Finanzas

Andrea Orcel: el italiano que quiso destronar a Ana Botín

El banquero italiano exige 100 millones de indemnización por su frustrado fichaje por la entidad

De izquierda a derecha, Andrea Orcel, Ana Botín (presidenta) y José Antonio Álvarez (consejero delegado), en septiembre de 2018
De izquierda a derecha, Andrea Orcel, Ana Botín (presidenta) y José Antonio Álvarez (consejero delegado), en septiembre de 2018larazon

Guerra total en los tribunales entre el Banco Santander y el italiano Andrea Orcel, que reclama 110 millones de euros por su fichaje abortado. La entidad financiera le acusa de grabar sin su consentimiento conversaciones privadas con la presidenta, Ana Botín, y con otros ejecutivos del banco. Al fondo, la frustración del italiano que planeaba aterrizar en el Santander para, antes o después, hacerse con todo el poder ejecutivo. Ahora está sin trabajo, sin los multimillonarios emolumentos que imaginaba y también sin poder.

La historia del fichaje frustrado del que era jefe de la División de Banca de Inversión del grupo UBS (Unión de Bancos Suizos) es apasionante y tiene muchos de los elementos de un «thriller» de éxito. Los orígenes se remontan a hace un año, cuando Rodrigo Echenique, presidente de Santander España y hombre de confianza absoluta de Ana Botín –como lo había sido de su padre, Emilio Botín– decidió dejar sus funciones ejecutivas como presidente de Santander España, lo que provocó un reajuste en el grupo bancario. El consejero delegado, José Antonio Álvarez, fue promovido al puesto de Echenique y había que sustituirlo.

La retirada de Echenique ofrecía también una coartada perfecta para introducir cambios en la cúpula del banco, en unos momentos en los que el Banco Central Europeo (BCE), para apuntalar la independencia de la gestión, intentaba que las grandes entidades financieras tuvieran un presiente no ejecutivo y un consejero delegado ejecutivo. Ana Botín nunca contempló dejar sus funciones ejecutivas y como las ejercía antes de que se pusieran en marcha las recomendaciones del BCE, podía mantenerlas. Sin embargo, un guiño a las autoridades y a los mercados –en tiempos en los que penalizaban las cotizaciones bancarias en bolsa, incluida la del Santander– podía ser un movimiento hábil. Además, también sería bien visto por los fondos de inversión, los principales accionistas del Santander, muy por encima del 1% que posee la familia Botín, aproximadamente. Los fondos, de hecho, tampoco ocultaban que esperaban algún revulsivo dentro del banco.

El hombre sin jefes

El italiano Andrea Orcel, viejo conocido de los Botín –trabajó en varias operaciones y asesoró a Emilio Botín durante años– fue el elegido, no sin que un «head hunter» examinara a otros candidatos. El 25 de septiembre, el Santander anunció su fichaje, pendiente de la resolución de su contrato con UBS, incluido quién debería pagarle los 50 millones que tenía pendiente como retribución diferida en el banco suizo. Además, el BCE debía darle su visto bueno preceptivo. Aunque hubo una carta–oferta–, no se llegó a firmar un acuerdo definitivo y, por último, la junta general de accionistas debería haber ratificado el nombramiento.

Andrea Orcel, no obstante, inició un proceso de aterrizaje en el Santander mientras se solventaban todos los asuntos. El italiano «es un hombre que no tiene jefes», afirma un consultor español que lo conoce bien y que nunca dudó de que su objetivo era hacerse con el control del banco, destronar a Ana Botín y dejarla en una presidencia poco menos que representativa. Los fondos de Inversión tampoco veían mal algún movimiento de ese tipo y, sobre todo, la posible transformación del Santander de un banco «retail» –negocio minorista– a un banco de inversión, área en la que Orcel es experto y en la que en el escenario económico actual puede ser más sencillo obtener beneficios. Orcel, de hecho, nunca se había ocupado del negocio minorista –de la red de oficinas– de ningún banco.

El equipo de Ana Botín –todo apunta a que Rodrigo Echenique fue el primero– detectó las intenciones de Orcel que, sumadas, al coste reputacional de asumir el pago de ¡50 millones! por su fichaje –UBS no se hacía cargo y él lo exigía–, llevaron a la entidad a dar marcha atrás. «Mejor una vez rojo, que cien amarillo», debieron pensar en el Santander que, sin embargo, ofreció alguna compensación al italiano. No debió parecerle suficiente, sobre todo cuando tenía planes muy claros para empezar a controlar el banco, como se deduce de la demanda, de cerca de 200 páginas de Orcel contra el Santander, adelantada ayer por El Confidencial. Deciden los tribunales.