Editorial

La Constitución frente a sus poderosos enemigos

Los españoles necesitamos más Constitución y no menos, más Ley y no menos, más libertad e igualdad y no menos, más justicia independiente y menos despotismo

Izado Solemne de la Bandera de España en la sede del Senado
Izado solemne de la bandera de España en la sede del SenadoLa RazónLa Razón

Ha alcanzado la Constitución su 45 aniversario en un estado de plenitud doctrinal, pero de honda adversidad política e institucional. Nunca en su historia había sido atacada en sus cimientos con esta virulencia por tan poderosos enemigos que se asientan en la dirección del Estado bajo el liderazgo del presidente del Gobierno. La Ley de Amnistía, pactada por Pedro Sánchez con un prófugo de la Justicia como Carles Puigdemont, con la complicidad de los que se consideran como confesos adversarios de la España constitucional, es una embestida desconocida en las democracias plenas contra la ley de leyes, urdimbre y garante de los derechos básicos de los ciudadanos, y también contra la integridad europea. El panorama de libertad, justicia, igualdad y pluralismo político, que se había abierto para todos el 6 de diciembre de 1978 y que ha brindado a la nación su etapa de mayor prosperidad, bienestar y convivencia, ha perdido el blindaje en este contexto de excepcionalidad provocada por la desmedida ambición de poder del inquilino de La Moncloa. Habrá que insistir una y mil veces que para Sánchez y sus cómplices el fin justifica cualquier medio, incluida, por supuesto, la cancelación de la Carta Magna por la vía de los hechos consumados y con la colaboración de la mayoría sanchista del Tribunal Constitucional. Si la amnistía sale adelante, junto a los tribunales populares contra los jueces, amén de la clausura de facto del Legislativo, todo ello al margen de la voluntad del pueblo, sujeto de soberanía, los españoles serán privados de la Constitución y de la seguridad y amparo que representa. Sin el respeto y el sometimiento a la norma fundamental, la arbitrariedad y la discrecionalidad del autoritarismo democrático nos devolverán a tiempos que creíamos felizmente superados. De ahí, la gravedad crítica de estos momentos. Quienes defendemos a ultranza la Constitución lo hacemos porque España debe ser soberana en libertad e igualdad, bajo una separación de poderes que garantice el equilibrio y los contrapesos, con el prestigio de sus instituciones a salvo como elemento de una democracia auténtica, al servicio del pueblo y de la mano del pueblo. Aquellos que alientan hoy debates tendenciosos y espurios sobre la naturaleza y la vigencia de la Carta Magna la ven como un peligro o un freno a sus planes contra el interés general. También los que en buena medida la enarbolan, con la boca pequeña o por imperativo político, como la izquierda en el poder, para a continuación minarla o violentarla con sus acciones, como atestigua el catálogo de reproches de inconstitucionalidad que acumula. Los españoles necesitamos más Constitución y no menos, más Ley y no menos, más libertad e igualdad y no menos, más justicia independiente y menos despotismo. Hemos disfrutado de una historia de éxito gracias a un texto que ha incentivado la concordia y el diálogo sin trincheras ni cainismo. Toca impedir que una minoría nos lo arrebate y nos condene a las tinieblas.