
Tribuna
La cultura no se delega: el nuevo liderazgo en tiempos de IA
La tecnología puede transformar procesos, pero la cultura pertenece solo al ámbito las personas que la viven y la defienden

Este último año he escuchado a muchos directivos, consultores, inversores y periodistas decir: “Con la Inteligencia Artificial todo cambiará”. Y sí, va a tener un gran impacto. Nos hará más rápidos, nos permitirá automatizar tareas y nos obligará a revisar cómo trabajamos. Pero si hay algo que no va a cambiar, ni ahora ni dentro de diez años, es la cultura de la empresa. La cultura no se delega. No se compra, no se encarga a un proveedor y no aparece porque alguien la escriba en un documento. La cultura depende del liderazgo diario.
Los CEOs ahora trabajamos en un entorno mucho más exigente que hace unos años, con equipos híbridos, operaciones repartidas en distintos países, decisiones en remoto y una presión tecnológica enorme. Antes, compartir oficina ayudaba a que todos respiraran un mismo ambiente. Pero ahora eso ya no basta, la cultura se mantiene si todos entienden para qué hacemos las cosas y cómo queremos hacerlas.
El liderazgo que nos hace falta ahora es práctico y cercano. No es el del jefe que revisa y corrige, sino el de quien acompaña y deja que el talento fluya y crezca. El que quita obstáculos en vez de ponerlos sabiendo que ahora más que nunca es posible que una empresa crezca sin perder agilidad. Y, sobre todo, el que entiende que la tecnología ayuda, pero no sustituye los valores que sostienen una organización.
La IA ha incrementado esta necesidad. Cuando lo repetitivo se automatiza, lo que distingue a una empresa de otra es cómo trabaja y aporta valor en la parte más humana, en aquellos aspectos más lejanos de la "comoditización”, en la manera en la que se relaciona con sus clientes y con su propio equipo. La confianza no aparece de un día para otro y no la crea ninguna herramienta. La confianza se gana con coherencia, estando ahí, demostrándolo.
A esto se suma el reto del crecimiento. La mayoría de las empresas que se expanden creen que su mayor dificultad es geográfíca y tecnológica, pero en mi opinión (ahora que con ubimia® estamos presentes en 26 países), el verdadero reto es humano.
Por ejemplo, un gran reto es cómo mantener una misma forma de afrontar los proyectos, las relaciones y de defender los valores cuando un equipo está en Madrid, otro en Barcelona y otro en Ciudad de México, como nos ocurre a nosotros. O cómo garantizar que los valores no se diluyan con el tamaño. La única respuesta útil es que la cultura toma ejemplo y se nota desde el CEO y su equipo directo, hacia toda la organización, o no se nota en ningún sitio.
Además, hay algo más que la IA no podrá hacer: entender el negocio como lo entiende alguien que ha estado al otro lado. El conocimiento del cliente, saber cómo piensa, dónde se bloquea un proceso de decisión, de compra, qué espera y qué no, es parte de la cultura de una empresa. Ese conocimiento no se improvisa y es uno de los activos más importantes que tenemos.
En nuestro caso, la creación de ubimia® también tiene que ver con esto. Durante años crecimos desde el paraguas pfs group y posteriormente pfsTECH, integrando compañías distintas, cada una especializada en una parte del ciclo de vida del crédito o en una tecnología diferente para el mismo proceso. Ese modelo nos dio velocidad, pero también aporta el reto de las divisiones, los grupos, las “tribus”. Unificarlo todo bajo un solo nombre está alineado y nos ayuda a ser más coherentes y a trabajar como un único equipo. Para mí, no es un cambio estético, sino una decisión, un paso más en nuestra evolución cultural.
Al final, todo se resume en lo mismo: la cultura es lo único que no se puede delegar. La organización con su talento, sus líderes, su cultura y sus valores es lo único que seguirá y que podemos construir con independencia de lo cambiantes que sean los mercados, la tecnología y el resto de los factores que escapan de nuestra capacidad de intervención. Ni la IA, ni las herramientas, ni el crecimiento internacional sustituyen el papel del liderazgo. Esa responsabilidad no se automatiza.
Bajo mi punto de vista, la empresa del futuro (la de 2026, pero también la de 2030) será aquella que adopte una cultura de autonomía y flexibilidad, y sobre todo con propósito. Tendrá que moverse rápido y decidir con agilidad, pero sin perder la dirección. También será una empresa centrada en resultados y en impacto, pero no en el control. Ahora vemos cómo algunas organizaciones quieren resolver su incomodidad con el trabajo híbrido volviendo a medir horas, controlando donde se realizan: es un error. La productividad no está en el dónde se trabaja, sino en el para qué, en el con quién, en el foco y en la priorización.
Esa empresa del futuro será, además, una organización capaz de atraer talento global sin perder identidad. Las fronteras no serán geográficas, por lo que parece puede que ni siquiera idiomáticas, pero sí se generará valor y ventaja diferencial desde la cultura, prestando atención al propósito, a cómo se trabaja, qué se valora y cómo se toman las decisiones. Y será una compañía sólida y humana al mismo tiempo.
Agustín Rodríguez, CEO de ubimia®
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