
Editorial
Sin idea de gobierno, únicamente de poder
La prórroga presupuestaria tenía una función de ser, la de impedir la paralización del Estado, pero no se concibió como una patente de corso para unos gobiernos en minoría y sin capacidad de buscar el acuerdos

Produce vergüenza ajena repasar las admoniciones con tono de esforzado fiscal que Pedro Sánchez dedicaba a su antecesor en La Moncloa a cuenta de sus dificultades para aprobar los Presupuestos Generales del Estado cuando, un año más, España parece abocada a quedarse sin cuentas públicas, sustituidas, eso sí, por una ingeniería contable que la Airef, cuya independencia tiene los días contados, ha denunciado como difusa y gris, imposible de controlar. Hablamos de decenas de miles de euros que pasan de unas partidas a otras en contra de las más elementales normas administrativas, así como de créditos extraordinarios, suplementos de crédito y fondos de contingencia que, a la postre, ni cubren objetivos políticos de largo alcance ni permiten un control racional de los gastos de la Administración. Pero, por la experiencia acumulada en las legislaturas de Sánchez, parece que esa fórmula de gestión se compadece mejor con la idea de poder que preside al sanchismo, muy alejada de lo que se entiende por el gobierno de una nación. Ciertamente, nos hallamos ante una situación insólita en la Unión Europea –España es el único de los socios comunitarios que no ha presentado los Presupuestos– que se explica en la ausencia de poder coercitivo en el ordenamiento jurídico español para hacer cumplir el mandato constitucional contenido en el artículo 134 de la Carta Magna, que establece que el Gobierno «debe» presentar las cuentas públicas al Congreso tres meses antes de la expiración de los del año en curso. Es decir, que ayer se cumplió el plazo sin que al Ejecutivo se le moviera un músculo y con el inefable portavoz parlamentario socialista, Patxi López, echando la culpa a los votantes, que no le dieron mayoría suficiente al PSOE, en una deriva de los gubernamentales que roza la astracanada. Es una lástima que con la figura del presidente del Gobierno se haya dado una conjunción tan lesiva para el interés común como es la confianza ingenua de los padres constituyentes en el respeto que cualquier gobernante democrático tendría hacia el espíritu y la letra de la Constitución. No pudieron prever que vendría un dirigente experto en buscarle las fisuras al sistema y en jugar con los límites de la legislación. La prórroga presupuestaria tenía una función de ser, la de impedir la paralización del Estado, pero no se concibió como una patente de corso para unos gobiernos en minoría y sin capacidad de buscar el acuerdo, incluso, con sus propios socios de investidura. Con todo, la realidad es que se van cumpliendo las advertencias del inquilino de La Moncloa de que, con tal de permanecer en el poder, podía llegar a gobernar sin el Parlamento y convirtiendo las votaciones perdidas en mero fondo de escena de un relato triunfalista en el que sólo cuenta la providencial existencia del líder. O sea, de él.
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