos de interés bajos y estables en términos históricos, es largo, peligroso y doloroso, pero no hay ningún otro que conduzca a un futuro de prosperidad. El gran objetivo es llegar a la Itaca final sin muchos daños y quizá requiera un «trabajo intenso pero ordenado», como decía Mao, aunque no sea ejemplo de ninguna otra cosa.

La reforma de la financiación autonómica ahora puede esperar

La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, no tiene ahora urgencia en acelerar la reforma de la financiación autonómica, sobre todo en un año electoral como el próximo. Las CC AA, que recibirán del Estado más dinero que nunca, más de 135.000 millones, tampoco parece que vayan a presionar mucho, salvo algún gesto para la galería. El problema será la tentación de las CCAA de aumentar el gasto de forma estructural con los nuevos ingresos. Luego, corregirlo, será mucho más complicado.

La mitad de los españoles cree posible otra burbuja en la vivienda

Una encuesta de Fotocasa Research, el gabinete de estudios del portal inmobiliario Fotocasa, indica que el 52% de los consultados cree posible una nueva burbuja en el sector inmobiliario. El porcentaje está muy lejos de los máximos de 2007, justo antes de la Gran Recesión. Los expertos de Fototocasa, no obstante, ven lógico que los particulares opinen eso en un escenario de subidas de precios generalizas, aunque mucho más moderadas que en otras épocas de euforia.