Editorial
Tiempo inhóspito para un rey por descubrir
Uno de sus primeros deberes pasará por preservar a toda costa el prestigio y la ascendencia de la Corona en instantes de transformaciones profundas en Reino Unido
El hasta ahora príncipe de Gales será proclamado formalmente hoy como rey de Inglaterra tras el fallecimiento el jueves de Isabel II a los 96 años, si bien la muerte de su madre ya le convirtió de manera automática en monarca dado que era el primero en la línea sucesora. Arrancará un reinado que, obviamente, estará marcado al menos en su albor por la sombra de su progenitora como una de las figuras principales no ya de la historia de Reino Unido, sino del mundo. Carlos III no es su madre, pero, aunque las huellas del pasado nunca acaban de borrarse o difuminarse, su tiempo arranca ahora y está por escribir, ese para el que aguardó más años que ningún otro heredero, y para el que acumuló una experiencia extraordinaria junto a una reina irrepetible y grandiosa. Sube al trono en un presente complejo y en muchos aspectos crítico para su reino y para la comunidad internacional, golpeados por crisis sucesivas y por dificultades domésticas de todo orden, incluido un reciente y traumático cambio en la jefatura del gobierno. En ese contexto inhóspito, uno de tantos por los que transitó Isabel II con solvencia y éxito, Carlos III dirigirá una institución crucial para los británicos, pero también para los ciudadanos de esa quincena de estados en los que ostenta su Jefatura e incluso todos aquellos que engloba la comunidad de la Commonwealth. La lectura más simple, pero también la correcta, resultaría conminar al nuevo jefe de la Casa de Windsor a seguir los pasos de la reina más longeva, con la discreción y el más alto sentido del deber y la lealtad a la nación y a la institución como guías. Hablamos de un reto que no está al alcance de cualquiera y que requiere una talla, un sentido de la institución y un conocimiento y sabiduría tan extraordinarias como las de Isabel II. Si es que se decide por un reinado continuista, que es lo que la inteligencia y la cautela en interés del Estado y de la institución aconsejan, será un trabajo arduo para Carlos III, que sabe que goza de un índice de popularidad muy por debajo del de su madre, que es lógico, y del de su hijo, primero en la línea de sucesión, que no lo es tanto. Aquí al nuevo rey le pasa factura una personalidad proclive a saltarse ciertos límites sin eludir debates públicos, más allá de su azarosa vida privada, reconducida hace ya años. Tendrá que esforzarse para granjearse la autoridad suficiente que nunca será la que acumuló su madre, pues sus errores le han pasado factura a ojos de una ciudadanía que se miraba en el espejo ejemplar de la reina eterna. Uno de sus primeros deberes pasará por preservar a toda costa el prestigio y la ascendencia de la Corona en instantes de transformaciones profundas en Reino Unido, en los que más se requieren instituciones arraigadas en la tradición y en la historia que den seguridad frente al vértigo. La Monarquía constitucional significa continuidad y es la forma de entender y abrazar la nación y los valores compartidos. Y siempre está por encima de las personas que la encarnan. A Carlos III corresponde ser país y representarlo.
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