
Secreto de Estado
El informe premonitorio que avisó (en 1983) de lo que pasaría con el Rey
Le alertó de que el Gobierno no pondría problemas a sus frivolidades y le pidió que no cayera en la trampa

Tres de enero 1983. Era lunes. Apenas faltaban tres días para que Juan Carlos I protagonizara la Pascua Militar, el acto castrense más importante de todo el año. Sin embargo, el Rey no se encontraba ese día en Madrid, ni andaba ultimando los preparativos de su discurso ante el Gobierno, el Estado Mayor y los tres Ejércitos. Estaba, en cambio, a miles de kilómetros de ahí, en la pequeña localidad suiza de Gstaad. Se había ido a esquiar.
El viaje podría haber pasado desapercibido. Podía ser uno más de los muchos que hacía, y los españoles todavía no se habían acostumbrado a sus frivolidades. Pero la nieve estaba dura esa mañana y una capa de hielo le traicionó, se cayó, y se fracturó la pelvis.
Por los azares de su pasatiempo, suspendió su participación en la Pascua Militar y regresó a España en camilla. Muchas autoridades detuvieron sus quehaceres para prestarle atención y al aterrizar, Sabino Fernández Campo, su jefe de la Casa del Rey por aquel entonces, le dijo: «Majestad, un rey solo puede volver así de las Cruzadas».
Unos meses antes de esa escena, en octubre de 1982, Felipe González había llegado a la Moncloa tras unas elecciones en las que le votaron casi la mitad de los españoles que acudieron a las urnas y en las que obtuvo la primera mayoría absoluta de la democracia.
Aunque el PSOE había estado hasta ese momento por la Transición, donde Juan Carlos I actuaba como clave de bóveda, había por primera vez desde la República un Gobierno con socialistas en él, y quién sabía si podían asomar sus tradiciones antimonárquicas.

Estos dos hitos provocaron que en el Palacio de la Zarzuela alguien muy próximo al Rey, pero con la lealtad y el ascendiente para decirle las cosas claras, comenzó a elaborar un informe reconviniendo a Juan Carlos I para que tuviera cuidado con su vida privada. El informe se tituló finalmente «Somero estudio sobre la situación política presente y de las previsiones de futuro en España».
Fechado el 27 de abril de 1983, y sin firma, quien conserva el original se lo atribuye al propio Fernández Campo, aunque también pudo ser escrito por Manuel Prado y Colón de Carvajal, hombre de confianza del Rey.
Se sabe que el informe estuvo en el antedespacho del Su Majestad, pero no es seguro si el entonces jefe de Estado llegó a leerlo. Si lo hizo, sí se puede afirmar que no lo tuvo demasiado en cuenta, a tenor de los escándalos que protagonizó después.
Consultado por LA RAZÓN, el informe predice que el Gobierno no pondrá pegas a que el Monarca pueda disfrutar de una vida apacible, rodeada de socialité y con unos lujos que le son ajenos al resto de la ciudadanía, permitiéndole todo sin consecuencias. Le pide que no caiga en la trampa.
«Se cumplió la profecía para Juan Carlos I, pero Felipe VI actúa como si hubiera leído el informe»
Predice que el PSOE lo podrá usar en su contra en el futuro y anticipa que Felipe González se exhibirá como alguien con auténtico sentido de Estado, frente a un Rey frívolo y rodeado de riqueza, lo que le alejará irremediablemente de los españoles.
«Ese accidente esquiando provocó que el Rey estuviera fuera de juego durante varios meses y pasara a un segundo plano en la vida política durante esos días, con los socialistas recién llegados al poder.
Esta anómala situación es lo que hizo que se acelerase el informe, prolijo en advertencias», explica el periodista Miguel Ángel Mellado, profundo conocedor de la Casa Real, vicedirector durante diez años del diario «El Mundo» y exdirector de información de «El Español».

