Opinión

Viajes por todo lo alto, el misterio de low cost y el equipaje de cabina

El gran misterio está en saber cómo pueden ser rentables estas compañías cuando el billete para volar es más barato que el taxi que te lleva al aeropuerto

Consumo investiga a siente aerolíneas de bajo coste por su política de equipajes de mano y asientos
Pasajeros en un aeropuertoEuropa Press

Imagina que entras a un bar a tomar una cerveza atraído por un precio muy bajo del escaparate y cuando te traen la cuenta, el camarero te dice que, además tienes que pagar un extra por la tapa, el vaso utilizado, los cubiertos y el espacio ocupado en la barra.

En la última década, el auge de las líneas aéreas de bajo coste ha transformado la industria y está permitiendo que millones de personas puedan viajar gracias a unas tarifas increíblemente bajas, a veces, por menos de un euro. El bueno, bonito y barato que nos gusta a los españoles aplicado a los vuelos comerciales y que no está exento de controversias, pues queremos volar en condiciones exclusivas, a precio de saldo. El caso más popular es el cobro por el equipaje de mano, una política que genera un dilema tanto para los consumidores como para las aerolíneas.

El gran misterio está en saber cómo pueden ser rentables estas compañías cuando el billete para volar es más barato que el taxi que te lleva al aeropuerto. Primero hay que entender el concepto de low-cost, que no es bajo coste, esa es la consecuencia, sino que consiste en identificar cuál es el servicio mínimo imprescindible que la aerolínea debe proporcionar, que en el caso ideal es llevarnos al destino. Esto puede ser un chicle que estiras a medida, pues podríamos llegar al absurdo, o no, de que lo mínimo es que nos lleven en ropa interior, de pie y nada más. En este sentido, cualquier objeto adicional que nos acompañe o servicio extra, deberíamos pagarlo. Aquí radica el debate sobre qué es ese mínimo que todo pasajero necesita llevar consigo, pues no todos necesitan una maleta de mano, ni todos pesamos lo mismo, por lo que el regulador debe definir qué es un derecho para todos y qué un privilegio para algunos, pagado por todos, vía mayores precios.

Por otro lado, deberíamos comprender que estas compañías son viables gracias a las diferentes fuentes de ingresos que reciben y su modelo es el que mejor se ajusta a la demanda del mercado ya que permite que cada pasajero pague por lo que realmente consume. Eso hace que podamos decidir aquello por lo que pagamos, un traje a la medida de cada uno, facilitando que los precios sean atractivos.

Por otro lado, se debe respetar la libertad de las empresas para fijar sus precios y servicios, pues la excesiva regulación, puede obligar a que todos paguemos por algo que no consumimos. Se trata de un complejo equilibrio entre la libertad de empresa y el derecho de los consumidores, pues algunos quieren duros a peseta, que pagamos todos.

El problema radica en la asimetría de la información de la que se aprovechan las aerolíneas, pues el consumidor sabe dónde vuela, horario y tarifas, pero desconoce muchas de las condiciones con las que lo hace y que pueden afectar al precio finalmente pagado. Todos sabemos que el equipaje de mano tiene unas medidas máximas y que si no se cumplen hay que facturarlo y pagarlo.

Ahora bien, si llevas una maleta con las medidas exactas y no te cabe en el cajón de comprobación, en la puerta de embarque, cuando ya no hay vuelta a atrás, porque extrañamente ha encogido, o te obligan a dejar tu equipaje de mano en la bodega, con la excusa de que no cabe en la cabina, con el riesgo de que se pierda, lo deterioren o que tengas que esperar para recogerlo a la llegada, para que la próxima vez pagues por tener prioridad de embarque, son situaciones no informadas antes de comprar el billete. Nadie te dijo que tenías que andar por la pista para llegar al avión, ni que puedes quedarte en tierra por overbooking, ni que tienes retrasos sin compensación, ni que cada vez hay menos espacio en los asientos, o denegarte el embarque si no llevas la tarjeta con la que compraste el billete, entre otras sorpresas.

A estas compañías no hay que sancionarlas por cobrar servicios extra sino por incumplimiento continuado de contrato, por la diferencia entre lo que nos venden y lo que dicen que nos venden. Si hubiese una competencia efectiva con total transparencia y cumplimiento de las condiciones del servicio, los consumidores podríamos tomar decisiones informadas y asumir nuestras responsabilidades.