Editorial
El ganador es Illa, no Puigdemont
Puigdemont, pretende la investidura en Cataluña, pese a haber perdido las elecciones autonómicas, en un remedo de la peripecia política de Pedro Sánchez, derrotado en las urnas por Alberto Núñez Feijóo.
No conviene ocultar que todavía operan de manera decisiva para la estabilidad del Gobierno los siete escaños que consiguió Junts en el Congreso. Tampoco, que el líder de esa formación nacionalista, Carles Puigdemont, pretende la investidura en Cataluña, pese a haber perdido las elecciones autonómicas, en un remedo de la peripecia política de Pedro Sánchez, derrotado en las urnas por Alberto Núñez Feijóo.
Pero lejos de caer en añoranzas de justicia poética, es preciso señalar que ha sido el socialista Salvador Illa a quien ha votado la mayoría de los catalanes para que se encargue de regir sus destinos los próximos cuatro años. Es más, el nacionalismo, que desde las pasadas elecciones municipales venía encadenando malos datos electorales, carece de la fuerza suficiente para conformar un frente común que le permita conservar la Generalitat. En este sentido, y pese a la propaganda gubernamental, la «desinflamación del procès» ya era un hecho indiscutible, al menos en las urnas, antes de que Sánchez decidiera prestarle oxígeno a los independentistas catalanes, con los acuerdos para su investidura.
La última cita electoral no ha hecho más que confirmar esa tendencia a la baja, pues la ligerísima subida de Junts no compensa, ni mucho menos, la debacle de ERC y de las CUP. Si hacemos estas consideraciones es para reafirmarnos en la opinión de que la mayor parte de los ciudadanos de Cataluña, el 52,6 por ciento, han dado por finiquitada la vía de la independencia, lejos del 69,5 por ciento que sumaron los partidos no nacionalistas en las generales de julio de 2023, pero, en cualquier caso, presentando una relación de fuerzas que difícilmente podría justificar ante la opinión pública un gobierno de la Generalitat presidido por Carles Puigdemont.
Es cierto que el PSC se ha quedado muy lejos de la mayoría suficiente y que su candidato tendrá que buscar los apoyos que le faltan entre el resto de un arco parlamentario que, siendo realistas y dado el estado calamitoso de las relaciones institucionales entre el PSOE y el centro derecha, –este último, objeto de una de las campañas de demonización desde el poder más duras que se recuerdan–, se reduce a los Comunes y a una ERC que ha sufrido una debacle en las urnas, ha visto la retirada de la política de su candidato, Pere Aragonès, y tiene que examinar la conveniencia de mantenerse como apoyo leal de La Moncloa, pero no es tarea imposible.
Cataluña necesita retornar a una normalidad institucional que la entelequia del proceso de autodeterminación viene alterando desde hace ya una década. Cataluña debe constituir una Generalitat que priorice la gestión de los problemas reales de sus ciudadanos sobre la estrategia del enfrentamiento. Tal vez, en ese campo de batalla político, económico y social se encuentren más aliados de los que aparenta.
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