«Revisadas ahora las 55 páginas del informe, suenan a profecías cumplidas de Casandra, en las que se previene a Juan Carlos I sobre lo que tenía que hacer para no acabar en la deshonra, tal y como al final ha sucedido», señala Mellado, en cuyas manos ha estado este estudio premonitorio y que conserva con anotaciones.
El documento anticipa que el Gobierno «no pondrá inconveniente alguno en que el Rey y su familia disfruten de cuantas vacaciones les apetezcan», en que usen los medios del Estado para sus traslados, «en que aparezcan en la prensa practicando los más caros deportes y visitando con carácter turístico los lugares donde se alterna frecuentemente con esa sociedad internacional que constituye siempre materia propicia para llenar las informaciones y las páginas de las revistas especializadas».
Todo lo citado ahí se cumplió durante años, prácticamente punto por punto. Pero el informe seguía: «Habrá invitación a esas agradables expansiones; no se formularán objeciones ni se pondrá de manifiesto la cuantía de los gastos o de los esfuerzos que los desplazamientos o estancias suponen para los servicios de seguridad; pero se irán anotando estos extremos por si un día conviene divulgarlos y poner de manifiesto lo que realmente le cuesta al país un rey que aparenta no tener otra misión más eficaz y más penosa. En todo caso, ese ambiente contribuirá rebajar paulatinamente la fama que rodea al Rey».
Con el paso del tiempo, esas palabras abocetadas como mera hipótesis tienen ahora un aura premonitoria. Suenan a profecía. Lo único que no se cumplió es el papel del PSOE en todo ello. Pero no hizo falta, el Rey no necesitó la ayuda de nadie para que se le cayese la corona.
La evidencia de que las palabras no calaron se vio nueve años después, en 1992. Felipe González tuvo que sustituir a su ministro Francisco Fernández Ordóñez por una enfermedad de este y, cuando la prensa le preguntó si había informado al Monarca de los cambios en el Ejecutivo, tal y como dicta la Constitución, respondió: «El Rey no está».
Juan Carlos I se encontraba de nuevo en Suiza, esta vez con su amante Marta Gayá, y fue el presidente socialista el encargado de desvelar ante los españoles la dejación de funciones.

Este fue el primer gran terremoto en la vida del Rey tras las advertencias del informe, pero no fue el último. Ni mucho menos. La historia es ya de sobra conocida por los españoles, que año tras año asistían perplejos a la vida de un monarca rodeado de lujos, amantes, casos de corrupción, cuentas en Suiza, caídas y accidentes. Tanto, que uno de esos, el de Botsuana, acabó sentenciando su corona.
«Se cumplió lo que profetizaba el informe», remarca Mellado. «Aunque Felipe González no contribuyó a ello, el Gobierno socialista le puso la alfombra, sin cortapisas, para cometer tropelías variadas y fue el propio Juan Carlos I el que socavó su reputación y se condenó a la mayor de las deshonras», añade. Cree que también es premonitorio el estudio en lo referido a la idea de desplazar constitucionalmente a la Monarquía.
«No lo hizo González, pero creo que sí lo ha intentado de manera ardua Pedro Sánchez, desde que en 2019 conforma la coalición con Unidas Podemos y empieza a desplazar en lo que pudo a Felipe VI», señala, apuntando como ejemplo que cada vez tiene menos despachos con él, a veces incluso enviando a Félix Bolaños, y que le ha desplazado en los eventos internacionales.
«Si Felipe VI se hubiera aproximado a la frivolidad e inmoralidad de su padre, creo que se habría planteado un cambio de régimen hace tiempo, más con esta mayoría Frankenstein, como la bautizó Alfredo Pérez Rubalcaba», opina el periodista.
«La diferencia sideral entre Juan Carlos I y Felipe VI es que el hijo, hasta el momento, ha actuado como si hubiera leído el susodicho informe. En la intimidad, Don Juan Carlos criticaba el cuidado extremo de Felipe cuando actuaba y desdeñaba ciertos regalos.
Ahora, quién lo diría, al que se le acumulan los muertos es a Sánchez. Quizás porque no tiene quien le escriba estos informes», sentencia.
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