Editorial

A una democracia se le presume la veracidad

No se trata de contraponer dos versiones, en una equidistancia deplorable, sino de contrastar objetivamente dos realidades, la de un Estado democrático y la de una organización terrorista.

El portavoz del Ejército de Israel, Daniel Hagari, explica el ataque al hospital de Gaza
El portavoz del Ejército de Israel, Daniel Hagari, explica el ataque al hospital de GazaMinisterio de Defensa israelí

En una democracia plena, como es Israel, funcionan diversos mecanismos de control político que garantizan la rendición de cuentas de los gobernantes, incluso, en situación de conflicto bélico, como el presente. De ahí, que la atribución de la causa de la tragedia en un hospital de Gaza al fallo de un cohete palestino hecha por el gobierno israelí goce de la presunción de veracidad, más aún cuando la experiencia de pasados enfrentamientos demuestra que son contados los errores en la elección de objetivos por parte del ejército israelí, –que somete a investigaciones exhaustivas a posteriori sus intervenciones–, y que, en el caso de Gaza, se comunica a la población civil las zonas a evacuar antes de los bombardeos.

Que un gran número de personas se hubieran reunido en el estacionamiento del hospital para pasar la noche, abunda en la tesis de que lo consideraban un lugar seguro, si es que en una guerra puede haber algo así. Además, el gobierno de Netanyahu, consciente del alcance propagandístico entre el mundo musulmán de la tragedia, ha facilitado pruebas y datos de inteligencia sobre lo ocurrido que en otras circunstancias se hubieran mantenido en el debido secreto porque, indudablemente, serán aprovechados por los servicios de Información de un enemigo que ahora se sabe escuchado en sus comunicaciones internas y bajo una observación aérea permanente y de tal precisión que permite a las fuerzas de reconocimiento israelíes saber dónde ha caído cada cohete terrorista que yerra su trayectoria o sufre un fallo en el lanzamiento.

Ese caudal de datos ha sido puesto a disposición de la opinión pública internacional, insistimos, en contra de lo que aconseja el sigilo de las operaciones militares. Pero en la presente guerra, con un enemigo que busca por todos los medios extender el campo de batalla a otros puntos del planeta, la propaganda alcanza su máxima dimensión estratégica y es imperativo combatirla.

Ciertamente, una parte de la población mundial, con marcos mentales firmemente arraigados, ya ha dictado sentencia en contra de Israel y a favor de los terroristas de Hamás, pero no se trata de contraponer dos versiones, en una equidistancia deplorable, sino de contrastar objetivamente dos realidades, la de un Estado democrático que ha sido salvajemente atacado y ejerce su legítimo derecho de defensa y la de una organización terrorista que impone su ley a sangre y fuego, sin contrapoder interno alguno, y que utiliza a la población civil como rehén de sus acciones.

La tragedia de los palestinos de Gaza sobrecoge a cualquier persona que tenga un mínimo de sensibilidad. Pero no es posible quedarse en un cómodo reparto de responsabilidades mientras crece el número de víctimas y se extiende la destrucción de bienes. Hay un único culpable que es Hamás, capaz de usar a sus hijos, sus mujeres y sus ancianos como escudos humanos.